MELANIE KLEIN

Melanie Klein, dentro del movimiento psicoanalítico, constituye la figura más representativa de la llamada "escuela inglesa". Sus aportes a la teoría freudiana resultaron de fundamental importancia en la comprensión de ciertos fenómenos psicopatológicos, y a la vez permitieron una más efectiva aplicación de la técnica al tratamiento de las psicosis. La metodología empleada por esta investigadora se basó principalmente en el análisis del juego en la situación terapeútica, y en la reconstrucción psicoanalítica de las primeras relaciones objetales a través del análisis de la transferencia, esto es, la relación especial que el paciente establece con el analista reflejando su modo primitivo de vincularse con los objetos. Este modo no puede recordarse por su carácter preverbal, pero sí puede ser actuado en el marco de la misma relación transferencial, y en esa circunstancia, ser interpretado.
La peculiaridad de los aportes de Klein resulta de que antedata la constitución de las instancias que hemos descripto anteriormente (Yo y Super-Yo). A diferencia de lo postulado por Freud, su trabajo con niños la impulsó a afirmar que existen rudimentos del Yo y del Super-Yo desde el comienzo mismo de la vida. Esto la condujo a una visión del desarrollo precoz que difiere bastante del pensamiento analítico clásico.
En esta óptica se destacan sus postulados sobre una posición esquizoparanoide -entre uno y tres o cuatro meses-, y una posición depresiva -de cinco a seis meses en adelante-. Ambos fenómenos representan, para ella, la base de la estructuración más primitiva del psiquismo.
Pero ¿qué implica el concepto de "posición" en esta teoría?. A fin de responder a este interrogante comenzaremos revisando las ideas de Klein sobre la precoz aparición del Yo. Según ella, para cada impulso instintivo (pulsional) existe -ya desde el nacimiento- una fantasía inconsciente de un objeto tal que corresponda a su satisfacción. No es necesario que el bebé tenga una experiencia previa de objetos pues, por definición, las pulsiones mismas son buscadoras de objetos. No existe, por lo tanto, una fase de narcisismo anobjetal. Pero sí se afirma que los primeros objetos ofrecidos a las pulsiones para su descarga no son reales, sino fantásticos. Hasta aquí tales fantasías, que permiten la descarga de la tensión, nos recuerdan la actividad alucinatoria postulada por Freud. Pero para Klein, estas fantasías innatas, también llamadas "objetos internos", no son una actividad del Ello: son producidas por el Yo, y resultan una expresión mental de las necesidades biológicas, por mediación del Yo.
 
Afirmar que la capacidad de crear fantasías es una función del Yo desde el mismo momento del nacimiento, implica postular un mayor grado de organización yoica que el que Freud concebía. Supone pensar que el Yo, aunque poco organizado al principio, es capaz desde entonces de "sentir ansiedad, utilizar mecanismos de defensa, y establecer relaciones objetales primitivas, en la fantasía y en la realidad" (Segal, 1964).
 
Vamos a partir de esta última definición para desarrollar con más detalle algunos conceptos del pensamiento kleiniano, a fin de acceder a cómo entiende esta autora el funcionamiento psíquico durante la posición esquizo-paranoide. Klein sostiene que el Yo existe desde el comienzo de la vida, y es capaz de sentir ansiedad. ¿De dónde proviene ésta? ¿Cuál es la pulsión que amenaza a este Yo rudimentario y lo obliga a defenderse? La autora afirma que lo que no puede ser soportado es la manifestación en la vida psíquica de la pulsión de muerte (que es la fuerza innata que tiende al regreso a la no-vida. Su percepción amenazaría las tendencias a la integración del Yo. Por lo tanto, debe ser "derivada" hacia afuera del aparato psíquico, parcialmente como tal, y parcialmente convertida en agresión. E1 Yo tiene entonces que defenderse de la pulsión de muerte, y con este fin utiliza diversos mecanismos de defensa, que según nuestra autora son más primitivos que los descriptos en el apartado precedente. A ellos recurre el Yo para defenderse en los momentos de mayor ansiedad, aquellos en los que se ve sometido a experiencias de privación o frustración de los objetos satisfactorios (lo cual lo deja a merced de la actuación de la pulsión de muerte, sin el aporte de estímulos adecuados del exterior -la madre- para movilizar las tendencias a la integración).
 
¿Cuáles son, por lo tanto, los mecanismos de defensa que el Yo utiliza en un comienzo? Los principales mecanismos defensivos postulados por Klein son la introyección, la proyección y la escisión. La introyección es el proceso por el cual un objeto que es vivido como satisfactorio se incorpora fantásticamente al aparato psíquico, según un modelo parecido al de la incorporación de alimentos. De esta forma el Yo cree que el "objeto bueno" es parte de sí y no sufre tanto la privación. Este mecanismo primitivo se diferencia de la identificación en que ésta es la transformación de la personalidad según el modelo de un objeto, en cambio la introyección supone un objeto que se fantasea incorporado como tal en el interior del aparato psíquico. Veremos más adelante que para Klein los rudimentos del Super-Yo resultan de tales introyecciones. Por su parte la proyección consiste, para Melanie Klein, en arrojar fantásticamente fuera de la personalidad los objetos o los sentimientos penosos relacionados con experiencias de frustración intensa que se vivencian como displacenteras. Por fin la escisión consiste en separar los objetos del mundo de tal manera que algunos poseen todo lo bueno (el objeto ideal), y otros en cambio todo lo malo (el objeto persecutorio). En el proceso de escindir el mundo, el Yo también se escinde, conformando un Yo-bueno, en relación con el objeto ideal, y un Yo-malo, que es negado y proyectado en el objeto persecutorio. La utilización de estos mecanismos de defensa para manejar la ansiedad colorea las relaciones objetales que el bebé es capaz de establecer en estos primeros momentos. Klein define el funcionamiento psíquico que se establece durante esta fase como posición esquizoparanoide, la cual abarcaría los primeros seis meses de vida, aunque nunca desaparecería del todo. En estos meses las relaciones objetales están marcadas por los procesos de escisión y la ansiedad predominante es la paranoide, que resulta del temor a los objetos persecutorios.
 
De acuerdo a lo dicho hasta aquí ¿como puede describirse dinámicamente la vida interior del bebé en la posición esquizo-paranoide? Klein piensa que desde un principio el bebé se relaciona con objetos, en la fantasía y en la realidad. Niega por lo tanto que exista un período sin objeto, es decir, una fase de narcisismo primario. Esta afirmación la distingue de todos los demás autores que vamos a ver en este capítulo, quienes adhieren de una forma u otra al postulado freudiano de un narcisismo primario. Consecuentemente, para Klein ciertas funciones yoicas, como la prueba de realidad, existen desde el nacimiento. Pero como dijimos, en un principio el Yo se relaciona con objetos fantásticos, que son los objetos internos fantaseados por el Yo. Estos objetos son además parciales, es decir, no son personas totales sino "partes" que satisfacen una u otra necesidad. La experiencia de la realidad (el objeto real, que corresponde al pecho y al cuidado maternos) modifica desde un principio estas fantasías inconscientes primitivas. De manera que para Klein no existe la fantasía interna y la realidad externa como hechos absolutamente separados, tal como los encontramos en el pensamiento de Freud. Ella los concibe como dos dominios en mutua influencia. La experiencia de la realidad modifica la fantasía innata, y ésta condiciona la percepción de la realidad. La necesidad de gratificación induce entonces al bebé, en estos primeros momentos, a fantasear un objeto bueno que encuentra su correlato real en las buenas experiencias del maternaje (el pecho bueno). El bebé intenta entonces introyectar el pecho bueno como si fuera propio, lo cual fortalece la sensación de seguridad del Yo. En cambio las experiencias de privación lo aterrorizan pues se siente absolutamente indefenso y a merced de la pulsión de muerte. Ésta, que no puede ser tolerada como tal en el aparato psíquico, se proyecta entonces sobre un objeto. De esta manera el miedo frente a aquella pulsión se transforma en miedo a un perseguidor (el pecho malo), que encuentra su correlato real en las experiencias eventuales de privación del cuidado materno. (La utilización de la palabra "pecho" se aplica aquí en el sentido de Winnicott, no sólo en referencia al pecho en sí mismo, sino a toda la técnica de la crianza). Como se ve, el bebé vivencia el mismo objeto-pecho como si fueran dos, distintos y parciales (escisión). Por un lado, se relaciona con un pecho ideal que lo gratifica, y al que desea introyectar para fortalecer su Yo. Por otro, existe para él un pecho persecutorio, en el que proyecta sus propios sentimientos agresivos generados por la experiencia de la frustración. Ello a su vez le produce temor y ansiedad paranoide (persecutoria). El objeto persecutorio a veces se fragmenta, dando lugar a numerosos "perseguidores". En realidad, conviene aclarar que el juego de introyecciones, proyecciones y reintroyecciones, según Klein lo describe, es bastante más complejo. A veces, por ejemplo, se puede proyectar el objeto bueno para preservarlo de lo que se vive como abrumadora maldad interna. O bien se puede introyectar el objeto malo para identificarse con él y evitar así el castigo, en una especie de primitiva identificación con el agresor. Así también se puede introyectar el objeto malo sin identificarse con él, lo cual representa el origen de posibles temores hipocondríacos.
 
Podemos resumir entonces lo expuesto afirmando, con Segal, que "la posición esquizo-paranoide se caracteriza por el hecho de que el bebé no reconoce personas, sino que se relaciona con objetos parciales, y por el predominio de la ansiedad paranoide y de procesos de escisión" (Segal, 1964).
 
Haremos aquí una breve digresión aclaratoria. De lo dicho se deduce que para Klein el bebé no necesita recibir estímulos negativos del medio para generar fantasías agresivas y persecutorias, puesto que éstas son el resultado de la derivación hacia el exterior de la pulsión de muerte. Por lo tanto, la influencia positiva o negativa del ambiente, si bien no es inoperante, debe entenderse en términos de cómo el bebé interpreta los estímulos de acuerdo a sus fantasías. Así, las buenas experiencias tenderán a fortalecer la sensación de estabilidad y de poder del objeto bueno, y por ende del Yo que se relaciona con aquel. Esto favorecerá los procesos de introyección del objeto bueno, con el consiguiente fortalecimiento del Yo. Habrá entonces menos necesidad de proyectar la agresión, ahora mejor tolerada gracias a la confianza en que al final predominarán las buenas experiencias y el objeto bueno. Con la disminución de la proyección, y de la escisión, el Yo no malgasta sus energías, fortaleciéndose más aún. Por el contrario, las experiencias de privación intensa confirmarán la creencia en el poder del objeto persecutorio, aumentando la indefensión del Yo y la consecuente agresión, nuevamente proyectada. Esto supone un círculo vicioso que empobrece al Yo, obligándolo a hacer uso masivo de sus mecanismos de defensa a fin de aliviar la ansiedad, así como privándolo de energía para su desarrollo.
 
Todo lo anterior nos aclara por qué, para nuestra autora, el bebé no está necesariamente escindiendo y proyectando todo el tiempo en estos primeros meses. Ello se produce sólo ante las experiencias ansiógenas. Pero si predominan las experiencias de gratificación, (la_madre "suficientemente buena" de Winnicott), se hacen patentes también las tendencias a la integración, que están presentes según Klein desde el comienzo de la vida (acaso una manifestación de la pulsión de vida). Estas tendencias a la integración, concomitantemente con la maduración psicofisiológica de las capacidades perceptivas y cognitivas del Yo, preparan el camino a la síntesis e integración de los objetos parciales, así como del Yo bueno, y el Yo-malo. Si, además, en los primeros seis meses, predominan las experiencias gratificantes del maternaje, el bebé aprenderá a manejar la tensión, de manera más adecuada, disminuyendo entonces la tendencia a la escisión y a la proyección. Toda esta evolución conducirá a que, hacia el sexto mes de vida, se produzca el cambio capaz de marcar el pasaje hacía una nueva posición en la que el bebé puede reconocer a la madre como objeto total, así como a su propia relación con ella en cuanto Yo total.
 
Este reconocimiento implica la percepción de que el mismo objeto es a la vez la fuente de lo bueno (la gratificación) y de lo malo (la frustración o la privación). Concomitantemente, el Yo se transforma en un Yo total, que incluye sus aspectos buenos y malos, sus pulsiones libidinales y agresivas. Esto conduce al establecimiento de una nueva posición en el aparato psíquico: la posición depresiva. En palabras de Segal: "el reconocimiento de la madre como objeto total marca el comienzo de la posición depresiva, caracterizada por la relación con objetos totales, y por el predominio de integración, ambivalencia, ansiedad depresiva y culpa" (Segal, 1964).
 
Aclaremos qué significan dinámicamente los conceptos vertidos en el párrafo anterior, lo que nos ayudará a comprender el nuevo funcionamiento psíquico, característico de la etapa depresiva. El reconocimiento de la madre como objeto total, independiente de sí, a consecuencia del predominio de la integración, implica aceptar que ella es un individuo con una vida propia, y que tiene relaciones con otras personas que no son el bebé. Implica también percibirse a sí mismo como individuo único, separado de la madre. Esta es la fuente de sensaciones de desamparo y celos, tanto como del temor a perder el amor de la madre. El bebé siente entonces ambivalentemente respecto de ésta, pues ahora la percibe como la fuente, no sólo de sus gratificaciones, sino también de sus frustraciones. Por ello la ansiedad propia de esta posición (ansiedad depresiva) resulta del temor a que los propios impulsos destructivos, antes dirigidos a un fantástico "objeto malo" distinto de la madre, dañen ahora al objeto del cual se depende totalmente. Cuando se ve expuesto a situaciones de privación el bebé siente impulsos agresivos hacia la misma madre a quien ahora reconoce como la fuente de la gratificación. El bebé siente fantásticamente que dichos impulsos son capaces de dañarla. Pero ella es a la vez la fuente del amor y de la satisfacción. Lo que produce ansiedad depresiva y culpa, dos típicos sentimientos de este período. La destructividad pulsional debe entonces ser morigerada por nuevos mecanismos de defensa, distintos de la escisión y la proyección. Así, para Klein, la preocupación por la integridad del objeto es la que cambia los fines pulsionales. "La experiencia de depresión" , dice Segal, "moviliza en el bebé el deseo de separar al objeto de los objetos destruidos (...) E1 conflicto depresivo es una lucha contra la destructividad del bebé, y sus impulsos amorosos y reparatorios".
Al advertir su propia existencia como Yo individual, así como la de los objetos en cuanto entes separados, el bebé perfecciona su distinción entre fantasía y realidad, que según Klein existía desde un principio, aunque rudimentariamente. A la vez, sus propios impulsos amorosos y reparatorios se convierten en las fuentes ulteriores de la sublimación, la creatividad, y la capacidad de establecer un amor objetal, con un mínimo de catexia agresiva. Tales impuslsos reparatorios se dirigen no sólo a los objetos externos sino a los internos, que han fortalecido al Yo por introyección. De esta manera se afianza la creencia en la bondad del Yo y en su capacidad de amor y reparación. La introyección del objeto materno total fortalece al Yo, en mutua influencia con la maduración fisiológica de este último, y favorece el desarrollo de la percepción, la memoria, el pensamiento, etc. Este desarrollo se ve sostenido por aquellos estímulos ambientales que le otorguen al bebé confianza en sus impulsos reparatorios. Lo que implica, principalmente, el predominio de situaciones de cuidado y gratificación materna, capaces de desmentir los temores de haberla destruido tanto a ella como a su amor. Gradualmente el Yo, fortalecido por la introyección del objeto total y la integración, encuentra nuevos recursos para influir sobre la realidad externa, con lo que los mecanismos de defensa más primitivos son reemplazados por los que Freud había descripto, especialmente la represión. A la vez la integración favorece el perfeccionamiento del sentido de realidad.
 
Una vez más, como en la posición esquizo-paranoide, la calidad preponderantemente negativa de los estímulos ambientales puede interactuar con las fantasías del bebé. Cuando la realidad externa desmiente las fantasías reparatorias del Yo, y predominan las experiencias que parecen confirmar el poder de sus fantasías destructivas (esto es, las experiencias de privación del amor materno, que se viven como causadas por la destrucción de la madre buena por tales fantasías), el Yo pierde la confianza en su capacidad de reparar interna y externamente los objetos buenos. De manera que el pequeño vive con el temor de haberlos destruido. Por lo tanto el sentido de realidad se debilita, y el desarrollo del Yo se empobrece.
 
Corresponde decir aquí unas palabras respecto de la concepción kleiniana sobre el desarrollo del Super-Yo, ampliando lo que ya adelantáramos. Klein afirma que desde el comienzo existen rudimentos del Super-Yo. Rudimentos que resultarían de la introyección del objeto persecutorio (precursor de la conciencia moral) y del objeto ideal, (precursor del ideal del Yo que puede tornarse tiránico por sus exigencias) durante la etapa esquizo-paranoide. Cuanto más primitivas estas introyecciones, más fantástica será la naturaleza del Super-Yo resultante.
 
Como se ve, todo esto es un acontecer anterior al establecimiento del complejo de Edipo, que era para Freud el origen del Super-Yo. Cabe decir que para Klein este complejo también está antedatado, aunque no tanto como la constitución del Super-Yo, de la cual lo desvincula genéticamente. Con la experiencia ulterior, y el predominio de la integración en la posición depresiva, lo persecutorio del Super-Yo tiende a morigerarse, adquiriendo, según Segal, "el carácter de padres buenos y amados. Dicho Super-Yo no es sólo la fuente de sentimientos de culpa, sino un objeto de amor y, además, un objeto que, según lo siente el niño, lo ayuda en su lucha contra los impulsos destructivos" . (Segal, 1964).
 

¿Cuando termina la posición depresiva? Los conflictos principales para el asentamiento de la posición depresiva ocupan la vida psíquica del bebé en el segundo semestre de vida. Pero una vez afianzada la posición depresiva, ésta tampoco desaparece, sino que queda como otra base de la constitución del aparato psíquico. La posición esquizo-paranoide tampoco desaparece. De hecho los mecanismos propios de ella subyacen en muchos comportamientos normales ante conflictos que no pueden ser resueltos según una pauta depresiva de relaciones objetales. Por ejemplo, una persona adulta normal, ante el surgimiento de impulsos muy agresivos hacia un objeto apreciado al que no se siente capaz de reparar, puede defenderse de su percepción escindiendo el objeto y proyectando el impulso agresivo en otra persona, que pasa a ser aborrecida fuera de proporción con la realidad. La razón de esta permanencia la explica muy bien el siguiente párrafo de Segal, que ya fuera citado en la primera parte de esta obra, y que ahora reiteramos a manera de conclusión de lo expuesto sobre el pensamiento kleiniano: "En un sentido la posición esquizo-paranoide y la depresiva son fases del desarrollo. Podrían considerarse subdivisiones de la etapa oral, ocupando la primera los tres o cuatro primeros meses y siendo seguida por la última en la segunda mitad del primer año de vida (...) Pero Melanie Klein eligió el término posición para destacar que el fenómeno que estaba describiendo no era simplemente una etapa o fase transitoria, como por ejemplo la etapa oral. Posíción implica una configuración específica de relaciones objetales, ansiedades y defensas persistente a lo largo de toda la vida. La posición depresiva nunca llega a reemplazar por completo a la esquizo-paranoide; la integración lograda nunca es total, y las defensas contra el conflicto depresivo producen regresión a fenómenos esquizo-paranoides, de modo que el individuo puede oscilar siempre entre ambas posiciones (...) La forma de integración de las relaciones objetales durante la posición depresiva queda como base de la estructura de la personalidad".*
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