Las enseñanzas de las psicosis (libro)
LAS ENSEÑANZAS
DE LAS PSICOSIS
¿Qué puede esperar un paciente psicótico
de un psicoanalista?
Dedico este libro a mi hijo Aldo Javier.
Agradecimientos:
Parte de
esta producción ha sido fruto de una investigacón de la Maestría en Psicoanálisis
de la Universidad
Kennedy, en convenio con el Centre Hospitalier Specialice
Abaye de Prémontré y el Groupe de Recherche pour Psychose. Mi agradecimiento a
ambas instituciones. En particular al Departamento de Investigaciones y
Cooperación Internacional, a quienes participaron como verificadores
argentinos: Jorge Garzarelli y Federico Aberastury, a los evaluadores externos
internacionales: Roland Broca (CHS Prémontré) y François Sauvagnat (Université
de Rennes). A mi querida amiga Françoise Gorog (CHS Sainte Anne) quien dedicó
su prólogo a este libro.
Indice
INDICE
Prólogo, Françoise Gorog
Presentación a la primera edición, Federico
Aberastury
Presentación a la segunda edición, Humberto
Acosta Mesa
Introducción
Capítulo I. Los conceptos fundamentales en la
teoría psicoanalítica de las psicosis
Lugar del padre en psicoanálisis: Un
significante
La inscripción del S1
El padre como síntoma
Para una clínica posible de las psicosis
El sujeto y el Otro en las psicosis
El desencadenamiento de las psicosis
El sujeto fuera de discurso
La forclusión del significante
Nombre-del-Padre
La regresión tópica al estadío del espejo
El empuje-a-la-mujer
Los fenómenos elementales
La alucinación verbal
El objeto a
en las psicosis
La
voz
El
silencio
La
mirada
El delirio
El neologismo
Algunos criterios para un diagnóstico de las psicosis
Capítulo II. La ética de la intervención
posible
No retroceder frente a las psicosis
La psicosis como producto de una intervencion
imposible
Un punto de partida ético: orientarse en la
estructura
¿Qué función tiene los fenómenos de lenguaje
en las psicosis?
¿Qué puede hacer un analista frente a un
psicótico?
¿Qué espera un psicótico de un analista?
Presencia del analista
Función testigo
Función destinatario
Función secretario
Funcion garante
Algunas intervenciones estabilizantes
De “malo de constitución” a “Maliato”
Capítulo III.La Señora Bv. Psicosis y acto
analítico
El pedido de tratamiento
Antecedentes
Primer tiempo: El analista como testigo y
secretario
Segundo tiempo: El analista como destinatario
Tercer tiempo: El analista como garante.
Erotomanía de transferencia mediatizada
Cuarto tiempo: El testimonio del sujeto
Re – flexión
Anexo: Recortes clínicos
Bibliografía General
Prólogo
Por
Françoise Gorog
J
|
acques Lacan ha explicado en el
devenir de su ponencia “Exposé chez Daumézon” —como la ha titulado la
transcripción—, en Sainte Anne en 1970 el aporte del psicoanálisis a la semiología
psiquiátrica. Sostenía: “He allí que el aporte del psicoanálisis subvierte
todo”.
Una
subversión de la semiología psiquiátrica es lo que propone el libro de Amelia
Imbriano.
Por
eso, antes de iniciar el estudio de un sorprendente y demostrativo trabajo
analítico con una paciente psicótica, la autora recuerda los diferentes tiempos
de la enseñanza de Jacques Lacan sobre las psicosis.
Recordemos
aquella frase de la cual Lacan había tomado la ironía de Poincaré sobre Cantor,
para reafirmar en L’etourdit: “Mi discurso no es estéril, engendra la
antinomia, y aún más: demuestra poder sostenerse en las psicosis”.
Más
que eso, sabemos que en el momento en que Lacan realizaba la apertura de lo que
entonces se llamó la
Sección Clínica, puso los puntos sobre las íes en un
aforismo: “La paranoia, quiero decir las psicosis, es para con Freud
absolutamente fundamental. Las psicosis es aquello delante de lo cual un
analista no debe retroceder en ningún caso”.[1]
Por
cierto, este consejo fue algunas veces entendido en su versión samaritana pero
no solamente de ese modo. Sus alumnos comprendieron también que no debían
retroceder tampoco delante de los problemas que presentan las psicosis al
pensamiento. Es lo que muestra Amelia. Ella ha sabido hacerse unas orejas
idóneas para las psicosis, para retomar la expresión del Saber del
Psicoanálisis, pronunciado en la
Capilla de Sainte Anne.
Lacan
aseguraba, en su lengua vernácula, aquello que sabía tan bien insertar en las
concepciones que testimoniaba respecto de su relación a los diversos aspectos
de la cultura, la más amplia, la más aguda, la más contemporánea, aquella que
restituyó en su propósito, hablando de los psicóticos dentro de sus muros, que
un analista puede entenderlos, pero con una condición: “¡Quiero decir que la
personas que están aquí a título de estar dentro de los muros, son
completamente capaces de hacerse entender, a condición de que haya orejas
idóneas!”
¿Cómo
hacerse de unas orejas idóneas? Es simple. Estar allí, dentro de los
muros pero sin las barreras tradicionales de la psiquiatría, para evitar ser
“tomados por los locos”.
Según
Lacan, es una apuesta la que está en juego: “El progreso capital —que podría
resultar del hecho de que algún psicoanalista se ocupe, un día, verdaderamente
del loco”[2]
La
analista que publica esta obra lo ha hecho. Esto es patente. Lacan, él mismo,
se ha ocupado verdaderamente del loco y el progreso capital ha sido, además de
un abordaje posible de las psicosis, la invención que él reivindica como tal,
aquella de su pequeño a, este objeto a del cual asegura: “Si un
día yo he inventado lo que era el objeto a, es que ya estába escrito en Trauer
und Melancholie.[3]
Homenaje
mancomunado a Freud y a la melancolía. Es por eso que no hay dudas de que
Amelia Imbriano sitúa justamente su trabajo bajo los auspicios de un texto
felizmente referido desde sus primeras líneas —un texto prometedor de avances— la Presentación
Autobiográfica de 1925, en la que Freud no solamente
evoca la ganancia teórica de la teoría psicoanalítica de las psicosis sino que
estima también la confianza que se puede tener en la aplicación práctica del
psicoanálisis en las psicosis. Se garantizan los resultados obtenidos en
algunos casos de depresión, de paranoia leve y de “esquizofrenias parciales”.
En ese momento, el pragmatismo freudiano extrae una conclusión de resultados
clínicos comprobados, de una manera que contrasta con otros de sus escritos
desmovilizantes para sus alumnos deseosos de entender su método respecto de las
psicosis o, al menos, para algunas de ellas.
El
trabajo del libro se refiere ciertamente al Presidente Schreber, el
maestro en la ciudad de los analistas que no quieren retroceder delante de las
psicosis y a la interpretación que dio Freud en los Cinco psicoanálisis.
Pero
se debe también al avance inaudito que pone a pleno el abordaje lacaniano de
las psicosis donde atraviesa con cuidado las etapas de su trayecto.
Este
libro será el “libro compañero” de aquellos que confían en la declaración
freudiana y a la continuación lógica que sobre ello diera Jacques Lacan.
Él anuda muy cuidadosamente la lectura razonada de los
textos a una experiencia clínica que muestra de modo muy convincente una de las
últimas frases de la autora: “una dirección de la cura es posible para las
psicosis”. Es lo que hace de ésta, una obra excepcional.
La lectura de Freud encubre unos hallazgos, por ejemplo,
en ocasiones lingüísticos, como el empleo del verbo Aufheben en la
fórmula freudiana — “aquello que es abolido adentro retorna desde el
exterior”—. Donde la abolición es significada por la misma palabra de la lengua
alemana que utilizó Hegel para la dialéctica, materia de reflexión que no tiene
su lugar en este desarrollo.
En
cuanto a la lectura de Lacan, la autora hará sonrojar a más de un lector
francés cuando retoma el aporte de Damourette y Pichon sobre la negación
discordancial y forclusiva.
Del
mismo modo, cuando retoma la historia del aporte de Jean Paul Sartre —citado en
el Seminario 1 de Lacan referida a
la azarosa traducción inglesa de
“estadío del espejo” por the look and the glaze— el tema
de la vergüenza, el de la mirada cuando haya “un murmullo de ramas, el sonido
de pasos seguidos por el silencio, la leve apertura de una persiana, o el
ligero movimiento de una cortina” del Sartre de 1943, dan testimonio de una
lectura de las obras francesas que es un honor para la cultura gala. De la
misma manera y con la misma precisión que para el conjunto de los trabajos
lacanianos, esta psicoanalista refiere cómo Lacan se aleja de Sartre y hace
aparecer la escisión entre el ojo y la mirada en el seminario de Los cuatro
conceptos.
Amelia
Imbriano suscitará también la envidia o más bien la admiración y la mirada
negativa de los europeos por su soltura entre las referencias en alemán del Moisés
y el monoteísmo hasta la lectura que Freud hizo de Brentano.
Supo
tambien eligir entre los escritos de Jacques Lacan frases que testimonian la
lengua del psicoanalista, su estilo y enseñanza. La calidad de su enunciación
no ha quedado para ella como letra muerta, sino que por el contrario, ha dado
lugar a lo que se debe distinguir, con modestia, como invención de la manobria
posible de la cura con el paciente psicótico.
Para
ejemplificar un punto entre muchos, vemos cómo el caso de la “Señora Bv”
demuestra la efectividad del designar el silencio y la inercia como figura
primaria del goce a partir del “asesinato del alma” del Presidente Schreber.
Es tomar acto de lo que Lacan llamó “el desorden provocado en la articulación
más íntima del sentimiento de la vida” instalado en el sujeto psicotico.
De
la misma manera, Amelia Imbriano ordena los tiempos de su intervencion en la
cura según la frase de Funcion y campo de la palabra y del lenguaje:
“Testigo invocado de la sinceridad del sujeto, depositario del acta del
discurso,referencia de su exactitud, fiador de su rectitud, guardián de su
testamento, escribano de sus codicillos, el analista tiene algo de escriba”.
La
funcion testigo es precisamente la que hace de apuntalamiento del límite,
evitando de este modo que la transferencia se convierta en erotomanía
mortificante. El analista es llamado a constituirse como suplente y hasta
competidor de las voces pero consiente sobrevendrá la la erotomanía
mortífera.
Con
Colette Soler, la autora retoma tanto el silencio de abstención como el sostén
de proyectos sublimatorios; tanto los imaginarios de seguridad como el
alojamiento de la construccion del delirio.
“De
malo de constitución a maliato” es ejemplar y se puede aprovechar la enseñanza
de la articulación del caso, de la clínica bajo tranferencia con las
referencias téoricas ya citadas.
Amelia
Imbriano brinda al lector la oportunidad escasa en el ámbito lacaniano, de un
testimonio de un trabajo de diecinueve años con una paciente psicótica.
Califica la posición del analista como artesanal y escribe una fórmula muy
feliz: “Lo que el analista sabe es que él no habla mas que al costado de lo
verdadero, porque lo verdadero lo ignora: el que sabe, en análisis, es el
analizante”. Este trabajo permitió a la paciente vivir sola, producirse como escultora
y lograr una posición subjetiva de notable elaboración.
Es
por ello que el clínico, psicoanalista, estudioso de Lacan, encontrará aquí un
soporte para su clínica, como para su ética, con el indispensable gusto de la
invención que requiere el trabajo analítico con las psicosis.
París, 4 de Febrero
de 2003
Por Humberto Acosta Mesa
La presentación de
“Las enseñanzas de las psicosis”, en esta nueva edición, no resulta
solamente de la lectura del texto, sino que producto del intercambio que
durante varios años ha sostenido el Departamento de Psicoanálisis de a
Universidad de Antioquia con la Doctora Amelia Imbriano. Intercambio epistolar y
diálogo profundo en encuentros muy amables sobre clínica psicoanalítica.
Siendo un tema tan complejo, su abordaje nos pareció amable
y respetuoso con el lector. ¿Qué puede
esperar un psicótico de un psicoanalista? Es lo que ella se propone
resolver. Pero queda aún algo más inquietante que ella incluye y que compromete
de manera profunda la función del analista, en su decisión, y que lo dice sin
ambages, a saber: ¿Qué puede esperar un
psicoanalista de un paciente psicótico? Estos son los problemas que se
enfrentan en el texto. Los dos primeros de manera clara y explícita y el tercero
como invitación.
Si bien podemos hoy comprender cómo y por qué Freud nunca
se sintió cómodo con la psicosis, también sabemos que esto no fue óbice para
incluirla siempre en sus reflexiones, especialmente a la paranoia, y supo desde
su conceptualización acerca de la libido y del objeto, desentrañar su
causalidad psíquica. Reconoció incluso que todo lo que había comprendido de
ella, la psicosis, era mucho más de lo que verdaderamente podía hacer en la
búsqueda de una eficaz intervención del psicoanalista. Por lo mismo, siempre
tuvo reservas ante la posibilidad de emprender la cura de un psicótico. Pero
también es un hecho que ante la magnitud del sufrimiento que la psicosis
implica para el sujeto atrapado en ella, el desconcierto y la confusión son los
sentimientos más originales que esperan a cualquiera que se le enfrente sin más
herramientas que la palabra y la creatividad, tal
como lo impulsa la ética del psicoanálisis, que finalmente es la del
psicoanalista que desconfía y no abusa de la ortopedia química. Interesante
puede resultar un delirio o una alucinación, pero sólo si se aplica a la
enseñanza que la psicosis nos deja, pero no como las palabras “bella” e
“interesante” que se aplican a la obra de arte, aunque a veces tengan tantas
similitudes.
Por su lado Lacan siempre impulso la prudencia. Insistió en
ella a la hora de emprender una cura o de abrir el inconsciente, porque a pesar
de que su noción de estructura es férrea, no deseaba verse sorprendido por la
psicosis. Y además mantuvo el principio freudiano de causalidad psíquica para
la psicosis y de allí su polémica con Henry Ey. Si la investigación la condujo
Freud confiando en su neurótica, con Lacan se produce una estructura lógica de
principio a fin en su pensamiento, insistiendo en que no podía ignorarse esa
gran clínica. De la fase del espejo al nudo borromeo, su investigación la
conduce la psicosis. De lo imaginario –rivalidad especular para la paranoia−
pasando por lo simbólico, entramado en el lenguaje pero sujeto fuera de
discurso, a lo real, o de un goce sin límite que significa una entrega total al
goce del Otro. RSI que terminan en anudamiento o desanudamiento, y que es la forma final como cobran sentido
estos registros que Lacan llama “mis tres”.
Esta última cuestión, sin desconocer los aportes de Freud,
es en la que se apuntala el recorrido que la autora realiza dejándose llevar en
la dialéctica del caso y en las enseñanzas de la psicosis. Se toma muy en serio
a Lacan en su proposición de que existe una dirección de la cura para los
neuróticos y un tratamiento posible para la psicosis, asunto que ella asume con
valor y que se ve reflejado claramente en la forma como propone el lugar del
analista frente al psicótico, desmintiendo con argumentos la afirmación
freudiana, y de otros, de que no se produce transferencia en este, y ofreciendo
en cambio las indicaciones sobre las maniobras que el analista puede realizar
frente al paciente para facilitar su establecimiento. De esta manera llega a
las siguientes proposiciones del lugar del analista, o como ella lo expresa
mejor, de su presencia, pues es en esta última que ella basa su intervención
frente a la Sra. Bv.
Son estas pues la función testigo, la función destinatario, la función
secretario y la función garante. Contando con esta forma posible de su presencia,
contando con lo que la psicosis ha enseñado a Freud, a Lacan, corpus teórico,
es como ella entra de lleno en el relato de una mujer psicótica cuya relación
analítica se sostuvo durante diecinueve años. Y en este sentido me veo
precisado al reconocimiento de la lucidez y el rigor con el que nos trasmite
este largo proceso, pues es obvio el esfuerzo por formalizar esos cuatro
tiempos en los cuales la
Doctora Imbriano arroja luz a lo acaecido, es decir, logrando
realizar la presentación del caso en continuidad de tiempos lógicos de un
trabajo que siempre contó con la transferencia. Y con esto sella la posición
ética de un analista frente a la psicosis: si se actúa con prudencia, si se
asume la transferencia y no hay prisa para entender, para comprender y, menos
aún, para interpretar, se cuenta entonces con los insumos para no tener que
retroceder. Con estos elementos podrá entonces iniciar la respuesta a lo que
puede esperar un analista de un psicótico en tratamiento. Un guiño que en
cualquier momento puede saltar y que le da lugar al analista. ¿Para qué más? La
analista lo reconoce en su caso por un leve gesto agresivo que le permite
modificar las condiciones, pasando de la consulta domiciliaria a la sesión en
su propio territorio. Lo que de allí se sigue es creatividad, posibilidad, pues
si no se retrocede es porque algo se espera.
Leer y estudiar este libro ha sido para mí grato y con
enseñanzas, y es muy posible que aquellos que sienten interés y curiosidad por
el tema encuentren en él elementos de avance.
Medellín,
Marzo de 2009
Humberto
Acosta Mesa,
Jefe
del Departamento de Psicoanálisis
Universidad
de Antioquia
Presentación
A LA PRIMERA EDICIÓN
A LA PRIMERA EDICIÓN
Por
Federico Luis Aberastury
C
|
orría el
mes de diciembre de 1999 cuando recibía la proposición del Gabinete de
Investigación y[A2]
Vinculación Tecnológica de la Universidad John F. Kennedy de desempeñarme como
verificador externo en un proyecto de investigación sobre “El tratamiento
psicoanalítico de las psicosis. El cálculo de la intervención” con una línea de
fundamentación freudo-lacaniana, lo cual explicaba mi postulación a partir de
la adjudicación de un supuesto saber que agregada a cierta veteranía
había honrado mi nominación en lo que más adelante consideraría un proyecto de
inconmensurable valor tanto por su tratamiento en la práctica teórica como en
la seriedad y coherencia de las proposiciones clínicas.
Debo
decir que conocía a la autora por su nombre, pero nada sabía por ese entonces
ni de su persona ni de su producción. Hoy me siento afortunado de haberme
involucrado con su intelecto y producción además de experimentar la fluidez de
un trato personal encantador a partir del cual disfruto del placer de prologar
su libro.
En aquel entonces, impuesto a la tarea de acompañar con
mi lectura el esfuerzo de trasmisión de la autora que implicaba la proposición
de un recorrido teórico nada fácil como es el del edificio teórico lacaniano,
me preocupaba por discernir de qué forma Imbriano lo articulaba con el tronco
freudiano. Desde el epígrafe elegido, avanza decididamente hacia una toma de
posición sobre lo que implica la posición del análista en lo referente a la
psicosis.
Dice
la autora:
“Como
lógica respuesta a esta patología la sociedad y la psiquiatría aislan al
psicótico para prevenir el peligro sobre sí mismos y sobre terceros, realizando
en principio un tratamiento manicomial. Pero los ‘beneficios’ [las
comillas son mías] tienen como contrapartida la producción de una mayor
alienación y cronificación”.
Ya
entrando en materia y acompañando el itinerario propuesto por Amelia Imbriano,
nos encontramos con “Los conceptos fundamentales de la Teoría Psicoanalítica
de las psicosis”.
Una
práctica teórica implica para quienes se lo propongan, un trabajo donde un
tiempo de comprender y un tiempo de concluir queden reflejados de tal manera en
la producción de escritura, que den cuenta de que ha existido una apropiación
del estado del arte que haya servido de guía para el propio pensamiento, puesto
en acto en lo propuesto en el escrito.
Se trata de entender que el tronco del psicoanálisis
emerge de raíces que han precisado las condiciones para que sera considerado
una ciencia con un campo propio y diferente de otros campos como el de la
medicina, las neurociencias, la psicología y la filosofía. Aunque esto no
impida, sino más bien aconseje como en toda ciencia, no descuidar las
interrelaciones posibles en tanto todas ellas han progresado de diversas
maneras su surco en Lo Real.
Imbriano
realiza esta obra, revelando conocer las corrientes actuantes en la historia
del movimiento psicoanalítico y en la actualidad, trabajando con un estilo que
acompaña lo que yo llamo ensambles metapsicológicos con el tronco freudiano. Su
recorrido por la producción lacaniana es impecable por la amplitud de sus
lecturas de la obra de Lacan y de otras fuentes de orientación lacaniana.
Cuando
llega a plantear cuestiones esenciales a la práctica clínica propuesta, en el
capítulo sobre La ética de la intervención pone a disposición del
practicante interesado los elementos para su implementación. Lo acerca, en mi
opinión, a una dirección de la cura.
Particularmente, creo en que cada práctica
psicoanalítica, aun en el tratamiento de lo que Freud llamaba neurosis de
transferencia, las recomendaciones que constituyen los aspectos invariables de
un encuadre y las advertencias sobre las necesarias condiciones de la
transferencia y la regla fundamental plantean en el caso por caso o en
determinados momentos del recorrido de ciertos análisis, intervenciones que
corresponderían a lo que llamamos vacilaciones en la neutralidad. Por eso
prefiero hablar de posición del analista o decir que no hay la técnica
psicoanalítica, en el mismo sentido en que leo el dicho lacaniano: “no hay
relación sexual” o “la mujer no existe”. Sí, podríamos hablar de una techné
necesaria y pasible de trasmisión y creo que en eso consiste la ética de la
intervención que ilustra en forma notable la autora en el último capítulo de
este libro. Psicosis y acto analítico es el capítulo dedicado a la
presentación clínica de “La señora Bv”, tratamiento llevado a cabo por Amelia
Imbriano durante diecinueve años,
muestra y demuestra con maestría su idea de “un tratamiento posible” y de “una
dirección de la cura”.
Cito
textualmente un párrafo de la reflexión final del libro que ilustra la esencia
de la propuesta:
“La
maniobra de transferencia tiene su punto pivote en el no retroceder respecto de
la ética del psicoanálisis. Si el analista se mantiene en ella, el dispositivo
posibilitará que se operen distintas funciones: testigo, secretario,
destinatario, garante (y quizás otras) que permiten maniobrar la transferencia
o sea el trabajo de transferencia de los fondos de goce del inconciente al
significante. Y, es desde este lugar, que sostengo una dirección de la cura
posible para las psicosis [...] donde puede darse la ocasión que un sujeto
ofrecido al goce del Otro, puro deshecho que espera en silencio que alguien
quiera acogerlo, literalmente abandonado por el significante, pueda –un
analista– inventar un modo de goce por el rodeo de la maniobra de
transferencia, rodeo por el amor en su lógica misma: el cálculo, en su intento
de reglar lo posible del goce.”
Estoy
de acuerdo con la propuesta, tal como lo he adelantado, pues la trascendente
proposición está puntualizada en el avance desde un tratamiento posible a una
dirección de la cura posible. Esto a condición de que quien este habilitado
para ello conduzca la dirección de la cura con artesanía, lo cual es solo
realizable si el analista ha transitado el proceso que lo habilita por haber
sucedido en él la apropiación de los fundamentos. Así, entiendo que el analista
se autoriza a sí mismo.
Sabremos,
entonces, al recorrer las páginas del libro, a partir de la introducción, que
se trata de interpretar el postulado básico de Lacan: la falla estructural de
las psicosis tiene su origen en un mecanismo denominado forclusión del
Nombre del Padre. Amelia Imbriano propone “A través de una conveniente
intervención del dispositivo analítico puede realizarse la operación denominada
maniobra de transferencia por la cual se posibilita algo en el
orden de un pasaje de sujeto de goce al de sujeto acotado por el
significante”.
La
pregunta ¿qué puede esperar un psicótico de un analista? impulsa todo el
trabajo de esta obra, a partir de considerar que: Termina preguntando, para
luego responderse: “En la clínica de las psicosis es necesario reivindicar el
lugar del sujeto, ofertarle una oportunidad justifica la intervención de un
analista”.
La
autora no desconoce los aportes de los grandes maestros de la psiquiatría y los
articula a los fundamentos del psicoanálisis. Por eso puede plantear y
explayarse a partir de afirmaciones tales como “La clínica de las psicosis es
la clínica de las respuestas de lo Real” y luego, más específicamente
“La clínica de las psicosis es la clínica del fenómeno elemental” con lo
cual arriba a la función del neologismo aclarada por la distinción entre
fenómenos de código y fenómenos de mensaje.
Problemas cruciales para el
abordaje psicoanalítico de las psicosis son abordados con decisión y solvencia
teórica. Mencionaré solamente los títulos de su recorrido teórico, encadenados
en forma no azarosa: Consecuencias de la
forclusión del Nombre del Padre,
la regresión tópica al estadío
del espejo, el objeto a en las psicosis,
la voz, el silencio, la mirada, el empuje-a-la-mujer, fuera–de–discurso,
y el desencadenamiento de las psicosis.
En
una segunda parte del libro, donde se desarrolla lo que llamo una práctica
clínica Amelia Imbriano nos propone La ética de la intervención posible,
que como bien dice la autora, no debe ser un salto al vacío.
Desde
hace ya dos años soy parte de la secretaria científica de una institución, la Asociación Psicoanalítica
Argentina, que acaba de celebrar sesenta años de existencia y casi treinta años
de una dirección en la formación de analistas caracterizada por el pluralismo
ideológico. Me esperan otros dos años más en una propuesta que me entusiasma
por acompañar, una gestión que se propone no sólo una apertura en el campo del
psicoanálisis, sino también pasar del pluralismo a la pluralidad. Esto es poner
a trabajar las encrucijadas teóricas y los conceptos en tensión, a partir de
admitir que toda corriente actuante en psicoanális aborda algo de lo real de la
clínica.
Mi
posición al respecto es bien conocida –para quienes me conocen– y creo no
equivocarme al decir que Amelia Imbriano procede con parecidos ideales. He
seguido atentamente los pasos de una meritoria y elogiable investigación que ha
abrevado no sólo de la escuela francesa sino también de la escuela inglesa sin
caer en el eclecticismo.
Por
eso es consecuente con lo que dice cuando plantea “Freud construyó el
psicoanálisis como un espacio de anudamiento teórico-clínico puesto a
prueba en cada análisis. El analista que responda por su posición deberá
renovar, vez por vez, la misma actitud”.
Más
adelante, ya adentrada en lo que llamaría una técnica posible recorreremos
pasos o momentos lógicos: Presencia del analista, Función testigo, Función
destinatario, Función secretario, Función garante, Intervenciones estabilizantes, dentro de las cuales destaco
particularmente, la llamada negociación con la voz alucinatoria.
Toda
esta técnica que se basa en el trabajo producido a partir de considerar que en
las psicosis puede haber un fuera–de–discurso pero no un fuera de lenguaje
(está más bien ahogado en su mar) permite pensar una dirección diferente a la
que solo atina a los psicofármacos, y desestima al delirio como un intento de
restitución.
Celebro la escritura de esta obra que me honra prologar
y que sin duda permitirá la apertura de nuevos horizontes en una problemática
tan enigmática y cruel como es la clínica de las psicosis.
Febrero 2003
Introducción
Medio siglo de freudismo aplicado
a las psicosis deja su problema todavía por pensarse de nuevo.1
L
|
as psicosis corresponden a un
modo de organización de la subjetividad en la que Freud encontró una forma
específica de pérdida de la realidad, lo cual representó un hallazgo respecto
de las teorías neuropsiquiátricas de la época. El maestro de Viena no aceptó
las teorías organogenéticas y se esforzó, a partir de la teoría de la libido,
en esclarecer sus mecanismos constitutivos. La “cuestión de las psicosis” es,
hasta en la actualidad, un punto de divergencia abismal entre la Psiquiatría y el
Psicoanálisis, cuestión que no se trata de una devaluación de los elementos de
la semiología psicopatológica sino del modo de lectura que se realiza sobre
ellos.
Freud
había investigado las vicisitudes de la libido infantil (1907-1910) cuando se
propuso realizar un análisis de las Memorias de un neurópata[4],
publicadas en 1903 por el presidente de la Corte de Apelaciones de Saxe, el Doctor en
Derecho Paul Daniel Schreber a quien nos referimos mas adelante. Fue en esa
labor donde pudo construir los elementos fundamentales para el entendimiento de
la arquitectura de las psicosis: su fundamento sexual denominado poussée a
la femme, y su mecanismo distintivo: Verwerfung.
Más
allá de los avances relativos al tema, son varias las veces que a lo largo de
la producción freudiana se contraindica el método psicoanalítico en el
tratamiento de las psicosis. Pero, en la Presentación
autobiográfica (1925) se abre una esperanza: “…el estudio analítico de las
psicosis parece excluido por falta de perspectivas terapéuticas […] al enfermo
mental le falta en general la capacidad para la transferencia positiva, lo cual
vuelve inaplicable el principal recurso de la técnica analítica. Empero, se
ofrecen numerosas vías de acceso. A menudo la transferencia no está ausente de
manera tan completa que no se pueda avanzar cierto tramo con ella, en las
depresiones psíquicas, la alteración paranoica leve, la esquizofrenia parcial,
se han obtenido indudables éxitos con el análisis […] Es verdad que en el
presente no todo saber se transpone en poder terapéutico, pero aun la mera
ganancia teórica no debe ser tenida en menos, y cabe aguardar con confianza su
aplicación práctica…”2
¿Cómo
responder a esta esperanza freudiana? De hecho, hubo y hay analistas que toman
en tratamiento a pacientes psicóticos. Sostienen el intento de una “clínica
posible”. Es, y posiblemente será, una tarea ardua para los psicoanalistas
esforzarse, a través de la formalización del trabajo con pacientes psicóticos,
para lograr el esclarecimiento de los mecanismos psíquicos que conducen a las
psicosis y a su tratamiento posible.
Freud
insistió en sus reservas con relación al análisis de psicóticos y Lacan, en su
prudencia: para los neuróticos hay una dirección de la cura y para los
psicóticos “un tratamiento posible”. En nuestro desarrollo, presentaremos un
relato clínico y tomaremos cartas en el asunto. Sostendremos la posibilidad de
una dirección de la cura para las psicosis cuyo final no se marcará por la
lógica del atravesamiento del fantasma sino por la maniobra de transferencia
implicada en el “pasaje” de sujeto mártir del inconsciente a sujeto trabajador.
Se trata del trabajo de las psicosis.
No
nos es posible hablar de psicosis sin realizar un homenaje al trabajo de Paul
Daniel Schreber3. La psicosis del Presidente Schreber se
desencadenó al ser nombrado presidente de la Corte de Apelaciones. Sobre su vida se ha
mencionado el verdadero terrorismo pedagógico ejercido por su padre que era
médico. Este padre era autor de un tratado de educación donde se desarrollaba
una teoría respecto del enderezamiento postural a través de una gimnasia
terapéutica. La enfermedad de Schreber comienza en 1893 con algunos sueños
donde aparecen algunos síntomas experimentados nueve años después, y donde se
impone la idea de que “sería hermoso ser una mujer en el momento del coito”. El
cuadro parecía una hipocondría grave. Los malestares físicos fueron
interpretados como persecuciones ejercidas por el doctor Flechsig, el mismo que
lo había tratado y curado anteriormente quien fuera acusado por el paciente de
ser el autor del “asesinato del alma”. Schreber permaneció internado hasta 1902
y el juicio que le devuelve la libertad contiene el resumen de su sistema
delirante en el siguiente pasaje: “Se consideraba llamado a procurar la
salvación del mundo y devolverle la felicidad perdida, pero sólo podría hacerlo
tras haberse transformado en mujer”.4 Schreber estimaba que
tenía un papel redentor que cumplir, convirtiéndose en la mujer de Dios y
procreando un mundo schreberiano, al precio de su emasculación. Pues ese Dios,
sustituto del doctor Flechsig, sólo estaba rodeado de cadáveres.
Freud
observa que el perseguidor designado, el doctor Flechsig, había sido antes
objeto de amor de Schreber y entonces sostiene la hipótesis de “un empuje a ser
mujer” de la libido homosexual como punto de partida de toda la enfermedad (poussée
à la femme). Se apoya en la teoría de que Flechsig fue para el
paciente un sustituto de sus objetos de amor infantiles, a saber, el padre y el
hermano, ambos muertos ya en el momento de la explosión del delirio. Refiere
Freud: “El fondo mismo del deseo se convierte en el contenido de la
persecución”.
Los avances freudianos sobre la teoría de la libido
llevan a la conclusión de que los esquizofrénicos tienen en esencia una libido
vuelta sobre el propio cuerpo.
El psicótico sufre de un desorden simbólico y de una
imposibilidad estructural de ubicarse en el lazo social (queda en el lenguaje
pero por fuera del discurso) lo cual se efectiviza en una profunda alteración
de sus vínculos con sus semejantes, pues lo llevan al encuentro con una
duplicación de sí mismo que desconoce y le resulta insoportable. Esto implica
que su ejercicio es peligroso para el
psicótico, pues lo lleva al encuentro con una duplicación de sí mismo que
desconoce y le resulta insoportable.
Como lógica respuesta a esta patología,
la sociedad y la psiquiatría aíslan al psicótico para prevenir el peligro sobre
sí mismos y terceros, realizando, en principio, un tratamiento manicomial. Pero
los beneficios tienen como contrapartida la producción de una mayor alienación
y cronificación.
Freud ha formulado que cada
estadía del desarrollo de la psicosexualidad ofece una posibilidad de fijación,
y de este modo, un lugar de predisposición[5].
Personas que no se han soltado por completo del estadío
del narcisismo […] están expuestas al peligro de que una marea alta de libido
que no encuentre otro decurso someta sus pulsiones sociales a la
desexualidación […]. A semejante resultado puede llevar todo cuanto provoque
una corriente retrocedente de la libido (regresion); tanto, por un lado, un
refuerzo colateral por desengaño con la mujer, una retroestasis directa por
fracasos en los vículos sociales con el hombre –casos ambos de frustración-,
como, por otro lado, un acrecentamiento general de la libido demasiado violento
para que pueda hallar tamitación […], y que por eso rompe el dique en el punto
más endeble del edificio. Puesto que en nuestros análisis hallamos que los
paranoicos procuran defenderse de una sexualización así de sus investiduras
pulsionales sociales, nos vemos llevados a suponer que el punto débil de su
desarrollo ha de buscarse en el ramo entre autoerotismo, narcisismo y
nomosexualidad, y allí se situará su predisposición patológica […]. A la frase
“yo lo amo (al varón) la contradice [6].
En los diferentes delirios que se
constituyen, todo se remite a contradecir esta única proposición, y las
diferentes formas clínicas de los delirios agotan todas las maneras posibles de
formular esta contradicción. Esos modos
son cuatro: contradicción al verbo (persecución), al objeto (erotomanía) y al sujeto (celos), contradicción íntegra
(delirio de grandeza).
En el
primer modo, característico del delirio de persecución opera una inversión del
verbo: “yo no lo amo, él me odia, lo odio porque me persigue”.
El delirio de persecuión, proclama en voz alta: “yo no
lo amo – pues yo lo odio”
Esta contradicción, que en lo incosciente no podría
rezar de otro mod, no puede devenirle conciente al paranoico en esta forma. El
mecanismo de la formación de síntoma en la paranoia exige que la percepción
interna, el sentimiento, sea sustituida por unapercepción de afuera. Así, la
frase “pues yo lo odio” se muda, por proyección, en esta otra: “El me odio (me
persigue), lo cual me justificará después para odiarlo”. Entonces, el
sentimiento inconsciente que pulsiona aparece como consecuente de unapercepcion
exterior:
“yo no lo amo – pues yo lo odio – porque
él me persigue”. La observación no deja ninguna duda sobre que el perseguidor
no es otro que el otrora amado”.[7]
En el segundo modo, el erotomaníaco se rechaza
el objeto:
Otro
punto de ataque para la contradicción lo registra la erotomanía, que sin esta
concepciónpermanecería totalmente incomprensible:
“Yo
no lo amo – pues yo la amo”.
Y
aquella misma compulsión a proyectar imprime a la frase esta mudanza: “Yo noto
que ella me ama”.
“Yo
no lo amo – yo la amo – porque ella me ama”.
Muchos
casos de erotomanía podrían impresionar como unas fijaciones heterosexuales
exageradas y disformes, que no tuvieran otro fundamente que se, si no
prestáramos atención a la circunstancia de que todos esos enamoramientos no se
instalan con la percepción interna del amar, sino con la der ser-amado, ue
viene de afuera[8].
En
el tercer modo, en el delirio de celos se contradice al sujeto, teniendo dos formas
de manifestación según hombres y mujeres.
El
hombre delirante no reconocerá al sujeto y transfomorá la proposición en “no
soy yo quien ama al hombre, es ella quien lo ama”, y sospecha de la mujer con todos
los hombre a quienes él está tentado de amar. […] De manera análoga se establece
la pranoia de celos en las mujeres: “no soy yo la que ama a las mujeres, sino
que él las ama”. La mujer celosa sospecha del hombre con todas las mujeres que a
ella misma le gustan como consecuencia de su narcisismo predisponente, devenido
hiperintenso, y de su homoxesualidad[9].
En el cuarto
modo, la proposición es rechazada en bloque:
“Yo
no amo en absoluto, y no amo a nadie […], sólo me amo a mí. Esta variedad de
contradicción
nos da por resultado el delirio de grandeza, que podemos concebir
como
unasobrestimación sexual de yo propio y, así, poner en paralelo con la
consabida
sobrestimación del objeto de amor[10].
En
la economía libidinal del psicótico, una percepción interna es sofocada y en su
lugar aparece una percepción venida del exterior.6 Surge, entonces,
la necesidad de plantear un mecanismo propio de las psicosis. En un primer
momento, consistirá en un retiro de los investimientos libidinales colocados en
las personas u objetos antes amados. La producción mórbida delirante sería en
un segundo momento, una tentativa de reconstrucción de estos mismos
investimientos, una especie de tentativa de curación: “Lo abolido del adentro —verwerfung—
vuelve del afuera”.[11] Después
de elaborar los conceptos de la segunda tópica, Freud deslinda el campo de las
psicosis entre un conflicto entre el yo y el mundo exterior, siendo la pérdida
de la realidad la consecuencia de estos conflictos, un dato inicial en las
psicosis, en la que un sustituto de la realidad ha venido en lugar de algo
forcluido[12].
Sigmund
Freud ha sido un incuestionable investigador sobre el tema y los avances
teóricos en materia de psicosis fueron seguidos por sus discípulos, entre otros
Melanie Klein y Donald Winnicott. En Francia se destaca Jacques Marie Emile
Lacan, su estudio realizado respecto del espacio de configuración psíquica
distingue tres registros: real, simbólico e imaginario (R. S. I.), relacionados
según la topología del nudo borromiano. Por lo tanto, una falla en lo
simbólico, como es en el caso de las psicosis, no será sin consecuencias en los
otros dos registros: por un lado, lo forcluido de lo simbólico retorna o
irrumpe en lo real alterando la identidad del percipiens (por ej. la alucinación),
con la consecuente pérdida de la realidad; y por otro, a nivel del registro
imaginario se produce un hundimiento, en donde la dialéctica imaginaria queda
reducida a una mortífera especularidad sin salida, denominada “regresión tópica
al estadío del espejo” (por ej. la agresividad erotomaníaca). El autor retomará
la perspectiva sobre el concepto de narcisismo y la cuestión de la Verwerfung (como
forclusión) para construir su teoría del fracaso de la metáfora paterna en la
base de todo proceso psicótico. El narcisismo no es sólo la libido investida
sobre el propio cuerpo, sino también una relación imaginaria central en las
relaciones interhumanas: uno se ama en el otro. Es allí donde se constituye
toda identificación y donde se juega toda tensión agresiva.
La
constitución del sujeto humano es inherente a la relación con su propia imagen,
conceptualización denominada “estadío del espejo”. Esta imagen es su yo —moi—,
con tal que un tercero la reconozca como tal. Así, por un lado, le permite
diferenciar su propia imagen de la de otro, y le evita, por otro lado, la lucha
erótica o agresiva que provoca la colusión no mediatizada de un otro con otro,
donde la única elección posible es “él o yo”. En esta ambigüedad esencial en la
que puede estar el sujeto, la función del tercero es regular la inestabilidad
fundamental de todo equilibrio imaginario con el otro. Este tercero simbólico
es el Nombre-del-Padre y por ello la resolución del complejo de Edipo tiene una
función normativa.
Para
el psicoanalista francés la falla estructural de las psicosis tiene origen en
un mecanismo denominado “forclusión del Nombre-del-Padre”, que produce una
falla en la inscripción simbólica causada por la falta de inscripción de un
significante ordenador de lo psíquico. Este mecanismo genera la semiología que
encontramos en las psicosis.
A través de una conveniente intervención del dispositivo
analítico puede realizarse la operación denominada “maniobra de transferencia”10
por la cual se posibilita “algo” en el orden de un pasaje de “sujeto de goce”11
(sujeto subsumido por la pulsión de muerte desenfrenada) al de “sujeto acotado
por el significante” (en donde el significante opera como freno a la pulsión de
muerte).
Se
trata de la instalación de una “suplencia” de la falla simbólica, y
consecuentemente una “sutura”, a partir de la cual se produciría un
reordenamiento imaginario pacificante. La clínica de las psicosis hasta la
actualidad ha demostrado que quizás no es tarea fácil la construcción de la
mencionada “suplencia” pero nos ha mostrado la posibilidad de intervenciones
para permitir la maniobra de una transferencia del goce inefable al
significante y la producción de estabilizaciones posibles, lo cual no es un
trabajo despreciable. Se tratará del trabajo de las psicosis.
Para
comprender este mecanismo, hay que referirse al juego del deseo que es
inherente al psiquismo humano, sujetado de entrada en un mundo simbólico por el
hecho que el lenguaje lo preexiste. El juego del deseo capturado en las redes
del lenguaje consistirá en la aceptación por parte del niño (Bejahung)
de lo simbólico, de las redes del significante en su equivocidad, que lo
apartará para siempre de los significantes primordiales de la madre (represión
originaria). Esta operación en el momento del complejo edipiano hará lugar a la
metáfora paterna: sustitución de los significantes ligados al deseo de ser el
falo materno por los significantes de la ley y del orden simbólico (el Otro).
Así quedará asegurada la perpetuación del deseo, que recaerá sobre un objeto distinto
de la madre. Si fracasa la metaforización paternal el sujeto queda expuesto a
un rechazo de lo simbólico, que resurgirá en lo real en el momento en que el
sujeto se vea confrontado con el deseo del Otro dentro de una relación
simbólica. El Otro, de la misma manera que el otro, el semejante, será arrojado
al juego especular. Esta sería la tesis base de Lacan en la enseñanza que va
desde 1936 a
1976 respecto de las psicosis, pero cada diez años existe una reformulación.
En
193612 articula su estudio de tesis —el caso Aimée— con la teoría
sobre el estadío del espejo.
En 194613 reordena su tesis y presenta la
locura como límite de la libertad, como identificación del ser con la libertad,
en donde el Ideal ocupará el lugar de la infinitización de la libertad. La
posición entre el Ideal y su función y el Otro es el principio que reordena la
tesis de Lacan como el paso del esquema normal, llamado el esquema R, al
esquema transformado en las psicosis, el esquema I, en el cual el Ideal del Yo
ha ocupado el lugar del Otro.
En
195614, estos conceptos se desarrollan unidos a la admisión de la
tesis del “inconsciente estructurado como un lenguaje”. El Ideal no es
solamente definido desde el punto de vista de su función en el estadío del
espejo, sino precisamente deducido de la estructura del Otro y en oposición a
él. Esto permite explicar los fenómenos del desencadenamiento de las psicosis.
De este modo llega a la demostración que si intentando ocupar el lugar de una
prótesis simbólica, el analista se presentara en el lugar del padre, esto mismo
desencadenaría las psicosis (oposición Un-Padre).
En
195715 fue crucial presentar la organización de las psicosis no
alrededor del concepto de proyección, sino alrededor del concepto de “respuesta
en lo real”: la búsqueda de los fenómenos elementales y principalmente el
elemento nuclear que se presenta en torno a la producción de estos fenómenos
elementales.
Si
la pregunta esencial es: ¿Quién soy yo? Se observa que el sujeto no contesta
esta pregunta con proyecciones, sino que articula en el lugar mismo de esta
pregunta una respuesta que proviene de lo real (recordemos el caso “marrana” de
la presentación de enfermos), o sea, es una respuesta que se articula en el
lugar de una pregunta imposible de formular. Freud encontró como obstáculo en
el tratamiento analítico de las psicosis la imposibilidad de mantener la
transferencia. Las concepciones de “respuesta en lo real” y “pregunta imposible
de formular” posibilitan pensar la transferencia, no desde la perspectiva de la
identificación proyectiva sino desde la perspectiva de una respuesta en donde
lo determinante es la ubicación de un goce desbordante.
Teniendo
en cuenta la cuestión de la pregunta esencial del sujeto, Lacan plantea a las
psicosis como desabonadas del inconsciente. Eligió esta metáfora del
abonado al teléfono porque si un sujeto está abonado algo puede contestarle,
pero si no se está abonado, los mensajes no circulan y esto es lo que hace a la
separación entre inconsciente y sujeto.
Siguiendo
a Freud, Lacan formula que el Otro es el lugar de esa memoria que él descubrió
bajo el nombre de inconsciente, memoria a la que considera como el objeto de
una interrogación que permanece abierta en cuanto condiciona la
indestructibilidad de ciertos deseos. A esa interrogación se responde mediante
la cadena significante, en tanto que inaugurada por la simbolización primordial
que el juego del fort-da, sacado a luz en el origen de la repetición,
hace manifiesta. Esta cadena se desarrolla según los enlaces lógicos cuyo
enchufe en lo que ha de significarse, a saber el ser del ente, se ejerce por
los efectos del significante, descritos como metáfora y metonimia.
Es
en un accidente de este registro y de lo que en él se cumple, a saber la
recusación, forclusión del Nombre-del-Padre en el lugar del Otro, y en el
fracaso de la metáfora paterna, donde se designa el efecto que da a las
psicosis su condición esencial. Para que las psicosis se desencadenen, es
necesario que el Nombre-del-Padre, verworfen, recusado (forclos),
sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición
simbólica al sujeto. Es la falla del Nombre-del-Padre en ese lugar la que, por
el agujero que abre en el significado, inicia la cascada de los significantes
de donde procede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que se alcance
el nivel en que el significante y significado se estabilizan en la metáfora
delirante, cuando el psicótico puede.
¿Cómo
puede el Nombre-del-Padre ser llamado por el sujeto al único lugar de donde ha
podido advenirle y donde nunca ha estado? Por ninguna otra cosa sino por un
padre real, no necesariamente por el padre del sujeto, por Un-padre. Aun así es
preciso que ese Un-padre venga a ese lugar adonde el sujeto no ha podido
llamarlo antes. Basta para ello que ese Un-padre se sitúe en posición tercera
en alguna relación que tenga por base la pareja imaginaria a-a’, es
decir yo-objeto o ideal-realidad, interesando al sujeto en un campo de agresión
erotizado que induce. Se encuentra en el comienzo de las psicosis esta coyuntura
dramática. Ya se presenta, por ejemplo, para la mujer que acaba de dar a luz en
la figura de su esposo, para la penitente que confiesa su falta en la persona
de su confesor, para la muchacha enamorada en el encuentro del padre del novio.
Jacques
Lacan ha demostrado que el concepto de inconsciente es aplicable a la clínica
de las psicosis, en tanto que “el inconsciente está ahí, a cielo abierto, pero
no funciona”[13].
En 1953
en el seminario sobre Las psicosis
traza las nociones que hacen posible el trabajo psicoanalítico con psicóticos.
Luego en 1957, en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis” formalizará los conceptos principales, destacando:
“Enseñamos
siguiendo a Freud que el Otro es el lugar de esa memoria que él descubrió bajo
el nombre de inconsciente, memoria a la que considera como el objeto de una
interrogación que permanece abierta en cuanto que condiciona la
indestructibilidad de ciertos deseos. A esa interrogación responderemos por la
concepción de la cadena significante, en cuanto que una vez inaugurada por la
simbolización primordial (que el juego Fort! Da! sacado a la luz por Freud en
el origen el automatismo de repetición, hace manifiesta), esta cadena se
desarrolla según los enlaces lógicos cuyo enchufe en lo que ha de significarse,
a saber el ser del ente, se ejerce por los efectos del significante, descritos
por nosotros como metáfora y metonimia. Es en un accidente de este registro y
de lo que en él se cumple, a saber la recusación (forclusión) del Nombre-del-Padre
en el lugar del Otro, y en el fracaso de la metáfora paterna, donde designamos
el efecto que da a la psicosis su condición esencial, con la estructura que la
separa de la neurosis”[14][A3]
La clínica de la psicosis se sostiene de tres
conceptos principales:
1[A4] . Sujeto de goce. En las psicosis es
necesario reconocer un sujeto en relación con el Otro en tanto sujeto de
lenguaje, en donde el Otro goza de él.
2. La forclusión, (Verwerfung) es el
mecanismo fundamental en la constitución subjetiva del psicótico y es lo que
hace que algo quede afuera de la simbolización general que estructura al
sujeto. Por la operación de este mecanismo el sujeto rehusa el acceso de un
significante a su mundo simbólico. Lo que queda afuera, forcluido, vuelve en el
seno de lo real, bajo la forma de alucinación; se trata de una significación
desconocida que se impone al sujeto en lo real, en una absoluta exterioridad. Aquello
que queda fuera es la inscripción de la metáfora paternal (forclusión del
significante Nombre-del-Padre) en tanto recusación de un significante
primordial.
3.- La regresión tópica al estadío del espejo,
en donde la relación con el otro especular se reduce a su filo mortal; y la resolución
de la identificación sexual a través del empuje-a-la-mujer.
Estos tres conceptos aluden al sujeto psicótico y su relación al
inconsciente, son fundamentales y necesarios para la clínica psicoanalítica de
las psicosis: son su metapsicología. Es a partir de ellos que podemos pensar
con Lacan “no retroceder frente a la psicosis”, lo cual significa no no retroceder de la
posición de analista (“No retroceder frente a las psicosis”), del discurso del
analista, es decir, de aquel que orienta su escucha desde el concepto de
inconsciente. Las enseñanzas sobre las psicois en Lacan tienen una advertencia implícita: no intervenir sobre el psicótico sin
saber sobre su estructura, es decir, primero el analista debe conocer la
configuración psíquica del psicótico para luego ubicarse en la estructura y
calcular una intervención posible. Es su responsabilidad “formarse de la
maniobra, en este tratamiento, de la transferencia”.[15] En este sentido y siguiendo a Sigmud Freud,
advierte de los inconvenientes de la erotomanía o de la paranoización de la
transferencia y recomienda estudiar la configuración psíquica del psicótico
para orientarse convenientemente al respecto del lugar a ocupar en la
transferencia, el de semblante.
En
196616, se destacan los desarrollos sobre la oposición entre el
sujeto del significante y el sujeto del goce. Lacan considera que Freud en el
estudio sobre Schreber sostiene una postura decisiva: “introduce en él al
sujeto en tanto tal, lo cual significa no evaluar al loco en términos de
déficit y de disociación de funciones”, sino que trabaja en el sentido de
“construir al sujeto como se debe a partir del inconsciente” y, aclara, “es
asunto de lógica”. Dice al respecto:
Cuando leamos en
la pluma de Schreber que él mismo se ofrece como soporte para que Dios o el
Otro goce de su ser pasivizado, mientras se abandona al pensar-nada para que
Dios, ese Otro hecho de un discurso infinito, se escabulla, y que de este texto
desgarrado en que él mismo se convierte en alarido que califica de milagroso,
como para dar fe de que el desamparo que traicionaría ya no tiene nada que ver
con ningún sujeto”. La temática entre el sujeto del goce y el sujeto que
representa el significante para un significante siempre otro, es lo que nos
permitirá una definición más precisa de la paranoia como identificando el goce
en ese lugar del Otro como tal. […] Porque el así llamado clínico debe
acomodarse a una concepción del sujeto, de la cual se desprenda que como sujeto
no es ajena al vínculo que para Schreber, con el nombre de Flechsig, lo coloca
en posición de objeto de cierta erotomanía mortificante… (se trata) de una
posición a la cual sólo introduce la lógica de la cura.[16]
Posteriormente,
en 1976,17 surge la idea del yo como procedimiento de remiendo en
las psicosis, la fabricación de un yo por el sujeto psicótico mismo. Se produce
una nueva orientación que permite repensar formas de estabilización en las
psicosis: la fabricación del yo o la elección del yo. Se introduce una
dimensión diferente a la del acto en 1946 (Aimée, que sólo después de su acto
de agresión física al otro pudo estabilizarse) y a la estabilización tal como
fue pensada en “De una cuestión preliminar...” en 1957 (acto de defecar de
Schreber). Se establece así una oposición entre lo que es por un lado la
infinitización del sujeto, la dispersión en el infinito de su delirio y la reunión
del sujeto en el acto. Se oponen, pues, la infinitización del sujeto en su
delirio, su dispersión y su reunificación.
En
esta época resitúa la importancia de los fenómenos elementales desde una nueva
consideración sobre el síntoma, que es nombrada como sínthoma y que se
refiere al síntoma en tanto que real, como función real. Este será la guía que
ilumina el entendimiento del desencadenamiento y que conducirá al núcleo
central de las psicosis. “Las alucinaciones nos informan mucho más que la
temática delirante, nos dan las circunstancias, el punto en el cual el sujeto
se eternizó”. También desde el trabajo sobre Joyce-el-síntoma nos
permite pensar sobre las posibles estabilizaciones.
Hay tres exigencias deducidas de
la enseñanza de Lacan al respecto de las psicosis: En primer lugar, confiar en
el síntoma: buscando su organización, siempre que se pueda, en sus dos vertientes,
tanto del lado de los fenómenos elementales como del lado del síntoma. En
segundo lugar, describir de la manera más precisa posible las formas en las que
un síntoma se produce en el análisis de un sujeto psicótico. Describir cómo
algo llega a estabilizarse en un nuevo síntoma, cómo una relación con la lengua
produce ese pasaje entre lo simbólico y lo real que calma sin el apoyo de la
función paterna. Por último, ubicar la posición del analista en la
transferencia definida en la escritura del discurso del analista (cita 18[A5] ).
En
la clínica de las psicosis es necesario reivindicar el lugar del sujeto19,
ofertarle una oportunidad justifica la intervención de un analista. La ética
del psicoanálisis se sostiene en una lógica inherente a la experiencia
analítica. Es desde ella, únicamente, que puede pensarse la posición del
analista, ante la cual no debe retroceder: si sucediera un tratamiento posible
de las psicosis se convertirá en un tratamiento cualquiera, “no determinado, no
definido, i-responsable”.20
¿Qué
espera un psicótico de un analista? Es una pregunta que confronta a
tener que dar razones de hasta qué punto la experiencia analítica puede o no
ofrecer “algo” al psicótico. También es válido preguntar: ¿qué puede esperar
un psicoanalista del psicótico?21
Reflexionar
sobre la experiencia en la clínica de las psicosis no habrá de ser jamás un
cierre de los cuestionamientos que su práctica implica, sino un intento de
logicizarla desde la perspectiva de sus interrogantes.
Los
conceptos fundamentales en la teoría psicoanalítica
de
las psicosis
Para
orientarnos respecto de uno de los conceptos fundamentales de la teoría psicoanalítica
de las psicosis, la forclusión del significante del Nombre-del-Padre, primero
deberemos preguntarnos qué lugar ocupa el padre en el psicoanálisis, qué
implica la inscripción del S1, para luego tener presenta la consideración del
padre como síntoma.
Lugar
del padre en psicoanálisis: un significante
¿Qué
es el padre en la obra de Lacan cuando conceptualiza el significante del
Nombre-del-Padre? Se trata allí del padre en tanto significante, del padre como
significante de la ley en el Otro, del padre simbólico. Un significante que
pertenece al Otro[A6] . “La atribución de
la procreación del padre no puede ser efecto sino de un puro significante, de
un conocimiento no del padre real, sino de lo que la religión nos ha enseñado a
invocar como el Nombre-del-Padre […] el padre simbólico en cuanto significa esa
ley es, por cierto, el Padre muerto”.56
Padre
muerto en tanto significante, en tanto Nombre-del-Padre. Se trata del padre
como significante privilegiado en el Otro. Lacan postula entonces la
metáfora paterna como sustitución del significante del deseo de la madre
(DM) por el significante que adviene en Nombre-del-Padre (NP), “o sea la
metáfora que sustituye este Nombre en el lugar primeramente simbolizado por la
operación de la ausencia de la madre”.57
El
enunciado “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” remite a un
campo que el psicoanálisis descubre organizado alrededor de una verdad
encerrada en la función totémica.
Reconsideraremos
la función del padre, pues el haber adquirido el significante del
Nombre-del-Padre es esencial para la constitución del sujeto. Este
significante nos revela que más allá del otro, es necesario que exista lo que
da fundamento a la ley.
Para
articular el Nombre-del-Padre, en tanto puede ocasionalmente faltar, con el
padre cuya presencia efectiva no es siempre necesaria como para que no falte,
introduciremos la expresión “metáfora
paterna”. La función propia significante la pone en evidencia. Debe
leerse como metáfora del padre, ubicarla en el campo de la sustitución: sustitución
del padre - padre sustituido.
El
padre sustituido es el padre en lo real, es el padre muerto en el origen. El
padre metáfora es el padre función de discurso, función de habla. Pero no
porque hable, sino porque desde esta función es efecto de significante.
Aclararemos
esta problemática al referirnos a algunos aspectos de la hipótesis freudiana de
Tótem y tabú.58 La respuesta de Freud a la cuestión del padre
puede resultar asombrosa, ya que considera que lo que asegura la prohibición
del incesto en el grupo social, es el padre muerto. Entonces, la función del
padre totémico es el padre muerto.
Freud conecta la prohibición del incesto universal con
el totemismo: los distintos tótems dentro del grupo social cumplen la función
de resguardar del incesto. El punto de partida es un libro de Robertson Smith sobre
la religión de los semitas donde el autor expone la opinión de que una comida
totémica formaba parte de los rituales del totemismo. Por medio de un conjunto
de deducciones e inducciones, Freud formula una hipótesis: tal comida, que
reunía a los miembros del clan, se originaba en rituales primitivos de
sacrificios de animales y su posterior ingesta. El banquete en común estrechaba
las relaciones de los miembros del clan. Por lo demás, se mata primero al
animal, después se lo llora, y luego el acto de su devoración constituye en una
fiesta. Todo el ritual representa un pasaje de lo profano a lo sagrado, de lo
individual a lo comunitario: lo prohibido al individuo (la devoración del
animal totémico) está permitido a la reunión grupal. Cabe preguntar: a quién
representa el animal que está en juego en el ritual. Ese animal muerto, y
llorado, contesta Freud, no puede ser otro sino el padre.
Es
interesante el modo en que Freud llega a esta conclusión. Lo hace comparando
los datos de Smith con los datos de la clínica: la observación de las fobias
infantiles en donde el animal temido simboliza al padre. Freud opera una
superposición de discursos, el antropológico con el psicoanalítico: de la fiesta
a la fobia.
Para
sostener esta conexión es preciso relacionarla con la hipótesis darwiniana del
estado primitivo de la sociedad humana: en el comienzo la sociedad estaba
constituida por una horda primitiva y salvaje dominada por el padre, el único
que tenía acceso a las mujeres; la dominación de este macho poderoso despierta
el odio de los hermanos, quienes se conjuran para matar al padre y apoderarse
de las mujeres. Consumado el acto, el crimen del padre, las mujeres del grupo
están igualmente prohibidas para los hombres del mismo grupo: no dejan de
observar la ley de la prohibición. Para Freud, las razones que permiten dar
cuenta de ese pasaje, de esa transformación donde el resultado no coincide con
el móvil, no es otro que la culpa. Una vez muerto el padre, satisfechos los
sentimientos hostiles y el odio, surge el amor. El resultado de esta
ambivalencia posterior es el sentimiento de culpa. El asesinato del padre que
debía haber conducido a la apropiación de las mujeres, culmina en lo contrario.
La culpa se alimenta de la obediencia al padre después de la muerte, obediencia
retrospectiva. La muerte reasegura así la norma social: padre muerto asesinado
que aparece en el seno del discurso mítico.
Es
pues, entre el significante del nombre propio de un hombre y el que lo cancela
metafóricamente, donde se produce la chispa “poética” (creación de sentido)
eficaz para la significación de la paternidad dado que reproduce el
acontecimiento mítico en el que Freud reconstruyó la andadura del misterio
paterno en el inconsciente de todo hombre. La función propia significante pone
en evidencia lo que Lacan denomina metáfora paterna o padre efecto de
significante.
La
metáfora paterna implica algo a lo que no se puede acceder: la madre en tanto
mujer vedada.
Podría
pensarse que es obscena y feroz la figura del padre primordial que
inagotablemente no se redime en el eterno enceguecimiento de Edipo, pero es a
las mismas necesidades del mito a las que responde esa imperiosa proliferación
de creaciones simbólicas particulares en las que se motivan los neuróticos.
La
constitución de la primer realidad se realiza sobre el eje de la
relación primordial del niño con su madre. Se constituye el principio de
realidad por cuanto entra en juego el significante. Aún antes de la adquisición
del lenguaje en el plano motor, hay, desde las primeras relaciones del niño con
el objeto maternal, un proceso de simbolización. Apenas un niño puede oponer
dos fonemas, ya hay cuatro elementos: los dos fonemas, quien los pronuncia y
aquél a quien van dirigidos, que contienen la combinatoria de donde surgirá la
organización significante.
El
niño se interesa primero por toda clase de objetos, antes de hacer esa
experiencia privilegiada que Lacan denominó “estadío del espejo”. Este implica
la apertura de dos posibilidades59:
1. Situación del falo en tanto objeto imaginario (con el que el niño se
identifica para satisfacer el deseo de la madre)
2. Cristalización del yo bajo la forma de imagen del cuerpo.
A
partir de esta referencia imaginaria el niño se orienta en una serie de
identificaciones que utilizan a lo imaginario como significante. Búsqueda
titubeante al comienzo, luego búsqueda en la dirección de lo simbólico, donde
el yo se hace elemento significante y no solamente elemento imaginario, y que
conduce, en el nivel paterno, a esa identificación que se llama Ideal del Yo, y
en esto intervendrá el significante del Nombre-del-Padre. Todo esto implica un
proceso que se reconsidera en los tres tiempos lógicos edipianos.
En
el primer tiempo la metáfora paterna actúa “de por sí” por cuanto la
primacía del falo es instaurada en la cultura. La existencia de un padre
simbólico no depende del hecho de que en una cultura se haya reconocido la
relación entre coito y alumbramiento, sino de que haya o no algo que responda a
esa función definida como Nombre-del-Padre. Los títulos “padre” y “madre” son
escrituras de la cultura, son significantes.
Considerando
los términos freudianos respecto de la formulación de la premisa universal del
falo60, decir que “la metáfora paterna actúa de por sí” es decir que
la existencia del “deseo de la madre” depende necesariamente de la
fórmula en ella de la ecuación fálica. Sabemos que su construcción implica las
vicisitudes del complejo edipiano “en la niña” —al decir de Freud—, en el cual
entra por el complejo de castración (castración de la madre) significando la
falta de falo en la madre61 y en ella. La consecuencia de la
operación de la castración será el establecimiento, por el rodeo al padre, de
la ecuación fálica y surgirá el deseo del hijo como equivalencia simbólica del
falo.
En
la necesaria constitución de la primer realidad subjetiva, el niño intenta
identificarse con lo que es el objeto del deseo de la madre, y en él se perfila
un objeto predominante del orden simbólico: el falo. Para agradar a la madre es
preciso y suficiente con ser el falo62. No olvidemos los
precondicionantes de este tiempo lógico enunciados por Freud como el “complejo
del semejante” y por Lacan como “prematuración”. Por eso el niño está en una
relación de espejismo: lee la satisfacción de sus deseos en los movimientos
esbozados de la madre y así se encuentra comprometido en una relación de
engaños con su madre. Para el niño, el falo es el centro del deseo de la madre
y él se coloca en diferentes posiciones por las que puede engañar ese deseo.
Puede identificarse con la madre, con el falo, con la madre como portadora del
falo o pretenderse él mismo portador del falo63. Le atestigua a ella
que puede colmarla, no solo como niño, sino por lo que le falta. El será, como
totalidad, la metonimia de ese falo.
En este primer tiempo el niño está en relación con el
deseo de la madre, es deseo de deseo. Es en la madre donde se planteará
la cuestión del falo y donde el niño debe descubrirla. Este tiempo es necesario
que se articule como medio de satisfacción llegar al lugar del objeto del deseo
de la madre. Para conseguirlo basta con que el yo de la madre se convierta en
el otro del niño; el niño recibe, en el nivel metonímico, el mensaje en bruto
del deseo maternal.
La
metáfora paterna actúa “de por sí” en tanto que es en la madre como función
donde el sujeto se encuentra con el significante, no con el código de la madre,
sino con el lugar del Otro que la madre encarna. Esto demuestra que el lenguaje
siempre viene del Otro. El sujeto se encuentra, más que con la madre, con el
significante en la madre. En tanto ella encarna al Otro el sujeto puede tener
la ilusión de una relación intersubjetiva, cuando con lo que se encuentra es
con la alteridad del significante. La metáfora paterna actúa de por sí en tanto
la primacía del falo es instaurada en el orden de la cultura.
En
el segundo tiempo, el
padre interviene privando al niño del objeto de su deseo y a la madre de su
objeto fálico. Actúa el “no” del padre: “no te acostarás con tu madre, no
reintegrarás tu producto”. Es el padre interdictor omnipotente. El padre que
prohibe a la madre su objeto. “Hay una sustitución de la demanda del sujeto: al
dirigirse hacia el otro, he aquí que encuentra al Otro del otro, su ley. El
deseo de cada uno está sometido a la ley del deseo del Otro”64. El
padre interviene efectivamente como privador de la madre, en un doble sentido:
en tanto priva al niño del objeto de su deseo y en tanto priva a la madre del
objeto fálico. Diremos que dice “no” al goce de la madre. Este padre
interdictor aparece desde el discurso de la madre, interviene a título de
mensaje para la madre y por lo tanto para el niño, a título de mensaje sobre un
mensaje: una prohibición, un “no”. El padre se manifiesta en tanto Otro y el
niño es profundamente sacudido en su posición de sujeción: el objeto del deseo
de la madre es cuestionado por la interdicción paterna. En este tiempo el padre
real releva al padre simbólico, el padre simbólico debe encarnarse, aunque imperfectamente,
en el padre real. Por ello ocupa una función decisiva en la castración, siempre
marcada por su intervención o desequilibrada por su ausencia. Este tiempo
constituye la crisis esencial por medio de la cual el sujeto encuentra su lugar
en el Edipo: para que el sujeto alcance la madurez genital tiene que haber sido
castrado65.
En
el tercer tiempo,
el padre interviene como aquel que tiene el falo y no como aquél que lo es.
Reinstaura el falo como objeto deseado de la madre y ya no como objeto del que
puede privarla como padre omnipotente. El padre es, entonces, más preferido que
la madre y esta identificación culmina en el Ideal del Yo. El padre aparece
como permisivo y donador66. De esta lógica depende la declinación
edipiana. La metáfora paterna culmina en este tiempo en la institución de algo
que es del orden del significante (un significante viene en lugar de otro
significante).
El
sujeto abandona el complejo de Edipo provisto de un Ideal del Yo. Se trata de
una identificación distinta a la del Yo ideal, a la de la imagen constitutiva
del estadío del espejo. Se trata de la asunción de la masculinidad o de la
femineidad, mientras que la identificación correspondiente al estadío del
espejo, no se realiza con relación a la diferencia de los sexos. Se trata, en
el esquema R, del Padre en tanto interviene en el complejo de Edipo: el padre
simbólico, el padre en cuanto significante67.
El
padre simbólico es una metáfora y como tal se sustituye a otro significante es
decir a un significante primordial, esto es el significante maternal, el deseo
de la madre68.
Lacan
formalizará la función del padre desde el punto de vista del sujeto del
significante y desde el punto de vista del goce. Ordenándola en una serie de
elementos articulados: el significante del Nombre-del-Padre que nombra la ley
del deseo en cuanto que sexual; la metáfora paterna que permite al sujeto
interpretar este deseo; y la significación fálica que somete en el campo del
lenguaje este deseo a la castración. Es así como se encuentra definida la
función del padre en el ser hablante.
La
significación del falo debe evocarse en lo imaginario del sujeto por la
metáfora paterna y esto tiene un sentido preciso en la economía del
significante69 como lo demuestra la fórmula:
GRAFICO 5
Leemos:
S mayúsculas son significantes, x representa la significación desconocida y s
minúscula el significado inducido por la metáfora, la cual consiste en la
sustitución en la cadena significante de S a S’. La elisión de S representada
por su tachadura, es la condición del éxito de la metáfora. Esto se aplica a la
metáfora del Nombre-del-Padre, o sea a la metáfora que sustituye este Nombre en
el lugar primeramente simbolizado por la operación de la ausencia de la madre.
GRAFICO 6
El
Nombre-del-Padre se sustituye al deseo de la madre dando como resultado el
sujeto articulado al Otro y al Falo.
En
la metáfora paterna el lugar del Otro está en posición de significante del Otro
y el significante falo en posición de significado, bajo la barra. Es la primer
interpretación del sujeto, la interpretación del deseo de la madre.
La metáfora paterna permite introducir una función que se
aplica al conjunto ordenado por el Nombre-del-Padre produciendo una
significación (significación el goce) y un significante, el Falo.
La
metáfora paterna muestra que el significado del sujeto está ligado al deseo de
la madre. Se trata de la madre del fort-da, la madre simbólica.
Esta pregunta se formula en tanto que la madre quiere
algo más allá del hijo: al padre, no como aquel que es el falo sino como
el que tiene el falo, como aquel hacia quien está orientado el deseo de
la madre, como lo demuestra la organización edipiana.
El
Nombre-del-Padre en la metáfora paterna es un significante. Es el significante
de la ley en el Otro. Se trata de un significante y de una función, no
de la presencia real de un padre. Se trata de que exista en el orden simbólico
un significante que responda a la función definida por el Nombre-del-Padre. 70.
El
significante del Nombre-del-Padre, en tanto opera la metáfora, es el punto de
capitón que detiene el deslizamiento de la significación y retrotrae el orden
de la significación a la significación fálica.
La intención
de estas consideraciones es realizar una puntuación al respecto de la
inscripción del S1, en tanto que permite una economía regulada del goce, en
particular, permite un salto que va del goce encarnado, tomado por el ello
pusional, al goce contabilizable, aplicable a la red de los significantes. Esta
temática es sumamente amplia en la teoría psicoanalítica de Jacques Lacan, solo
destacaremos algunos puntos que presentan un particular interés para nuestra
investigación respecto de poder pensar la función del neologismo en la psicosis
como barrera al goce o como modo de pasaje del goce encarnado a la
significantización.
Para
aproximarnos a la concepción de regulación de goce, es necesario tener presente
el concepto de plus-valía de de Carlos Marx[17]
. Para el autor, que distingue entre valores de uso y de cambio, el concetpo de
plus-valía surge como consecuencia de la circulación de las mercancías. Estas
son, fundamentalmente, objetos que satisfacen alguna necesidad humana, siendo
la utilidad de una cosa la que le confiere un valor de cambio. Este valor está
determinado por las propiedades intrínsecas de la mercadería y aparece como la relación cuantitativa entre
los valores de uso de bienes intercambiables. El valor de cambio aparenta ser,
entonces, algo accidental y totalmente relativo, parece residir únicamente en
la relación de las mercaderías con nuestras necesidades, pero tienen una
propiedad específica: la de ser frutos del trabajo, por lo cual el valor de una
mercancía es equivalente al tiempo
necesario para su fabricación. En la medida en que este trabajo es socialmente
necesario, crea un nuevo valor, que es
mayor a la sumatoria de insumos entre el material de las mercaderías y los
salarios de los trabajadores: ahí se encuentra el origen histórico de la
plusvalía.
Desde el
psicoanálisis podemos realizar un comentario: la plus-valía es la causa del
deseo de la cual una economía hace su principio: el de la producción, extensiva
y por consiguiente insaciable, de la falta-de-gozar para que la máquina trabaje[18].
Trabajo de más, plus de trabajo, lo que implica una máquina de producción:
“máquina de producción de a.
Partiremos de
un concepto fundamental del psicoanálisis: Toda estructura se funda sobre la
interdicción del goce (la interdicción ejercida por la función del padre) que
implica una marca, un trazo, que soportará la cadena signifcante, por ser
siempre el mismo y estar vaciado de sentido. Lacan dirá: “es el uno, es el
palote”[19].
Un punto de partida de un pentagrama que se construye por escuciones de valor.
Estructura implicada en una economía en tanto estas ecuaciones retinen en sus
proporciones la diferencia de los valores conjugados: valores de uso y valores
de cambio.
La
constitución del sujeto conlleva una doble renuncia: la renuncia al ser con en
consecuente trabajo de advenimiento de un sujeto falta en ser, y, la renuncia
al goce, quedando, por lo menos en una primera aproximación, el goce fuera de
la estructura, fuera de discurso.
El sujeto que
nos interesa es aquél que es en tanto efecto de lenguaje, en el senido de
efecto de vacío, allí está el sentido de pensarlo como hecho de lenguaje, no
solamente por ser parlante sino porque en el acto donde se calla introduce un
modo de ser que es su energía propia: la pulsión, referida por Lacan como: $ (losange)D.
En esta
constitución, es la inscripción del S1 la operación fundamental, “la función
radical del Nombre-del-Padre es dar un nombre a las cosas […] hasta el goce”[20].
Sus consecuencias son: la emergencia del sujeto en tanto que dividido (sujeto
tachado), y, la producción de un objeto en tanto que perdido (objeto a).
La
inscripción del S1 es consecuencia de una función significante que introduce en
la dimensión de la pérdida, del no-todo, de la inexistencia del todo-goce, de
la inexistencia de La-mujer.
El S1 nombra
al goce en tanto que perdido, es ese significante que se inscribe en un lugar
que no es neutro, que está habitado, no por cualquier cosa, sino en primer
lugar por un saber: ese primer saber ante el cual se hace irrupción, “muesca”.
Esto implica la intervención de un significante (S1) sobre la trama de un saber
(S2). El S1 viene a representar algo por su intervención en el campo definido
por el lenguaje, como ya estructurado por un saber. Es con el goce en tanto
interdicto que el sujeto se produce como corte, requiriendo ser representado
por un significante para otro significante. De esta operación resulta algo
definido como una pérdida: aquello que se designa como objeto a.
La función
del objeto en tanto perdido la extraemos del discurso de Freud sobre el sentido
específico de la repetición en el ser hablante. Es una cuestión que tiene que
ver con las viscisitudes de la búsqueda del ser en una dimensión de juego entre
pérdida y desencuentro. La pérdida del objeto es la hiancia abierta, el agujero
abierto a algo que se puede describir como la representación de la
falta-de-gozar.
Será por la
interdicción del goce operada por el Nombre-del-Padre, para seguir la pista
freudiana, que se funda una estructura. Lo que está en juego es la renuncia al
goce de la madre, a ese goce cerrado y mortífero. Lo que llamamos interdicción
del goce es el “no” del padre: “no te acostarás con tu madre, no reintegrarás
tu producto”. Este es un punto clave en la teoría freudiana en tanto que da
cuenta del tratamiento que por la ley se hace de ese objeto primario que es la
madre. La ley de prohibición del incesto que producirá ese objeto del incesto
sea como un bien prohibido y que se encuentre para siempre interdicto. El
inconsciente estructurado como un lenguaje, cifrado por ecuaciones de valor que
encierran el secreto de una verdad sobre la función totémica, habla de eso. La
ley del Otro, instancia simbólica que regula los intercambios, impone la
pérdida de goce. El Otro social inscribe
un sistema de legislación, y en esa inscripción del “no” paternal está la
entrada a los límites. El sujeto es producto del Otro, como un sistema de
legalidad
La
inscripción del S1 implica un salto que va del caos al cosmos, de la naturaleza
a la cultura, del instinto a la pulsión, de la cosa a la mercancía, del caos a
la contabilidad, cont-a-bilidad, en tanto esta última se sostiene en una
estructura de discurso.
Es por la
interdicción del goce que se funda una estructura, una estructura que en tanto
interdicta y discursiva, “traza la huella”, abre un espacio de un cálculo por
venir[21]:
el advenimiento del ser. Si el goce está interdicto se oganiza en una economía
que intenta dar cuenta de lo inconmensurable de las ecuaciones de valor de lo
perdido de ellas y de las posibilidades de recupero. El inconsciente trabaja
para eso, y su trabajo es económico. Si el goce no está interdicto el sujeto se
coagula en la satisfacción del goce, y queda tomado por el ello bajo el imperio
pulsional.
La necesidad
del plu-de-gozar para que la máquina del insconciente trabaje no acusa el goce
como esguince, como agujero a colmar. Pero, si la interdicción paterna ha
operado, la producción se tratará siempre de una pérdida, siempre fracasará. No
obstante, la pulsión siempre intentará su satisfacción, por el rodeo del
objeto, y aunque no logre su satisfacción plena, siempre hace trabajar a la
maquinaria inconsciente, intentando contabilizar, o sea, poner en su cuenta,
anotar un valor de plus-valía. Mientras, “costas de vida y costas de muerte”
son su función secundaria; las “costas de goce” de la pulsión de muerte es su
función primaria.[22]
Es a partir
del clivaje, de esa separación del goce y del cuerpo, que se presenta un juego de inscripción, que
se marca por el uno del rasgo unario. Cabría preguntar si hay posibilidad de
alguna recuperación de ese todo-goce perdido. ¿Cómo entra en goce en la
estructura? La respuesta la podemos hallar si pensamos al objeto a como contabilizable y capitalizable.
La operación
de inscripción del S1 implica una operación de sustitución de goce por trabajo.
Renuncia al goce de la madre (renuncia a La-mujer). El S1 es un nombre para el
goce, es homólogo del objeto a.[23]
El sujeto deberá inventar su modo de goce y
tiene una marca inicial: el S1 nombra al ser del sujeto en tanto goce perdido,
lo que también podemos escribir como a,
en tanto que falta y causa, en tanto que plus de goce. La inscripción del S1
permite que el goce encuentre una cifra, ciframiento del goce, intento de
capitalizar la plus-valía. Es decir, producirla y anotarla a nombre del
capital. Trabajo de la máquina, producción de un plus de gozar en juego. Un
trabajador: el inconsciente.
El neologismo
en el trabajo de la psicosis funciona como un S1 de remiendo, posibilitando que
algo de ese goce inefable que atrapa al sujeto cuando es interpelado por un
significante Un-padre frente al cual no tiene respuesta, pase a
significantizarse, y posibilite de este modo que algo de los fondos de goce se
contabilice en la red significante. Posibilita que el goce se transfiera al
inconsciente y trabaje allí.
El
padre como síntoma
Hacia
el final de su enseñanza, Lacan generaliza la forclusión como el
significante que falta por estructura para cifrar la relación sexual, la
proporción entre el goce de los sexos. A la vez redefine lo simbólico y
conceptualiza de un modo nuevo la función del Nombre-del-Padre. La nueva
definición de lo simbólico, que está en la base del nuevo concepto de síntoma
como modo de gozar del inconsciente, conlleva ubicar al Nombre-del-Padre71
como un síntoma, una función de excepción que hace agujero72, una
existencia, un agujero que anuda73. Ese agujero es el modo en
que el significante muerde lo real, “agujerea”. El padre como excepción ocupa
el lugar de “Soy lo que soy”, “un innombrable.”74. Es necesario lo
simbólico para que el Nombre-del-Padre ex-sista, como un agujero que anuda en
referencia al nudo borromeo. El Nombre-del-Padre es el nudo.
El Nombre-del-Padre tiene valor de nombre y tiene
la propiedad de hacer aparecer a otro significante como faltante y así pone de
manifiesto la función del -1 que compone la cadena significante. Podríamos
decir que es el vacío de la cadena lo que hace que la cadena, como toda cadena,
implique una dimensión discreta, esto es que su articulación opere en función
de una falta. No se trata de la falta de un significante de una lengua, para
decirlo de algún modo, no es un significante pronunciable el que falta, sino
que es un -1 con relación al conjunto de los significantes. El matema
S( A
tachada) indica que en el Otro, lugar del significante, falta un significante
y es por ello que un sujeto puede ser representado por un significante; es
porque falta un significante que los otros pueden representar. Simultáneamente
falta un significante y la batería significante está completa. No se trata de
la falta de un significante de una lengua, sino de la operación de un
significante impronunciable, pero que se puede calcular, operación que se
advierte fundamentalmente cuando se pronuncia un nombre propio.
En
el nombre propio el enunciado se iguala a la significación; se trata de
un fenómeno de código que remite a código. El nombre propio no remite a otro
significante, sino a sí mismo. Si el enunciado se iguala a la significación
estamos en la misma situación que las matemáticas enfrentan respecto a la raíz
cuadrada de un número negativo, que se resuelve apelando a los números
imaginarios. Esto es lo que se produce cada vez que un nombre es pronunciado,
es la operación del -1, como tal impronunciable. El -1 opera cada vez que algo
es enunciado, lo que demuestra que la significación completa y acabada es un
imposible que se resuelve por un imaginario. Lo imaginario sutura la falta que
hay en el Otro. Pero, si en lo imaginario el sujeto cree tener una existencia,
sabemos que más allá se le plantea la pregunta: que soy como sujeto? No hay
Otro del Otro que garantice la existencia. La respuesta no se puede pedir al
“je”, mera instancia lingüística. Tampoco al Otro ya que habría que probar que
existe para que pueda probar la existencia. Estamos frente a la evidencia de
aquello que escapa siempre a la significación: el objeto a. Lo que
escapa siempre a la significación es el objeto causa. El sujeto sólo podría
hacer existir al Otro si pudiera aportarle ese objeto para que goce, como se
produce en las psicosis.
El valor del nombre es dado por la marca que queda del
borramiento del goce y no por una significación. El nombre es una traza
impresa, no se traduce, y sólo permite localizar el referente. El nombre no
hace cadena. Es letra que cava un agujero en lo real al tiempo que opera una
anulación del sentido. El nombre, tanto el nombre propio como el nombre común,
designa. El nombre anula el sentido. Sólo importa el referente. El nombre es
traza que bordea un agujero, causa de una exclusión de goce. No es el
sentido sino la designación lo que allí cuenta. El nombre es signo, no palabra.
La nominación es, por ésta vía, nominación de lo simbólico. Tanto el nombre
como el síntoma están hechos de un S1 que no hace cadena, homología de la
función del síntoma con el nombre. La característica esencial del nombre es no
estar articulado a una significación. El nombre es letra que fija el goce, el
nombre opera un borramiento del goce. Eso hace nudo75.
La
única garantía para que la función del Nombre-del-Padre se cumpla, es la
pere-versión (versión hacia el padre vía el amor).76 Se
distingue, así, entre la función del Nombre-del-Padre que debe quedar vacía
y la pere-versión, que es la única garantía de que esa función se
cumpla.
La
función del padre, vía la pere-versión, origina la inscripción de un
primer significante S1 con función de representación: significante que
representa al sujeto para otro significante. A la vez, extrae el objeto que
tomará el lugar de plus de goce. Momento inaugural del discurso inconsciente.
Momento inaugural de la constitución del sujeto en tanto que neurótico. “El
padre es un síntoma”.
La
pere-versión causa una elucubración de saber en tanto que el padre es
una creencia, causa un S2, pero para que subsista el Nombre-del-Padre como
función de excepción nadie debe ocupar su lugar. 77
Un
padre hace de una mujer objeto a minúscula que causa su deseo. Ella se
ocupa de otros objetos a que son sus hijos, junto a los cuales el padre
interviene excepcionalmente en el buen caso, para mantener en la represión. 78
El
padre es, entonces, incierto. El neurótico cree allí. En las psicosis otros
modos de fijar el goce ocupan ese lugar, por ej. las voces, la metáfora
delirante, el neologismo.
La
función del padre es un lugar que debe quedar vacío ya que, si un padre quiere
encarnar la función haciéndose el padre que legisla sobre todo, hará existir la
función en lo real. Las consecuencias son las psicosis. No habrá dialéctica en
tanto no hay separación del objeto a. El padre que quiere que se le crea
para hacer existir en lo real la función ocasiona que la misma sea forcluida en
lo simbólico, retornando en lo real un goce ante el cual el sujeto está sin
palabras. Ante ese exceso de goce que es la experiencia enigmática del
psicótico sólo le queda la vía de la invención[24].
PARA
UNA CLINICA POSIBLE DE LAS PSICOSIS
En la conferencia de apertura de la Sección Clínica de
1977, Lacan presenta las categorías y los
matemas ya existentes en función de la clínica de la neurosis, a saber, $[A8] , a, S1, S2, en tanto que aplicables a la clínica de
las psicosis[A9] .
Para un estudio de los conceptos
fundamentales en la teoría psicoanalítica de las psicosis, partiremos de
considerar la relación del sujeto y el Otro.
El
sujeto y el Otro en las psicosis
La
condición del sujeto (neurosis o psicosis) depende de lo que tiene lugar en el Otro22[A10] ,
y lo que tiene lugar allí es articulado como un dicurso[25]. Esta
frase de Lacan tiene la virtud de resaltar la presencia de la condición de
sujeto en las psicosis, y también de acentuar que esa condición resulta de lo
que sucede en el Otro, en el sentido de que en este Otro no hay lugar para que
se inscriba el Nombre-del-Padre.
Es
innegable que la concepción del Otro en el campo del psicoanálisis es estrictamente
lacaniana, sin embargo encontramos sus huellas en la obra de Freud en tanto el
inconsciente como el lugar de una otra escena. Asimismo no podemos dejar de
tener en cuenta la referencia en el análisis freudiano de las Memorias de un
neurópata, a la “vivencia del fin de mundo” que se corresponde con el
sepultamiento del mundo subjetivo de Schreber, con un disturbio o falla en el
funcionamiento del Otro, que se traduce en un trastorno del funcionamiento del
sujeto. También la formulación freudiana de la formación delirante como intento
de reconstrucción es equivalente a un esfuerzo del sujeto por restablecer el
vínculo con el mundo en términos de recuperación del trayecto interrumpido
entre el sujeto y el Otro.23
El
inconsciente es definido como discurso del Otro,24 recordando que
Freud nombró el lugar del inconsciente con un término que le había impresionado
en Fechner: “otro escenario”. Este punto de partida lleva a Lacan a formular la
relación del sujeto con ese Otro. Escribe entonces el esquema L o Lambda, el
esquema R y el esquema I.
Discurso
del Otro, que plantea al sujeto la cuestión de su existencia, del sexo y de la
muerte. Esa cuestión se articula en el Otro, en el inconsciente definido como
discurso del Otro, en la trama simbólica que, desde más allá, determina la
posición subjetiva como hijo. En la autonomía de lo simbólico se sitúa la
determinación causal del sujeto, es allí que sitúa el más allá, en el
determinismo de la cadena de los significantes. El sujeto se constituye con
relación al Otro como tesoro de los significantes que inscriben la historia
oculta del sujeto, la otra escena. Esto es lo que muestran los esquemas L y R26.
El
esquema L muestra
fundamentalmente dos ejes, el imaginario a-a’ y el simbólico S-A. Este
esquema muestra el lugar de la palabra entre el sujeto y el Otro. (Seminario 3,
pág. 26)
GRAFICO 1
S : su existencia.
a’ : sus objetos.
a : su yo, lo que se
refleja de su forma en sus objetos, Yo ideal.
A
: el lugar desde donde puede plantear la cuestión de su existencia.
El
eje imaginario muestra la relación imaginaria entre el yo del sujeto y su
semejante, relación de especularidad, de agresividad narcisista. Esa relación
dual, es recubierta por lo simbólico como terceridad. El sujeto se constituye
en cuanto que articulado en cuatro puntos que Lacan representa en el esquema L
o Lambda.[26]
La
praxis psicoanalítica nos muestra que es en A donde tiene lugar el cuestionamiento
de la existencia que aparece bajo la forma de pregunta articulada: “qué soy
ahí?, referente a su sexo y su contingencia en el ser, saber que es hombre o
mujer por una parte, por otra que podría no ser, ambas conjugando su misterio,
y anudándolo en los símbolos de la procreación y de la muerte”27.
La
existencia baña al sujeto, lo sostiene, lo invade, incluso lo desgarra por
todas partes. Esto genera tensiones, suspensos, fantasmas. Es a título de
elementos del discurso como esta cuestión se articula en el Otro. Es porque
esos fenómenos se ordenan en las figuras del discurso por lo que tienen fijeza
los síntomas, por lo que son legibles y se resuelven cuando son descifrados.
Esta
cuestión de los fenómenos que se ordenan como discurso es, en el Otro, un
cuestionamiento, o sea: antes de todo análisis está articulado allí en
elementos discretos. Son estos los que el análisis puede aislar en cuanto
significantes y los vemos captados en su función en estado puro en el punto más
inverosímil y más verosímil:
“-
el mas verosimil, puesto que sucede que su cadena subsiste en una altridad
respeto del sujeto, tan radical como la de los jeroglificos todavía
indiscrifrables en la soledad del desierto; - la más verosímil, porque sólo
allí puede aarecer sin ambigüedad su función de inducir en el segnificado la
significación imponiéndole su estructura”28[A11] .
Por
ello, el significante ensancha las hiancias que le ofrece el mundo real hasta
el punto de poder subsistir en la ambigüedad, en cuanto a captar que si el
significante no sigue en ellas la ley del significado.
No
sucede igual en el nivel del cuestionamiento de su existencia en cuanto a
sujeto, pues éste se extiende a su relación intramundana con los objetos y a la
existencia del mundo en cuanto que puede ser cuestionada más allá de su orden.
El
psicoanálisis, en su trabajo de abordar las estructuras clínicas en la praxis,
encuentra que ese Otro, lugar de la palabra, es el lugar al que se dirigen las
preguntas esenciales. Ese lugar del Otro es determinante para el sujeto de la
clínica psicoanalítica.
En
las psicosis lo imaginario no tiene recubrimiento simbólico y el sujeto se
habla con su yo. Los vértices “Sujeto” y “Otro” desaparecen y todo se juega en
el eje imaginario (regresión tópica al estadío del espejo).
En
el esquema R, que es un
plano proyectivo, un esquema hecho para comprender al sujeto neurótico, Lacan
sitúa dos triángulos. El triángulo de lo imaginario i-fi[A12] -m
y el triángulo de lo simbólico: IMP.
GRAFICO 2
Ternario
simbólico:
I = Ideal del Yo
M
= significante del objeto primordial
P = la posición en A
del Nombre-del-Padre
Ternario
imaginario:
m = yo
i = imagen especular
fi = falo (j)
Campo
de la realidad:
MImi. En el
segmento de iM se sitúan las figuras del otro imaginario en las
relaciones de agresión erótica; en el segmento de mI, las figuras en las
que el yo se identifica, desde su Urbild especular hasta la identificación
paternal del Ideal del Yo. Los segmentos mi y MI junto con los
anteriores recortan el campo de la realidad como una banda de Moebius.[27]
El campo de la realidad solo funciona obturándose con la pantalla del
fantasma, que es su lugarteniente, y del que este corte otorga toda su
estructura. Solo el corte revela la estructura de la superficie entera, en
donde se destacan dos elementos heterogéneos: $ y a, elementos que componen el fantasma: $ (losange[A13] ) a. El $
del deseo (sujeto originalmente reprimido) y el fantasma soportan el campo de
la realidad. La extracción del objeto a
posibilita la composición de un marco posible a ese campo.
El doble ternario representa el
condicionamiento del perceptum, o
dicho de otra manera, del objeto, por cuanto estas líneas circunscriben el
campo de la realidad, muy lejos de depender de él.
En el vértice de lo imaginario,
Lacan escribe el falo[A14] ( ) en el
lugar del sujeto, mientras que en el vértice de lo simbólico escribe la P del padre en el lugar del
Otro. Se verifica así, en el esquema R, el paralelismo del significante del
Nombre-del-Padre en el Otro y el falo en el sujeto. El tercer término del
ternario imaginario, aquel en el que el sujeto se identifica, es la imagen
fálica.
Los vértices del triángulo simbólico muestran el modo por el cual el
etiquetado homólogo de la significación del sujeto bajo el significante falo
puede repercutir en el sostén del campo de la realidad, delimitándolo.
Ambos ternarios son constituyentes del sujeto neurótico, permiten
mostra los estadíos preginitales, en cuanto se ordenan en la retroacción del
Edipo[28][29]. Freud develó la funnción
imaginaria del falo como pivote del proceso simbólico que en los dos sexos
lleva al complejo de castración que es, en la economía subjetiva una
significación evocada por la metáfora paterna como función del significante que
condiciona la significación de la procreación y la muerte.
En
el sujeto psicótico el campo de la realidad sufre una perturbación que Lacan la
grafica con el esquema I:
GRAFICO 3
En este
grafo Lacan utliza las mismas letras que en el Esquema L y R, dejando en
evidencia la distorsión de las funciones. Convenciones de notación:
i: imagen especular
a: figuras del otro
imaginario
M:
Madre
I:
Registro Imaginario
R:
campo de la realidad
P:
Nombre-del-Padre
S:
Registro Simbólico
m: yo delirante
a’: moi, figuras identificatorias
I: Ideal
del Yo
S, a, a’ y A: ubicadas en el interior, son
los cuatro lugares del Esquema L:
sujeto, otro, moi (yo) y Otro
Se
puede observar que Lacan intenta mostrarnos a través de este esquema que el Ideal
del Yo (I), “donde se mantiene lo creado” asume el lugar del Nombre-del-Padre
(P), que ha quedado vacante de la ley. El Otro toma la dimensión de Superyó en
donde designa el goce del Otro en tanto Superyó en la posición de
incumplimiento del Nombre-del-Padre, es decir, no afectado por laley que dice
“no” al goce de la madre. Así, el sujeto queda “dejado a la mano del Creador”
pues la recusación del Padre ha permitido construirse a la sombra de la
primordial simbolización (M) de la
Madre. De este modo el imperativo de la voz le ordena: ¡goza!.
De
I a M tienen lugar las “criaturas de la palabra” que rodean al agujero excavado
en el campo del significante por la forclusión del Nombre-del-Padre (P subcero[A17] )
y que causa que el soporte de la cadena significante falte al sujeto (ser de
pánico30). Allí se desarrolla toda la lucha en el que el sujeto
intenta reconstruirse.
El defecto de la metáfora paterna trae como consecuencia
una hiancia abierta en lo imaginario que puede llevar al sujeto a encontrar su
resolución en la emasculación: objeto de horror al principio, pero luego
aceptado como un compromiso razonable y decisión irremisible como motivo de una
redención que “interesaría al universo”. A falta de Nombre-del-Padre que
sostenga el lugar del falo imaginario, la castración debería ocupar un lugar
real (Falo subcero[A18] ).
Otra alternativa, jugada como consecuencia de “deber ser
el falo” de la madre, es la confinación en el nivel de lo imaginario a la
transformación del sujeto en ser mujer (esto hace caer toda posible afectación
de tener un pene). “Sin duda la adivinación del inconsciente ha advertido muy
pronto al sujeto de que, a falta de poder ser el falo que falta a la madre, le
queda la solución de ser la mujer que falta a los hombres”.31 El
goce transexualista, distinguido por Freud en Schreber, es una forma en que se
restaura lo imaginario (feminización en concordancia con la copulación divina),
creando la “imagen de la criatura” entre el goce narcisista y la identificación
al ideal, la enajenación de la palabra donde el Ideal del Yo ha tomado el lugar
del Otro. La elisión del falo (Falo subcero[A19] ) trae como consecuencia “el asesinato de las almas”, el
sentimiento de falta de vida. El psicótico no tiene a su disposición su
significante fálico que le permita localizar su goce.
Las
dos asíntotas unen al yo delirante con el otro divino y a la divergencia
imaginaria de espacio y tiempo en la convergencia ideal de su conjunción,
característica de la psicosis.
El
campo de la realidad se reduce a un campo de gran desnivel entre lo imaginario
y lo simbólico, pero representa las condiciones bajo las cuales la realidad se
puede restaurar para el sujeto. En el momento de la acmé de la disolución
imaginaria, el sujeto ha mostrado en su apercepción delirante, el recurso
singular de volver siempre al mismo lugar: “es el motivo designado por sus
voces bajo el nombre de amarraje a las tierras” (el gran Otro de las
impertinencias).
La
responsabilidad de la quiebra del mundo subjetivo que se presenta en las
psicosis, es la falta de inscripción de un elemento en el Otro, el Nombre-del-Padre,
ese significante que representa a la ley en el lugar del tesoro de los
significantes. Esta falta de inscripción acarrea un desanudamiento de los
significantes de la cadena, que se drenan hacia la dimensión de lo real, desde
donde van a retornar bajo la forma de fenómenos elementales. De esta
manera, la forclusión del significante de la ley crea la condición del sujeto
psicótico. Pero, a pesar de la exclusión del Otro de la ley se mantienen las
relaciones con el Otro del significante puesto que el sujeto de las psicosis no
está excluido del significante. Se trata, sin embargo, de una relación
seriamente perturbada a causa, precisamente, de esa exclusión. Son estas
perturbaciones las que conforman los llamados fenómenos elementales de las
psicosis.
En
el campo del Otro, se distinguen, el Otro en tanto que tesoro de significantes
y el Otro de la Ley. Las
psicosis revelan esta distinción, pues es en el Otro de la Ley, al que le corresponde el
significante del Nombre-del-Padre, y donde se presenta la problemática causada
por su falta de inscripción.
Destacaremos
tres puntos esenciales a tener en cuenta al respecto del comienzo de las
psicosis:32
1.- La iniciativa del Otro.
El comienzo de las psicosis, como franqueamiento del límite que falta, queda definido
con precisión por el momento en el que Otro toma la iniciativa. Este mometo se
localiza cuando una pregunta se plantea sin que el sujeto sea quien la ha
formulado. No es necesario que se plantee literalmente una pregunta, el momento
surge como consecuencia de la alusión que evoca algún significante que viene
del Otro, encarnado en algún semejante. Por ejemplo, como se verá más adelante,
para un joven el momento del desencadenamiento tuvo lugar en el instante que la
madre le dice: “sos el único hombre de la casa” (Vésase más adelante “De malo
de constitución a Maliato); para una señorita mayor, en ocasión de que un
sobrino le diga: “sos como una madre” (Vésase más adelante “Sra. Bv). Como
efecto de la forclusión del Nombre-del-Padre el sujeto no posee los
significantes con los cuales responder, y es más, no soporta la alusión del
Otro que ha llegado al lugar del código produciendo una ruptura en la cadena
significante, un estallido, un agujero. El sujeto no puede responder a la
iniciativa del Otro.
2.- El sujeto al borde del agujero. Cuando un sujeto psicótico en
determinada encrucijada de su historia es confrontado con la falta de
significante, surge en él sentimiento de que ha llegado al borde de un
agujero.En ese instante donde la alusión del Otro resulta literalmente
insoportable, pues la cadena significante no soporta y se rompe, el sujeto
queda al borde de un agujero pues se produce un estallido de las
significaciones, una verdadera despoblación significante. Esto debe tomarse al
pie de la letra. No se tata de comprender, se trata de concebir qué ocurre con
un sujeto cuando la pregunta le viene desde allí donde no hay significante. La
falta de significante se hace sentir como tal, como al borde de un abismo. Este
momento es un estallido en la relación del sujeto con el Otro. Se revelan
brutalmente que el significante del Nombre-del-Padre no se ha inscripto, y que
no hay significante fálico con el cual responder. Ambos están ausentes, y el
sujeto se encuentra absolutamente solo, lo cual quiere decir, absolutamente
solo para arreglarselas con el imperativo superyoico que ordenará el goce del
Otro, que es siempre goce de la
Madre.
3.- El sujeto perplejo: La ocasión del desencadenamiento causa en el
sujeto la máxima perplejidad, o sea: “irresolusión, incertidumbre, duda”.[30] El sujeto sabe que algo
le ha ocurrido, lo experimenta, tiene la impresión de que súbitamente todo en
él ha variado y no sabe cómo responder. “El sujeto queda intimidado […] en un
anonadamiento del significante”.[31] El sujeto ha quedado
realmente inerme. Las descripciones fenomenológicas de la semiología
psicopaológica clásica señalan la perplejidad conjuntamente con la ausencia de
las categorías de espacio y tiempo (falta de conciencia de espacio y tiempo).
Frecuentemente este es el momento en donde surgen los fenómenos elementales que
posiblitarán al sujeto la salida del estado de perplejidad.
Al
operar con los matemas gran Otro —A— y objeto pequeño objeto – a[A20] -, deberemos tener en cuenta que eso implica la
distinción entre goce fálico y goce del Otro. En las psicosis, se trata del goce
del Otro.
En
cuanto al objeto a se distinguen tres funciones: causa del deseo,
soporte del fantasma y lugar del goce. Es esta última función del objeto en
tanto lugar del goce lo que muestran las psicosis.
En
la neurosis, el goce del cuerpo del Otro está prohibido por la ley del deseo,
que implica que el hombre no goce del cuerpo del Otro, sino de lo que éste se
exila, es decir, un objeto exterior al cuerpo. El goce del Otro hay que
representarlo como inexistente e imposible, en la medida en que el padre es el
padre muerto (padre simbólico). Por lo tanto, si el padre no responde, su
función, el Nombre-del-Padre, va a hacer oficios de respuesta diciendo “no” al
goce del Otro. Esta función del padre va a dar un goce de sustitución pasando
por el significante del goce fálico. La respuesta del padre es pues el falo
simbólico, que da cuerpo a un goce separado irremediablemente del cuerpo del
Otro. Pero, este cuerpo es simbólico: el goce de todo ser hablante será el goce
de un cuerpo simbólico, será goce fálico, que no debe confundirse con el
significante falo simbólico que lo soporta. El goce fálico procede de una
cobertura de lo real por lo simbólico, lo que se muestra en el nudo borromeo.
Si
el Nombre-del-Padre no funciona diciendo “no” al goce del Otro porque está
forcluído, el goce no podrá localizarse en la función fálica puesto que le
falta un cuerpo simbólico, un cuerpo simbolizado, ordenado por el significante.
35 Se trata de que el psicótico queda en el lugar de ser el objeto
del goce del Otro. Es el Otro que goza de él. Está colocado en posición de a,
de desperdicio, de resto del goce del Otro. Hay que notar que este Otro tiene
una dimensión de Superyó[A21]
tal como lo indica el esquema I, en
donde designa el goce del Otro como Superyó en la posición de incumplimiento.
Este Superyó se encuentra figurado por el imperativo de las voces alucinatorias
que le ordenan ¡goza!, entendiéndose por ello el mandato de un goce mortífero.
Las
más de las veces, en las psicosis, hay una llamada a gozar en el cuerpo y el
psicótico no tiene a su disposición su significante fálico que le permitiría
localizar su goce. No puede situarse como hombre para encontrar una mujer.
La psicosis es el rechazo del inconsciente como discurso,
pero es este rechazo mismo el que sitúa la estructura del sujeto. A partir de
esto sólo una función interesa: el aparejo del sujeto al goce. 36
Jacques Lacan, siguiendo los lineamientos freudianos, otorga un lugar
de relevada importancia al padre en la constitución del sujeto. Importancia que
subrayó justamente en el caso de la psicosis, a través de retomar el concepto
freudiano de Verwerfung y reconceptualizarlo como “forclusión del significante
del Nombre-del-Padre”. También siguiendo los pasos de Freud considera la
regresión libidinal en la psicosis, lo que denominará “regresión tópica al
estadío del espejo”. Nos dedicaremos a estos dos puntos tan relevantes en la
enseñanza de su enseñanza.
El
desencadenamiento de las psicosis
Para que las psicosis se desencadene es necesario que el
Nombre-del-Padre, forcluido, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea
llamado en oposición simbólica al sujeto93. Cuando
desde el Otro, un sujeto es llamado a responder por la paternidad, y no está a
disposición del sujeto ese significante, esa identificación primera que permite
responder con su nombre, lo real responde.
La
irrupción de Un-padre en lo real es el motivo del desencadenamiento de las
psicosis como la intrusión de un tercero en oposición a la pareja imaginaria, a-a,
como exterior a la cadena de los significantes. “Intruso” es todo significante
que interpele la subjetividad en un punto donde el sujeto no tiene con qué
responder, en ausencia de una respuesta ofertada por el significante fálico. El
goce insoportable por ausencia del falo conduce al proceso de exclusión, hay
rechazo del significante y pasaje de lo simbólico a lo real (síntoma).
El
problema del desencadenamiento de las psicosis está relacionado a la
pertenencia o no-pertenencia del significante paternal al conjunto de los
significantes. En la medida en que el significante paternal no pertenece a ese
conjunto, no está incluido sino excluido, la significación producida en
relación con el llamado del significante paternal, por la situación en la cual
se encuentra el sujeto, permanece desconocida o enigmática. 94
El
significante del Nombre-del-Padre funciona como excepción y como límite.
Es la función de excepción lo que da un límite95, desde el cual
todos los demás significantes forman un conjunto cerrado. Si la función de
excepción falta, si no hay límite, no hay todo que pueda cerrarse.
El
desencadenamiento está en correspondencia con el caso donde la excepción
paternal hace defecto, el punto límite se encuentra expulsado, rechazado más
allá. 96. El estallido del límite como consecuencia de la forclusión
del Nombre-del-Padre hace desaparecer la enunciación y el psicótico escucha su
propia voz en lo real. La ausencia de límite hace que la emisión del
significante parezca venir del más allá. Hay un borramiento de la enunciación,
un desconocimiento de la propia voz, un decir propiamente “irresponsable”, pues
no tiene con qué responder. El sujeto psicótico no se atribuye sus propios
pensamientos.
La
irrupción de Un-Padre pone en evidencia, al momento del desencadenamiento de
las psicosis, que la excepción paternal es puesta en función a pesar de su
inexistencia, pero al precio de un desplazamiento de registro. Lo que debería
tomar su lugar en lo simbólico surge en lo real. Lo rechazado de lo simbólico,
fuera de la estructura del discurso del inconsciente, retorna en lo real como
síntoma: escritura salvaje del síntoma. El significante en lo real se
presenta con todo el peso del enigma y la certeza de que el Otro goza de él. El
sujeto psicótico sufre del sentimiento de ser espiado en máxima intimidad,
motivo de sufrimiento, pero lo más grave, causa de gran mortificación, es el
sentimiento que se mofan de él 97.
El
fenómeno elemental es lo que hace síntoma para las psicosis. Tiene la
estructura misma de la forclusión, pasaje de simbólico a real, y, tiene una
función homóloga a la función del padre. El fenómeno elemental alude al
significante que rechazado fuera de la estructura del discurso inconsciente,
repite. Pone en juego el límite, pero ese límite es gozador, es irónico. Le
juega una mala pasada al sujeto, quien se siente burlado, molestado, por las
voces que no reconoce como propias. Lo sardónico, consiste precisamente en que
la ausencia de límite borra el lugar de la enunciación y el dicho no es reconocido
como propio sino que le viene de una multiplicidad de voces que el psicótico
atribuye a diferentes sujetos.
La cuestión del desencadenamiento de las psicosis está en
relación a la irrupción de Un-padre y a la falta de la función límite que
debiera realizar el significante Nombre-del-Padre como excepción.
La
construcción del síntoma en las psicosis desencadenadas puede o no seguir su
trabajo de invención por el delirio y la metáfora delirante, como nuevas
escrituras del síntoma, como suplencias estabilizadoras.
El
desencadenamiento puede lanzar al trabajo de una interlocución delirante, en
donde la respuesta de lo real viene primero98. Esto queda
denunciado por la alucinación verbal en donde un sujeto escucha la voz en lo
real, se la atribuye (imputa) al Otro y la interpreta como dirigida a sí mismo
(atribución subjetiva de las voces). [32]
el
sujeto fuera-de-discurso
La
regla fundamental le propone al sujeto crear por su decir, sin restricción, la
secuencia de las asociaciones libres. Así, la verdad en el contexto del decir
en análisis nos conduce a las formaciones del inconsciente. Por eso la verdad
es un puesto o lugar en cada discurso, lugar abierto a la rotación
significante. La secuencia aparentemente contingente del decir del analizado
deviene a través de su transmisión en el contexto analítico necesario. Este
afecto es lo que Lacan denomina Sujeto Supuesto Saber, fundante estructural de
la transferencia.
El
saber en las psicosis corresponde a un sujeto forcluido a ese exterior que es
el campo del Otro, desde el momento mismo en que se propone como objeto. Habrá
un saber que es goce y hay un sujeto de ese saber. Lo que no habrá, a
diferencia del neurótico es el supuesto afectando al saber como al sujeto en la
relación transferencial.
El
psicótico, como el neurótico, está en el lenguaje, pero, al contrario del
neurótico, no está en el discurso. Esto quiere decir que el psicótico funciona
con la operación alienación sin la operación separación. El sujeto no
está representado, por un significante respecto de otro significante, sino que
está identificado, coagulado, tomado masivamente en el significante.
Lacan habla al respecto de la holofrase91, término que reenvía
particularmente a que el sujeto se hace ahí monolítico con el significante92.
El
psicótico no produce lapsus, el sujeto no está en el lugar del efecto de
verdad. La imagen de “la muerte del sujeto” es la extinción del efecto
de significación, a partir de lo cual aparece especialmente meritorio el
esfuerzo que constituye la construcción del delirio.
Hay
un punto en las psicosis que es utópico en el sentido etimológico: el discurso
de la libertad en su utopía se encuentra con las psicosis y la acompaña.
La locura, lejos de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera,
sigue su movimiento como una sombra. El ser del hombre no puede ser comprendido
sin la locura como límite de la libertad.
Lacan, al respecto del vínculo, nos ofrece una posibilidad
de definición en el Seminario sobre Las psicosis, apoyándose en la estructura
del lenguaje, que entendemos así: un vínculo es lo que instaura la coexistencia
sincrónica de los términos. La proposición en su contexto merece ser retomada
para esclarecer la noción de vínculo. Lacan parte del “vínculo posicional”, en
tanto que es lo que en una determinada lengua instaura esta dimensión esencial
que es la del orden de las palabras. Eso que aparece a nivel gramatical como
característica del vínculo posicional, se encuentra a todos los niveles, para
instaurar la coexistencia sincrónica de los términos.
A partir de ello, qué es lo que permite inferir una
definición general del vínculo? ¿Cuál es la relación entre el orden de las
palabras en una frase y lo que vincula a dos seres hablantes?
Se podría responder simplemente disiente que la palabra
misma implica posiciones que tienen que tener su correspondencia en la frase
que articula. Por el simple hecho de que alguien se dirige a otro para decirle
algo el sistema de coherencia posicinal del lenguaje organiza el vínculo a este
otro.
Lo social que califica el vínculo y del cual se desborda la
cuestión de la integración al “socius imaginario” y su referencia especular,
plantea la cuestión de su posibilidad. Esta posibilidad vinculante se establece
en el orden de la sincronía y retira este vínculo en la diacronía. Tal como la
lógica temporal de la cadena significante lo implica. Que el vínculo organice
prestancia y prestación no se puede negar, y es lo que posibilita que sea
social; o sea, que la capacidad de compartir de un ser hablante así vinculado con
otros seres hablantes vinculados de manera muy particular. Esa posición está
fundada en el lugar prevista en el discurso para que el sujeto pueda separar lo
inconsciente. No es un descubrimiento de poca monta el haber podido situar tres
posiciones posibles que hacen que el vínculo de lo simbólico pueda hacer
“socius”, me refiero al discurso amo, universitario e histérico. Estas son las
tres únicas posibilidades para el sujeto que le permiten tener separado en su
enunciado el orden de lo inconsciente y el objeto causa de su deseo.
Al
respecto del vínculo, o lazo social, el psicótico logra desvincularse. La
identificación primaria como inaugural introduce el nudo de un vínculo. Lo que
inaugura una identificación primaria es la introducción de lo ubicado en un
discurso a lo ligado de un vínculo. El significante primordial es expulsado y
el sujeto no encuentra la posibilidad identificatoria primaria, es decir, la de
ser vinculado a través del discurso como sujeto, sino dependiente del yo. El
psicótico, en cuanto es, en una primera aproximación, testigo abierto del
discurso del inconsciente parece fijado, inmovilizado, en una posición que lo
pone fuera de la posibilidad de restaurar auténticamente el sentido de eso que
él testimonia, y de compartirlo en el discurso.
La transferencia
se formula: “allá donde me dirijo, amo”. Pero el que aborda al psicótico se
encuentra metido en el mecanismo del proceso de transferencia al revés que se
enuncia así: “es el Otro el que me ama”. Por lo que será necesario operar un
movimiento de báscula. Igual que “se dirige a nosotros” es una inversión de la
voz alucinatoria que se dirige a él, así la transferencia sabe estar en
correlación a la inversión de esta erotomanía en sí misma.
Con
relación a esto pensamos que un psicótico puede perfectamente desplazarse en el
mundo tal como es. Hay grandes locos que han hecho grandes cosas en todos los
dominios de la actividad humana: las artes, las ciencias y las técnicas. Esto
mientras no haya Un-padre que venga en oposición simbólica al sujeto. Y es ahí
donde el analista puede intentar ofertar algo al sujeto psicótico pues en
realidad al psicótico le es necesario un lugar al cual dirigirse. Pero
entonces, cabe preguntar: ¿cómo introducir el vínculo con alguien que está
fuera-de-discurso?
Existe
en efecto en las psicosis el padecimiento del goce del Otro. A partir de ello
sólo una función nos interesa: el aparejo del sujeto al goce. En principio, se
constata para el psicótico que no hay aparejo puesto que eso queda
fuera-de-discurso. Pero sin embargo se va a poder construir un trámite de
suplencia en torno al analista para hacerle tejido social. La idea radicalmente
nueva es que ello puede hacer función simplemente con el dispositivo analítico.
Forclusión
del significante Nombre-del-Padre
Ya
hemos mencionado en la introducción el destacado lugar que ocupa el padre en
las psicosis desde el inicio de los estudios freudianos. En Observaciones psicoanalíticas sobre un caso
de paranoia descripto autobiográficamente la cuestión gira íntegramente en
lo que Freud denomina “el complejo paterno”.
Para
introducirnos en el tema realizaremos un rodeo teórico necesario. La forclusión,
recusación o preclusión (Verwerfung) es un “defecto que le da a las
psicosis su condición esencial.50
La forlución en la picosis es estructural,
transfenoménica. Los fenómenos observables son su consecuencia e implican una
clínica de síntomas en lo real.
La Verwerfung
convierte al psicótico en un martir del inconsciente pues, como lo muestran los
fenómenos elementales, lo que retorna desde lo real se impone al sujeto con
sufrimiento.
En el origen de la inscripción psíquica hay Bejahung o
Verwerfung53. Estos conceptos expresan dos modos de encuentro del sujeto con el
significante: Bejahung, es el
encuentro donde se producirá una afirmación primordial —simbolización primera—
; Verwerfung, es el
rechazo —forclusión— que constituye una abolición simbólica. Caminos
divergentes que conducen, uno, a la problemática de la represión, el deseo y su
insatisfacción, y el otro, a la problemática del goce desanudado del falo.54[A22]
El
funcionamiento del lenguaje y de las categorías topológicas de lo real, lo
simbólico y lo imaginario permiten especificar este defecto de la siguiente
manera: el significante que ha sido rechazado del orden simbólico reaparece en
lo real (alucinatoriamente). Freud señala “lo cancelado (“aufheben”) adentro
retorna desde afuera”.51
El
efecto radical de la forclusión sobre la estructura encuentra su estatuto
primordial en lo que es excluido: el padre como símbolo o significante del
Nombre-del-Padre cuyo significado correlativo es el de la castración. Por
eso es que, en ciertas condiciones, el sujeto psicótico se encuentra enfrentado
con la castración no simbólica, sino real (por ejemplo la emasculación).
La
forclusión de ese significante primordial se registra por sus efectos en el
decir del psicótico. En ningún otro caso el síntoma está tan claramente
articulado en la estructura misma. La cadena hablada se presenta sin límite y
sin vectorización. La perturbación de la relación con el significante se
manifiesta en los trastornos del lenguaje como los neologismos, las frases
estereotipadas, la ausencia de metáforas. Al haber cedido o no haberse
establecido nunca los puntos de “capitonado” del discurso —puntos de enlace
fundamental entre el significante y el significado—, ocurre su desarrollo
separado, con la preeminencia del significante como tal, vaciado de
significación.
La
noción de forclusión ha sido estudiada por Damourette y Pichon, en su
obra Des Mots à la Pensée.
Essa de Grammaire de la langue française, en relación al
modo “discordancial”. El idioma francés, señalan estos autores, dispone de una
negación en dos partes: ne-pas, ne-jamais, ne-rien [no,
nunca, nada]. La primera de esas partes se denomina “discordancial”. Se emplea
en las proposiciones completivas regidas por verbos que expresan temor,
precaución o impedimento. En el temor, por ejemplo, hay discordancia entre el
deseo del sujeto y la posibilidad que encara; en el impedimento, hay
discordancia entre el fenómeno que debería producirse y la fuerza que lo
impide. La segunda parte de la negación francesa, constituida por palabras como
rien, jamais, aucun, personne, plus, guère, se aplica a los hechos que el
locutor no encara como formando parte de la realidad. Esos hechos están de
alguna manera forcluidos, de modo que a esa segunda parte de la negación se le
otorga el nombre de “forclusiva”. En los verbos défier, défendre, prévenir,
désespérer, garder, lo forclusivo excluye el hecho subordinado de las
posibilidades futuras, pero la lengua sabe dar un giro aún más audaz y
particularmente interesante desde el punto de vista psicológico: un hecho que
ha existido en realidad es efectivamente excluido del pasado.
El
lenguaje es un maravilloso espejo de las profundidades del inconsciente para
quien sabe descifrar sus imágenes. Por ejemplo, la figura del arrepentimiento
corresponde al deseo de una cosa pasada y por lo tanto irreparable. La lengua francesa,
mediante el forclusivo, expresa ese deseo escotomizado, y traduce así un
fenómeno normal que la escotomización exagera.
El uso francés del término forclore [forcluir]
coincide con el comentario desarrollado por Franz Brentano en su Psychologie
du point de vue empirique[33]
respecto a la función de la
Verwerfung en su aplicación al juicio, refiriéndose en
particular al reconocimiento (Anerkennung) y el rechazo (Verwerfung),
en tanto que posicionamientos existenciales distintos de la ligazón radicativa.
Entre 1915 y 1920, varios textos de Freud nos confirman, por el empleo que él
hace de esos términos, la influencia profunda que ejerció su asistencia a los
cursos de Brentano sobre el desarrollo de su pensamiento. En 1915, en el
artículo La represión, tratará de situar la noción de Verwerfung con
relación a ese proceso. En 1917, en las Conferencias de introducción al
psicoanálisis, retoma su interpretación en la exploración general de la
resistencia y la regresión. Esos primeros enfoques reciben el respaldo del
artículo sobre La negación en 1925.
En
1915, la noción de Verwerfung es introducida sobre la base de una
distinción entre las reacciones respectivamente oponibles a las estimulaciones
internas y externas. Mientras que estas últimas se pueden eludir por medio de
la fuga, las primeras (estimulaciones pulsionales que provienen del interior
del organismo) no son susceptibles de una evitación de ese tipo. Por lo tanto,
Freud buscará con empeño un equivalente. Lo encontrará en ese repudio ejercido
por el yo que es la
Verwerfung.
Para
Freud la forclusión, que se define como la incapacidad del yo para huir de sí
mismo, entraña en efecto un repudio de la identificación, en cuanto ella se
basa en la asunción del patronímico, tal como lo enunciará explícitamente en Moisés
y la religión monoteísta.
El repudio que refiere la Verwerfung
encontrará sus raíces en la expulsión de un contenido de experiencia fuera del
yo, ejercida en función del principio de placer. La existencia en la realidad
encuentra negada su representación.
El estudio del juicio nos revela y quizás por vez primera nos permite
penetrar en el modo en que se engendra una función intelectual a partir del
juego de las mociones pulsionales primarias. El juzgar es el desarrollo
ulterior, adecuado a un fin, de la inclusión en el yo o de la expulsión fuera
del yo que, originalmente, se rigieron por el principio de placer. Su polaridad
parece corresponder a la oposición de los dos grupos de pulsiones cuya
hipótesis hemos aceptado. La afirmación —como sustituto de la unión— pertenece
al Eros; la negación —sucesora de la expulsión— pertenece a la pulsión de
destrucción. Es verosímil que el gusto generalizado por la negación, el
negativismo de muchos psicóticos, tenga que comprenderse como indicio de la
desmezcla de pulsiones por retiro de los componentes libidinales. Pero la
operación de la función del juicio sólo resulta posible por la creación del
símbolo de la negación que le ha permitido al pensamiento un primer grado de
independencia con respecto a las consecuencias de la represión y, por ello, con
respecto a la coacción del principio de placer.52[A23]
La forclusión en la picosis es estructural,
transfenoménica. Los fenómenos observables son su consecuencia e implican una
clínica de síntomas en lo real.
La Verwerfung
convierte al psicótico en un martir del inconsciente pues, como lo muestran los
fenómenos elementales, lo que retorna desde lo real se impone al sujeto con
sufrimiento.
Mencionaremos
las consecuencias del fenómeno de forclusión del significante del
Nombre-del-Padre:
La metáfora paterna no opera y
el llamado al Nombre-del-Padre es respondido en el Otro por un puro y simple
agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero
correspondiente en el lugar de la significación fálica, provocando un desorden
en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto79.
Regresión tópica al estadío del
espejo, en donde la relación con el otro especular se reduce a su filo mortal.
Resolución de la identificación
sexual a través del empuje-a-la-mujer. “A falta de ser el falo de la
madre le queda la solución de ser la mujer que le falta a los hombres”,
garantizando así la existencia de La mujer.
Ausencia de deseo pues no se
inscribe la sanción simbólica que lo funda.
Ausencia de angustia de
castración, y grave precipitación en el sufrimiento y el horror de saber que es
objeto de goce del Otro.
El sujeto queda ubicado con
relación al universo del lenguaje, pero fuera de discurso, o sea, fuera de la
posibilidad de hacer lazo social.
El sujeto queda alienado en el
vientre del Otro que está pleno de significantes, queda preso en el juego mismo
de esa cadena, juego que produce ese goce insólito del cual Freud nos hablaba
en la identidad de percepción del proceso primario. Goce y cadena significante
se ligan. El goce es en tanto goce del Otro y el sujeto es sujeto de ese goce.
La ausencia de significación
fálica deja impedido el sentimiento de estar vivo.
La imposibilidad de metáfora
paterna trae como consecuencia que el psicótico no pueda responder en su
nombre propio. Si un psicótico se encuentra en oposición simbólica con
Un-padre, es decir, lo que se llama comúnmente “tener que tomar sus
responsabilidades”, ahí donde se le solicita más allá de lo que es una
definición de su función, donde debiera responder en primera persona, no lo
soporta.
Sitúa al sujeto en la alienación
de una captura imaginaria radical, reduciéndolo a una posición intimidada[34][A24] .
.
La
regresión tópica al estadío del espejo
El
concepto de “regresión” fue introducido por Freud en La interpretación de
los sueños. Para Lacan la regresión debe entenderse como “la reducción de
lo simbólico a lo imaginario”. 80 La regresión no demuestra
nada más que un retorno al presente de los significantes usados en demandas
para las cuales hay una prescripción”81.
La
“regresión tópica al estadío del espejo”82, sitúa al sujeto en la
alienación de una captura imaginaria radical, reduciéndolo a una posición
intimidada. Pero este registro le ofrece también al sujeto una muleta. Pues,
“tendrá que llevar la carga [de la aniquilación del significante], y asumir su
compensación por medio de una serie de identificaciones puramente
conformistas”. 83 Es así como la forclusión declina sus efectos de
estructura en los tres registros, real-imaginario-simbólico y nos deberemos
interesar por aquello que se desanuda en la estructura borromiana de ellos y la
función del delirio allí.
El
narcisismo es la “relación imaginaria central para la relación inter-humana”, y
es tanto el sostén de una “relación de atracción erótica”, como la base de la
tensión agresiva. Ante la falta del significante del Nombre-del-Padre, esa
relación narcisística especular queda condenada a una inestabilidad fundamental,
patente en el momento mismo de un llamado al Nombre-del-Padre. Pues, será
justamente ese significante lo que regulará esa distancia entre imágenes y lo
que le proporcionará una Ley que impedirá una “colisión” y una “explosión
catastrófica”, como comprobamos en las psicosis. El Nombre-del-Padre
introducirá la dimensión en ese “él” impersonal que trasciende el eje del
“yo-tú” de las relaciones puramente imaginarias. Sin embargo, a partir de la
“metáfora delirante” (“anclaje” del sujeto a una frase cualquiera que instale
una certeza) se hace posible una cierta estabilidad.
El
término “falta del Nombre-del-Padre” es para precisar que en las psicosis este
significante está forcluído para siempre. Es algo estructural. El primer
término de la operación de la fórmula de la metáfora es solo un fracaso.
Esto
nos permite afirmar que el deseo de la madre permanece sin “barramiento”
alguno, y que la consecuencia directa en el segundo término es que “el
significado al sujeto”, significado desconocido, permanecerá como tal, sometido
al imperativo absoluto del deseo de la madre. Como consecuencia surge el
fracaso de la significación fálica, el cual inicia “la cascada de los vaivenes
de los significantes” que no forman cadena, no establecen un discurso, no
remiten a nada, desembocando en un “creciente desastre de lo imaginario”.
Empuje-a-la-mujer
El
psicótico no puede sostenerse en el lado hombre de las fórmulas de la
sexuación.
Realizando
el análisis de las “Memorias de un neurópata”, Freud analiza las
vicisitudes del narcisismo desde el complejo paterno. Postula una posición
pasiva de Schreber en relación al padre que caracteriza como una transformación
en mujer (empuje-a-la-mujer). Schreber está dispuesto a ser la mujer del padre:
“si fuera mujer tendría hijos y encontraría así el camino para retroceder hasta
la actitud femenina infantil con respecto al padre”90. Sin duda está
en juego, no tanto una versión narcisística de objeto, de lo semejante a lo
semejante, de la fraternidad de los hombres, se trata de una relación del hijo,
como mujer, con el padre.
Si
el narcisismo es la relación imaginaria central para la relación interhumana,
es tanto el sostén de una relación de atracción erótica como la base de la
tensión agresiva. Ante la falta de significante del Nombre-del-Padre, esa
relación narcisística especular queda condenada a una inestabilidad.
Si
el narcisismo está en la raíz de la regresión paranoica, es sólo en respuesta a
la frase “él me odia o me ama” que le llega al paranoico del exterior y en la
forma en que él se posiciona con relación a la misma. Sin duda el narcisismo en
Schreber no aparece como: “no amo a nadie” o “solo me amo a mi mismo”, sino solamente
en “él me ama o me odia”. Si hay grandeza en el delirio o si hay delirio de
grandeza, es por ser el objeto de consideración privilegiada de
Dios-padre, en el amor y aun en el odio. El “yo lo amo” o “lo odio” es la
respuesta del sujeto al otro que lo ama u odia. Respuesta imaginaria, que en
caso de Schreber es imaginarse ser la mujer que Dios necesita. En ese sentido
se restituy en ese delirio a la manera del síntoma, al padre que ama u odia y
que como tal suple la falta de relación sexual.[35]
Es
desde el otro, que no soy yo, desde donde retorna la libido, pero no a él, sino
tomándolo a él, como su objeto. “Dios me exige un goce continuo” dice Schreber.
“Los dos fragmentos capitales del delirio de Schreber, su transformación en
mujer y su preferente situación ante Dios, aparecen enlazadas en un sistema,
por su actitud femenina con respecto a Dios”. Es, siendo la mujer, que se puede
dar sentido a esa exigencia de goce y es dando nombre de Dios que se puede dar
sentido a ese goce del Otro. Esa exigencia de Dios por el goce, esa
construcción del Otro-Dios para ese goce, y esa mujer para ese Otro, es lo que
estabiliza su yo narcisístico. Dios nombra y justifica ese goce que lo
atraviesa haciéndolo goce para el Otro.
Esa
exigencia de goce, lo dice Schreber, es la presencia constante del lenguaje,
eso que habla sin parar y sin sentido, un goce constante, sin límite, sin
freno, que no para de decir.
El padre, Dios, se formula en el
punto en el cual el lenguaje habla solo, sin límite, sin detención, que vuelve
loco y confuso al sujeto. Ser mujer (La Mujer toda) otorga sentido a esa exigencia del
Otro, de ee Dios que dice “te amo”. Así se estabiliza esa identifiación
faltante, y se suple la falta de
relación sexual, poniendo tope al goce.
El
“empuje-a-la-mujer” es una estructura lógica que se relaciona con la pulsión.
La pulsión es algo del orden del empuje y el “empuje-a-la-mujer” es la forma de
la pulsión en las psicosis, articulada con una estructura lógica que es
precisamente la de “La mujer” que les falta a todos los hombres. Vemos siempre
en las psicosis esta formación de “el todo”. La metáfora delirante funciona con
la lógica del “empuje-a-la-mujer”, en la que el sujeto se produce como el
objeto que falta en el universo del discurso. Trata pues de hacerse representar
en este universo mediante la invención del nuevo significante de La mujer (con
mayúsculas, completa, toda)[36].
Los
fenómenos elementales
La clínica
de las psicosis es la clínica de las respuestas de lo real.
Por fenómenos elementales se
entiende al conjunto de fenómenos discretos que componen la semiología de la
psicosis, que tienen por característica ser elementos que se pueden aislar y a
su vez obedecen al automatismo de repetición. Algunos de ellos sucumbirán
tiempo después al estallido o desencadenamiento de la crisis, mientras que
otros acompañarán toda la vida del psicótico.
Los fenómenos elementales se
estudiaron primeramente en la paranoia. Es por ello que siempre se encuentran
referencias al grupo de los “delirios crónicos sistematizados”, que entran de
lleno en el concepto de paranoia y tienen en la clínica psiquiátrica un lugar
muy circunscripto. Lacan recusa la definición construida por Kraepelin en 1899
como “desarrollo insidioso dependiente de causas internas y según una evolución
continua de un sistema delirante, duradero e imposible de quebrantar que se
instala con una conservación completa de la claridad y el orden en el pensamiento,
la volición y la acción” .37 Es a partir de esta distinción que se
sitúa el quid del problema: la noción de fenómeno elemental. Este
término se lo debemos a Kraepelin y rastreándolo en la psiquiatría nos
lleva hasta Clérambault. Es un término que Lacan cita en su tesis doctoral
(1932). Estos fenómenos elementales tienen, hoy en día, un valor doctrinal en
la clínica de la psicosis.
Para
aquél psiquiatra se trata de fenómenos ideoafectivos “nucleares” que se
detectan en la base de las psicosis alucinatorias crónicas, causadas por
alteraciones neurológicas.
El maestro de la psiquiatría
francesa Gaetan de Clérambault, observó que todos los fenómenos elementales
poseen características comunes, tales como: en primer lugar, introducen una
discontinuidad en la experiencia subjetiva, es decir, establecen un corte entre
el antes y el después; en segundo lugar, el sujeto los experimenta con una
convicción o certeza que, según nos dice, no tiene parangón con sus creencias
usuales; en tercer lugar y paralelamente, siempre son vividos como teniendo
relación consigo mismo, razón por la cual no resultan indiferentes; en cuarto
lugar, están al margen de cualquier significación, al menos en su forma
inicial, poniéndose así de manifiesto que al principio se trata de un vacío de
significación o experiencia enigmática en la que el sujeto se siente
inexcusablemente concernido; por último, son neutros desde el punto de vista
afectivo.
Lacan,
marcando distancias con la posición mecanicista de Clérambault y lejos de
entender la paranoia como una psicosis “endógena” (como indicaba Kraepelin),
explora la paranoia manteniendo los fenómenos elementales no como un punto
parasitario —núcleo en el seno de la personalidad— alrededor del cual el sujeto
haría una construcción para enquistarlo y explicarlo, sino dándole un alcance
estructural: “el delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza
constituyente, es también un fenómeno elemental (…) la noción de elemento no
debe ser entendida de modo distinto que la estructura.” 38
El
fenómeno elemental tiene una importancia de primer orden: se sitúa como el
elemento fundamental de la estructura psicótica de un sujeto, irreductible, que
está al nivel de la interpretación. La clínica de las psicosis es la clínica
del fenómeno elemental por cuanto comprende los disturbios que se producen
en la relación entre el sujeto y el Otro, relación marcada por un recorrido en
donde el significante crea el campo de la significación a partir del pasaje del
sujeto por el sitio previo del Otro.
Los grandes y los pequeños fenómenos de la psicosis guardan una relación
específica con la certeza y su explicación fue aportada por Freud en sus
primeros ensayos psicopatológicos, como sucediera con la descripción del
mecanismo llamado Verwerfung (el rechazo radical o la forclusión, como
lo tradujo Lacan), a los cuales ya nos hemos referido. Desde los antecedentes freudianos,
psicosis y certeza comenzaron a concebirse como términos lógicamente
interrelacionados, como el reverso y el anverso de una experiencia común. Esta
vinculación indisoluble, que hasta Freud se circunscribía al terreno de los
datos observables, fue por él explicada al mostrar que eso de lo que el sujeto
se defiende de forma tan radical termina por retornarle mezclado con la
realidad, es decir, siendo experimentado como real, fenómeno a lo cual se
denominó: certeza delirante.
El
fenómeno de la creencia delirante es el de desconocimiento, con lo que este
término tiene de antinomia esencial, porque desconocer supone un
reconocimiento, como lo manifiesta el desconocimiento sistemático, en el que
hay que admitir que lo que se niega debe de ser de algún modo reconocido
Esta consideración ha sido
desarrollada y matizada por Lacan mediante su teoría de la forclusión,
explicación que nos sirve asimismo de guía para entender cómo la experiencia
psicótica está determinada por los desajustes sobrevenidos en la articulación
borromea de los tres registros que caracterizan la experiencia humana: Real,
Simbólico e Imaginario.
Nos interesa
referirnos muy sintéticamente a Clérambault, quién consideró que el conjunto de
fenómenos elementales, se caracterizan por la incoercible extrañeza de la
certeza delirante, y que componía un síndrome que denominó automatismo mental, respecto del cual destacó:
1.- Sensaciones parasitarias, aludiendo a las alucinaciones
psicosensoriales, vsuales, cenestésicas, tactiles, gustativas y otras, que
irrumpen como fenómenos sensoriales puros y simples y son “anideicos”.
2.- El triple automatismo motor ideico e
ideoverbal (fenómenos de elocución, de ideación y de formulación ideoverbal
espontánea). Dentro de este grupo distinguía especialmente los juegos
silábicos, los fenómenos psitaccicos, los fenómenos verbales parcelarios, los
cortes verbales, las palabras jaculatorias fortuitas, el mentismo o
devanamiento incoercible del pensamiento.
3.- Fenómenos de desdoblamiento mecánico del
pensamiento (el triple eco del pensamiento, de la lectura y de los actos) y
fenómenos conexos, como la enunciación de los gestos, la enunciación de las
intenciones y los comentarios sobre los actos. Todos estos fenómenos de
reptición y de repercusión de los procesos del pensamiento pueden ser
anticipados, simultáneos o retardaedos con respecto a la formulación en curso.
4.- Fenómenos de pequeño automatismo mental
o fenómenos sutiles tales como la emancipación de abstracciones, nebulosas
anticipadas de un pensamiento indiscernible o devanamiento mudo de recuerdos.[37]
Trataremos
particularmente aquellos fenómenos elementales más prototípicos en su
funcionamiento, para desde allí, luego pensar otros. Me refiero a la
alucinación verbal –en donde juega un papel esencial el objeto a destacándose la voz, el silencio y la
mirada -, el delirio, y el neologismo.
La alucinación verbal
Para llegar a clasificar las alucinaciones de modo
adecuado, conviene observarlas en los contrastes recíprocos, las oposiciones
complementarias que el sujeto señala. Estas oposiciones forman parte de una
misma organización subjetiva, y por ser el sujeto quien las proporciona tienen
mayor valor que si fuesen establecidas por un observador. Además, hay que
seguir su sucesión en el tiempo.
En Schreber se trata de algo que se sitúa en el orden
de sus relaciones con el lenguaje, de esos fenómenos de lenguaje a los que el
sujeto permanece ligado por una compulsión muy especial, que constituyen el
centro en que al fin culmina la resolución de su delirio.
Hay una topología subjetiva, que reposa en un
significante inconsciente, en la psicosis ese significante inconsciente parece
exterior al sujeto, pero es una exterioridad distinta de la que se evoca cuando
nos presentan la alucinación y el delirio como una perturbación de la realidad,
ya que el sujeto está vinculado a ella por una fijación erótica.
Tenemos que concebir aquí al espacio hablante en forma
tal, que el sujeto no puede prescindir del espacio hablante sin una transición
dramática donde aparecen fenómenos alucinatorios, es decir donde la realidad
misma se presenta como afectada, como significante también.
En Schreber gran parte de su construcción, está hecha
con elementos en que se reconocen equivalencias corporales, pero el pivote de
estos fenómenos, es la ley, que esta enteramente en la dimensión imaginaria
transversal, porque se opone diagonalmente a la relación de sujeto a sujeto,
eje de la palabra en su eficacia.
Los fenómenos en juego en la alucinación verbal,
manifiestan en su estructura misma la relación de eco interior en que está el
sujeto respecto a su propio discurso, se vuelven cada vez más insensatos, como
expresa Schreber, vaciados de sentido, puramente verbales, machacaderas,
estribillos sin objeto.
Hay una falta por la que el sujeto se ve obligado a
construir ese mundo imaginario Hay una relación especial con la palabra que
hace que padezca en su interior este automatismo de la función del discurso. El
discurso no sólo lo invade y lo parasita sino que él está suspendido de su
presencia.
Los
fenómenos propios de las psicosis, en particular la alucinación verbal, se
sitúan en el interior de las paradojas de la percepción de la palabra,
especialmente en aquellas relativas a la propia palabra del locutor. La
paradoja de la escucha de su propia palabra por el emisor es la que podemos
observar en el fenómeno de la voz psicótica. Aquí la propia palabra producida
por el sujeto le viene desde afuera, traída por la voz de Otro.
El
fenómeno elemental es un significante en el cual se opera un pasaje de
registros: de lo simbólico a lo real.
Como
el fenómeno alucinatorio está sustraído de las posibilidades de la palabra, se
acompaña de efectos cuyos rasgos principales son el embudo temporal en el que
se hunde el sujeto, su mutismo aterrado, y su sentimiento de irrealidad. El
sujeto choca con el símbolo cercenado, y por ello no entra en lo imaginario. Este
es u modo de interferencia entre lo simbólico y lo real.
En
psiquiatría, las alucinaciones se definen por lo general como “percepciones
falsas”, es decir, percepciones que se producen “en ausencia del estímulo
externo adecuado”. Lacan considera esa definición como inadecuada, puesto que
la misma ignora la dimensión del sentido y de la significación.
Las
alucinaciones psicóticas son una consecuencia de la operación de la forclusión
que designa la ausencia del Nombre-del-Padre en el universo simbólico del
sujeto psicótico, por eso hemos dicho “símbolo cercenado”. Una alucinación es
el retorno de este significante forcluido en la dimensión de lo real: “lo que
no ha surgido a la luz en lo simbólico aparece en lo real”,39 “lo
abolido internamente retorna desde afuera”,40 el rechazo en el orden
simbólico de un significante y su expulsión a lo real. Se reconoce en ello el
origen de la alucinación verbal como fenómeno elemental.
Las alucinaciones verbales o
psicomotoras verbales fueron detectadas por Séglas, psiquiatra que trabajó en la Salpêtriere y
descriptas en 1892 en Traité du langage
des aliénés. Se forman en el habla misma del alucinado, pudiendo surgir de
la articulación misma de las palabras (alucinaciones verbales motrices
completas) o, que acompñen la formulación naciente de las palabras en el
pensamiento (en este caso, su punto de partida es enos el movimiento de
articulación de la palabra que la imagen motriz de los vocables tratándose de
alucinaciones cinestésicas verbales. Estas alucionaciones de la palabra están
localizadas a veces en los órganos fonadores (lengua, laringe, tórax) y dan la
impresión al sujetode que se habla en estos órganos y por ellos[38].
También la semiología clásica
describe las alucinaciones acústivoverbales en el complejo campo denominado por
Henry Ey
como alucinaciones psíquicas o seudoalucinaciones. Refiere el autor:
“son éstas las ‘verdaderas alucinaciones psíquicas, ena misma medida en que es
el pensamiento del sujeto el que toma un carácter alucinatorio y en que este
pensamiento es esencialmente ideoverbal. Por l general se trata de voces, de
ecos […] Con el nombre de autorrepresentaciones aperceptivas, G. Petit ha descrito
una infinidad de fenómenos de este género, en lo que ha destacado la
incoercibilidad, el automatismo y la exogeneidad (lo que Guiraud denomina la
xenopatía a causa del carácter de extrañeza y de alteridad con relación al Yo).[39]
En el sujeto psicótico ciertos fenómenos elementales, y
especialmente la alucinación que es su forma más característica, muestran al
sujeto totalmente identificado a su yo con el que habla, o al yo totalmente
asumido bajo el modo instrumental. El habla de él, el sujeto, el S, en los dos
sentidos equívocos del término, la inicial S y el Es alemán.
La alucinación verbal, figura la interrupción de la
palabra plena entre el sujeto y el Otro, y su desvío por los dos yo, a y a', y
sus relaciones imaginarias. Hay una triplicidad en el sujeto, esto es lo que se
presenta en el fenómeno de la alucinación verbal.
En el momento en que aparece en lo real, acompañado de
ese sentimiento de realidad que es la característica fundamental del fenómeno
elemental, el sujeto literalmente habla con su yo, y es como si un tercero, su
doble, hablase y comentase su actividad.”
Es en el nivel donde la "síntesis" subjetiva confiere su pleno
sentido a la palabra donde el sujeto muestra todas las paradojas de esa
percepción singular, paradojas que aparecen cuando es el otro el que profiere
la palabra, cosa que queda bastante manifiesta en el sujeto por la posibilidad
de obedecer a ella, pues con sólo entrar
en su audiencia, el sujeto cae bajo el efecto de una sugestión de la que sólo
escapa reduciendo al otro a no ser sino el portavoz de un discurso que no es de
él o de una intención que mantiene en él en reserva.
Más notable es la relación del sujeto con su propia palabra, donde lo
importante está enmascarado por el hecho de que no podría hablar sin oírse. Que
no pueda oírse sin dividirse tampoco tiene nada de privilegiado en los
comportamientos de la conciencia, el punto crucial reside en que dado que el sensorium es indiferente en la
producción de una cadena significante:1. Esta se impone por sí misma al sujeto
en su dimensión de voz, 2. toma una realidad proporcional al tiempo, que
implica su atribución subjetiva; 3. su estructura propia en cuanto significante
es determinante en esa atribución por regla distributiva, es decir con varias
voces, y que pone pues, como tal, al percipiens,
pretendidamente unificador, como equívoco.
El sujeto, prisionero de la relación dual, solo puede mostrar
perplejidad en cuanto a captar la alusión aparece el yo [je], como sujeto de la
frase en estilo directo, deja en suspenso, conforme a su función llamada de
shifter en lingüística,[40] la
designación del sujeto hablante mientras la alusión, en su intención queda a su
vez oscilante. Esa incertidumbre llega a su fin, con la aposición de la palabra
pesada de invectiva, para seguir isocrónicamente a la oscilación.
El discurso realiza su intención de rechazo hacia la alucinación. En el
lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oír una
palabra, ocupando el lugar de lo que no tiene nombre: oponiendo su antistrofa a
la estrofa restituida desde ese momento con el índice del je (yo), y
reuniéndose en su opacidad con la escasez de significante
La función de irrealización no está toda en el símbolo, para que su
irrupción en lo real sea indudable, basta que se presente, bajo forma de cadena
rota.[41]
Se toca
también ese efecto que tiene todo significante una vez percibido de suscitar en
el percipiens un asentimiento hecho del despertar de la duplicidad oculta del
segundo por la ambigüedad manifiesta del primero.
Lo que impone definir este proceso por los determinantes más radicales
de la relación del hombre con el significante.
El carácter central en la paranoia de la alucinación verbal determina
que el problema central de la paranoia sea dominado por la pregunta “Quién
habla?”, pues el sujeto articula lo que dice escuchar.
Séglas hizo notar que las alucinaciones verbales se
producían en personas en las que podía percibirse, que ellos mismos estaban
articulando, las palabras que acusaban a las voces de haber pronunciado. Percatarse
de que la alucinación auditiva no tenía su fuente en el exterior, fue una
pequeña revolución.
Una de las dimensiones esenciales del fenómeno de la
palabra es que el otro el emisor es siempre al
mismo tiempo un receptor, que oye el sonido de sus propias palabras.
Esto domina todo el problema de la alucinación psicomotriz llamada verbal.
Desde el psicoanálisis, el único modo de abordaje
conforme con el descubrimiento freudiano es formular la pregunta en el registro
mismo en que el fenómeno aparece. El registro de la palabra crea toda la
riqueza de la fenomenología de la psicosis, allí vemos todos sus aspectos,
descomposiciones, refracciones. Lo fundamental en ella; la alucinación verbal, es uno de los
fenómenos más problemáticos de la palabra.
Lacan dice al respecto: “Hablamos de alucinaciones.
¿Tenemos realmente derecho de hacerlo?” Las alucinaciones escuchadas en un
relato no son presentadas como tales, son algo que surge en el mundo externo, y
que se impone como percepción, un trastorno, una ruptura en el texto de lo
real, la alucinación está situada en lo real.
Surge la cuestión del ego de modo primordial en las
psicosis, ya que es él, en su función de relación con el mundo exterior, y
cualquiera sea el papel que se le atribuya en la economía psíquica, un ego
nunca esta solo, cuenta siempre con un extraño mellizo, el Yo ideal, y la
fenomenología de la psicosis indica que ese Yo ideal habla. Es una fantasía,
pero es una fantasía que habla, o más exactamente, es una fantasía hablada. Ese
personaje, que le hace eco a los pensamientos del sujeto, interviene, etc., no
se explica de modo suficiente por la teoría de lo imaginario y del yo
especular.
El mecanismo fundamental que está en la base de la
paranoia, Verwerfung, se trata del rechazo, de la expulsión, de un significante
primordial a las tinieblas exteriores, significante que desde entonces faltará
en ese nivel. Se trata de un proceso primordial de exclusión de un interior
primitivo, que no es el interior del cuerpo, sino el interior de un primer cuerpo
de significante. Pertenece a otro orden que lo que aparece en relación con la
significación o la significancia. Se trata verdaderamente de una realidad
creada, que se manifiesta en el seno de la realidad como algo nuevo. La
alucinación en tanto que invención de la realidad constituye el soporte de lo
que el sujeto experimenta. El caso extremo se encuentra en el punto de
desencadenamiento de la psicosis cuando lo que está rechazado de lo simbólico (Verwerfung) reaparece en lo real, la
alucinación, el Otro en tanto que habla. Es siempre en el Otro que Ello habla y
toma la forma de lo real, el psicótico no dude que el Otro le habla.
Lo que sucede en el momento en que cesa este fenómeno
es diferente; la realidad se vuelve el
sostén de otros fenómenos que clásicamente se reducen a la creencia.
Si la alucinación debe ser relacionada con una
transformación de la realidad, lo que la signa es un sentimiento particular del
sujeto, en el límite entre sentimiento de realidad y sentimiento de irrealidad,
sentimiento de nacimiento cercano, de novedad a su servicio que hace irrupción
en el mundo externo. Si planteamos que la realidad está constituida por
sensaciones y percepciones. En la alucinación, es la realidad la que habla. Es
preciso concebir, que en lo real aparece algo diferente que el sujeto pone a
prueba, algo diferente de aquello hacia lo cual su yo conduce, algo diferente,
que puede surgir, o bien bajo la forma esporádica de pequeña alucinación o bien
de modo mucho más amplio, tal como se produce en el caso del presidente
Schreber. Ël tiene un rasgo en común con los demás locos: en la realidad en su
alucinación no cree, pero tiene un sentimiento de certeza delirante. Maurice
Merleau Ponty[42],
comenta que es muy fácil obtener del sujeto la confesión de que lo que él oye,
nadie más lo ha oído. Lo que está en juego no es la realidad. El sujeto admite
que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, sabe que su realidad no
está asegurada, admite hasta cierto punto su irrealidad. Pero, él tiene una
certeza: que lo que está en juego—desde la alucinación hasta la interpretación—
le concierne, en él está en juego la certeza. Aún cuando lo que experimenta no
es del orden de la realidad, ello no afecta a su certeza, que es que le
concierne. Esta certeza es radical.
La
alucinación verbal muestra la conexión del significante a la voz en una cadena
significante que se impone al sujeto, una cadena que toma su realidad del
tiempo de atribución subjetiva siguiendo una propiedad de características
distributivas. Esta es la propiedad que define a la “alucinación motriz verbal”
(alucinación verbomotora de Séglas).
En
la alucinación se patentiza la distribución o fragmentación de la atribución
subjetiva de la voz, en una cadena significante que se impone al sujeto en
forma fracturada. Puesto que falta un eslabón, la cadena significante aparece
fragmentada tal como lo muestra Lacan en la presentación de enfermos citando a
una tal “marrana”: “Vengo del fiambrero… marrana”.[43] La
mujer se atribuye una parte de la frase a ella en tanto que la otra le es
atribuida al hombre que se encuentra en el pasillo. Este análisis permite
comprender que la paciente se siente rodeada de sentimientos hostiles. Pero lo
importante es que “marrana” haya sido escuchado realmente, en lo real. “¿Quién
habla? Ya que hay alucinación, es la realidad la que habla. Nuestras premisas
lo implican si planteamos que la realidad está constituida por sensaciones y
percepciones. Al respecto no hay ambigüedad […] dije: Vengo del fiambrero, y él
me dijo: marrana.”41 No se trata de que la respuesta apareca antes
que la alocución, no se trata de que iba a decir algo, no lo dijo y supone que
el otro lo ha dicho, lo cual sería el esquema de la proyección. Lacan lleva el
análisis más adelante: se trata de un pasaje de registros. “Marrana” es un
elemento simbólico que se ha transferido a lo real (rechazo) y es atribuido al
hombre del pasillo.
La
existencia del Otro en el fenómeno elemental se presenta primero bajo la forma
de la alusión: al comienzo, el sujeto no puede dar cuenta de lo que le pasa,
hay algo oscilante que permanece suspendido y que se traduce por la perplejidad
del psicótico. Frente a este aspecto de inicio va a establecerse después de un
cierto tiempo, una certeza radical que es propia del fenómeno elemental: en la
medida en que surge la atribución subjetiva del fenómeno va desapareciendo la
perplejidad inicial. Esta es una de las funciones del fenómeno elemental:
establecer la identidad del sujeto y del Otro. Se trata de una función
significante.
La
clínica del fenómeno elemental presente en el texto de la alucinación es
analizada con la ayuda de la distinción entre fenómenos de código y fenómenos
de mensaje.
GRAFICO 4
Tomaremos
la construcción del grafo lacaniano del deseo pues muestra los lugares del
código y del mensaje a través de la representación de una célula elemental en
la cual los dos vectores, uno anterógrado — de la cadena significante — y otro
retrógrado — del sujeto— se entrecruzan señalando la función diacrónica y la
estructura sincrónica del significante. Surgen así las funciones de los puntos
de entrecruzamiento: A, el Otro, lugar de tesoro de significantes que más que
lugar del código, es el lugar del código del Otro; y S(A), puntuación y
momento en el que la significación se constituye como mensaje ya elaborado.
Desde
A, lugar del código del Otro, el sujeto recibe la significación del mensaje que
él mismo emite. El Otro antecede al sujeto, tal como lo muestra el grafo, quien
al pasar por ese lugar se inscribe en una estructura de retroacción, marcada
por el tiempo futuro anterior, que hace surgir la significación en el punto
S(A). En la neurosis, el momento de escansión de la significación del Otro
implica una respuesta a la pregunta del Otro que al estar atravesado por la
dimensión de lo simbólico le confiere su carácter de enigma. En las psicosis,
esta estructura de retroacción está completamente alterada, se ha producido una
especie de inversión de la temporalidad en la aparición de la significación. En
esta circunstancia, en su trayecto de pasaje imprescindible por el lugar del
Otro —A—, el sujeto se encuentra con una respuesta: el fenómeno elemental.
La alucinación es una respuesta con la que se topa el
sujeto en el lugar del Otro. Es una respuesta que viene a anticiparse a
una pregunta que no se ha formulado, una respuesta en la que el enigma ha sido
sustituido por la certeza que encuentra su ubicación fuera del registro
simbólico y se sitúa en la dimensión de lo real.
Estas
respuestas que escapan a lo simbólico conforman el texto de la alucinación, en
el cual Lacan distingue, en sus formas puras, los mensajes de código y los
códigos de mensaje.
Los
mensajes de código constituyen los neologismos que se especifican por informar
al sujeto del empleo y de la forma que ha tomado el nuevo código del Otro. Es
el caso de la Grundspache
o lengua fundamental de Schreber. Son mensajes que no exigen ningún esfuerzo al
sujeto puesto que constituyen una significación que permanece
irreductible a otra significación, ya que la significación neológica sólo
reenvía a ella misma. En ellos, la significación se adelanta a su propio
desarrollo. De entrada, el psicótico encuentra aquí la significación del nuevo
código en el lugar del Otro, el sujeto “se basta de ese Otro previo”.
La referencia al Otro previo indica al Otro como
conjunto sincrónico de significantes propios de la lengua. Precisamente en el
caso Schreber, la lengua envía un mensaje al sujeto sobre un significante del
código que ha pasado a adquirir un sentido diferente: el significante que ha
tomado para el sujeto un peso particular, neologismo de uso, ha sido objeto de
erotización. Este significante erotizado en los fenómenos de código,
significante Uno, se encarna en una holofrase en donde una palabra, una frase y
hasta un pensamiento pueden ser reducidos en un fonema. Gracias al mensaje de
código, la alucinación comunica al sujeto psicótico sobre la holofrase de la
lengua, lo cual no conlleva ningún trabajo para el sujeto, quien sólo va a
acusar la recepción del mensaje recibido.
Entre
los fenómenos de mensaje encontramos las frases interrumpidas, forma de
texto que muestra el lado de provocación de la alucinación: en estas
frases el sujeto se ve compelido a producir una respuesta que sostenga la
reacción entre el sujeto y el Otro, sitio desde donde le llega la voz
psicótica. Son estos fenómenos los responsables del cansancio, del agotamiento
del sujeto psicótico al someterlo a un esfuerzo continuo de réplica. En los
mensajes interrumpidos es el sujeto quien trabaja, el esfuerzo se emplea en el
reenvío de una significación a otra significación. La frase se interrumpe,
precisamente, en el punto en que se termina el grupo de palabras que señalan la
posición del sujeto en el código a partir del mensaje mismo. Esta posición del
sujeto es enunciada por el Otro interlocutor, mientras permanece temporalmente
en suspenso la réplica del “suplemento significativo”. Es decir, el componente
lexical de la frase la interrumpe. La dificultad del sujeto en enunciar el
complemento de significación reposa en su contenido de ofensa y de injuria.
En
la primera parte de la frase interrumpida, se indica la posición del sujeto – suspendida[A25]
-, mientras que en la segunda parte, surge la injuria o el insulto como una
respuesta. La injuria realiza una designación de un orden distinto, heterogéneo
respecto del orden del significante. Es como Otra cosa que el sujeto responde
con la injuria, responde a la ofensa como objeto. La injuria, lo abyecto, se
hace oír desde lo real ocupando el lugar de lo que no tiene nombre, desde el
lugar del objeto a. Es una respuesta de lo real en la que el
objeto habla. La respuesta de la injuria muestra el ser de goce del sujeto. Por ella se
produce un redoblamiento relativo a la certeza: a la certeza inicial brindada
por la atribución subjetiva de la voz alucinatoria se añade ahora la certeza
del sujeto como ser de goce en su vertiente de desecho. Por lo tanto, la
injuria trae consigo una tendencia del sujeto psicótico a constituirse como ser
de goce. Es particularmente en la injuria donde se entrelazan la voz y el goce,
la voz del propio sujeto que aparece desde lo real se presenta al sujeto en su
dimensión de goce. Así se establece la articulación entre el significante del
Uno y el objeto a.
Las
frases interrumpidas presentan una respuesta de lo real, mostrando la
articulación del sujeto a su ser de goce. Conllevan el esfuerzo de relacionarse
con el Otro, a partir de su condición de ser de goce, expresada en el
componente lexical que, en un primer momento, fue objeto de expulsión. El
esfuerzo del sujeto en la fabricación de la réplica injuriosa determina al
mismo tiempo su ser de goce. El retorno del goce desde lo real se realiza
siguiendo dos vertientes: sobre el lugar del Otro (paranoia), sobre el cuerpo
del sujeto que es un lugar de inscripción del Otro (esquizofrenia).
En
las psicosis, la dimensión del goce es indisociable del registro del saber. El
sujeto sabe, con la certidumbre inquebrantable que el Otro goza del él. Se
trata de un saber conectado al goce. El saber está ahí disponible, no es un saber
supuesto, es un saber que no pide nada a nadie puesto que el sujeto se sostiene
en la certeza.
Los fenómenos elementales se dan como la emergencia de
fenómenos automáticos en los que el lenguaje se pone a hablar solo,
alucinatoriamente. Es lo real mismo lo que se pone a hablar.
En
los fenómenos elementales el significante se presenta con una franja más o
menos adecuada de fenómeno de discurso, en el borde del campo de la
experiencia, en la espuma que provoca ese significante que no se percibe como
tal, pero que organiza en su límite todos estos fenómenos.
Se despliegan en un trans-espacio
vinculado a la estructura del significante y de la significación,
espacialización
previa a toda dualización posible del fenómeno del lenguaje. Se trata de una topología
subjetiva en que el significante se sitúa en una exterioridad. Esta función es
la única que retiene todavía al sujeto en el nivel del discurso que amenaza
faltarle por completo y desaparecer.
Se distinguen:
Murmullos, cuchicheos o carcajadas,
cuando se trata del registro de la voz, fenómenos que
bordean lo
asemántico.
Gritos o risas, cuando aparentemente ocurren
del lado del sujeto, pero su inerioridad no es distinguida por él, ya que su
grito lo sorprende, no es él quien que grita.
Brillo,
luminosidad, y efecto de llamarada, cuando se trata del registro de
la mirada, son
Entre el alarido que es puro significante, se observa toda clase de ruidos, como una gama de
fenómenos, producidos por el estallido de la
significación.
Partiendo
desde la concepción de que una alucinación es un perceptum sin objeto,
Lacan realiza una pesquisa: “el de interrogarse sobre si el perceptum
mismo deja un sentido unívoco al percipiens aquí conminado a explicarlo,
que le permite llegar a unas primeras observaciones”:42
Es en el nivel donde la síntesis
subjetiva confiere su pleno sentido a la palabra donde el sujeto
muestra
todas las paradojas de que es paciente esa percepción singular. Estas paradojas
aparecen ya cuando es el Otro el que profiere la palabra. Esto queda manifiesto
en el sujeto por la posibilidad de obedecer a ella en cuanto gobierna su
escucha y su puesta en guardia. Con sólo entrar en su audiencia, el sujeto cae
bajo el efecto de una sugestión inefable. Pero escapa de ella reduciendo al
Otro a no ser sino el portavoz de un discurso que no es de él o de una
intención que mantiene en él en reserva.
Lo más notable es la relación del sujeto con su propia palabra donde lo
importante está
enmascarado por el hecho puramente acústico de que no podría hablar sin
oírse. El hecho de que no puede oírse sin dividirse no tiene nada de
privilegiado en los comportamientos de la conciencia. El punto crucial es que
el sensorium es indiferente en la
producción de una cadena significante. Esta se impone por sí misma al sujeto en
su dimensión de voz, toma como tal una realidad proporcional al tiempo,
observable en la experiencia, comprendido en su atribución subjetiva; su estructura
propia, en cuanto significante, es determinante en la atribución que, por
regla, es distributiva, es decir con varias voces, y que pone al percipiens,
pretendidamente unificador, como equívoco. Lo oído tiene el estatuto de frase
alusiva. Ella deja al sujeto en perplejidad en cuanto a captar hacia quién
apunta la alusión. El yo (je), como sujeto de la frase en estilo directo, deja
en suspenso, (conforme a su función llamada shifter), la designación del
sujeto hablante mientras la alusión, en su intención conjuratoria, queda a su
vez oscilante. La incertidumbre llega a su fin con la oposición de otra
palabra, invectiva por parte del sujeto, para seguir isocrónicamente a la
oscilación.
Esta es la operatoria por la que el
discurso acaba por realizar su intención de rechazo hacia la alucinación. En el
lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oír una
palabra, por el hecho de que, ocupando el lugar de lo que no tiene nombre, no
ha podido seguir la intención del sujeto sino desprenderse de ella por medio
del guión de la réplica. Ante la escasez de significante para llamar al objeto,
el sujeto usa el expediente de lo imaginario más crudo, opone su antístrofa de
depreciación al refunfuño de la estrofa restituida reuniéndose en su opacidad
con variadas jaculatorias, siendo el origen insultante y mortificante de las voces
(falofanías[A27] ).
.
El
objeto a en las psicosis
Si
el Nombre-del-Padre no funciona diciendo “no” al goce del Otro, tachándolo,
porque está forcluído, el goce no podrá localizarse en la función fálica,
puesto que le falta un cuerpo simbólico, un cuerpo simbolizado, ordenado por el
significante. Es por ello que el goce del Otro es inexistente, y hay que darle
cuerpo. Por eso Lacan nos muestra en el Esquema I, que lo imaginario estaría a continuación de lo real. El cuerpo
forma parte de lo real [44].
Así, por ejemplo, el objeto voz tomará consistencia desde lo real.
Existen
diferentes modos de patentización del objeto a en las psicosis:
Como
voz fónica,
en coalescencia con S1, objeto a como
voz fónica, modo de referir a lo real del goce propio de esa intrusión
significante,
Como
agujero real mudo, inviolable, que se desplaza sin función de
límite según el estatuto de una oreja sin cierre, utilizable tanto en la
dimensión del pasaje al acto como en la
acumulación que allí se produce del goce que se sustrae al forzamiento y
que justifica el empuje-a-La-mujer inscripto en ese momento.
Como
cedido
al lugar del Goce del Otro.
Como
corporeidad concreta,
en tanto que la no-ubicación del objeto a
como plus de gozar, encierra al psicótico en una trampa crucial pues intenta,
hasta con su cuerpo, cerrar el circuito de la pulsión.
Como
causa del acto logrado,
en el sentido de las distintas formas de
encarnarlo prestando su cuerpo hasta la automutilación que puede
ser llevada al extremo en la
emasculación.
Es
importante destacar que en tanto el sujeto no está anclado por el significante
del Nombre-del-Padre, el objeto a en las psicosis aparece como
irrumpiendo desde lo real. Como consecuencia sobre el sujeto una tendencia a la
indeterminación, la infinitización e incluso la dispersión, por no estar
encuadrado en el fantasma, por ello la pulsión se encuentra desenfrenada.
El
i (a) sin moi, “refugiado tras” y “soporte de”, es una dimensión
de goce que otorga a lo imaginario una consistencia, digamos, de círculo sin
circunferencia de posible valor lógico esencial, que introduce la posibilidad
de articular o conjugar el Goce del Otro a la pulsión. 84
Lacan
piensa en el lugar de la metonimia desde el seminario sobre Las psicosis como
algo absoluto en la estructura. Fuerza el valor de la metonimia pues no la toma
solamente como intervalo significante sino que considera al objeto. Un deseo
metonímico puro o infinito podría tal vez escribirse de estos dos modos: S1 (S1(S1(S1...
?))), y también S1(S1(S1(S1... . a))). La primera define un enjambre de
perplejidades enigmáticas continuas. La segunda un enjambre de
significantes-goces-voces fónicas, siendo la prevalencia de la voz en este
nivel innegable. Juntas, las escrituras se refieren a la contigüidad
goce-sentido que vela el carácter holofrásico de los enjambres S1. Pero,
la holofrase vela, a su vez, la sintaxis, la localización de esos S1 con
relación al agujero real que cavan y que siempre se desplaza aunque aún no
pueda tener ninguna función de límite. Para la primera fórmula, por su
articulación del sentido, va bien el término deseo. Para la segunda, por su
articulación de un goce, el de Superyó. La equivocidad nos parece conveniente
para sostener un problema patente en las psicosis. Observemos que cualquiera
fuese el estatuto del sujeto de esos S1 que manan por el hueco con sus valores
de goce y sentido, se encuentra fatalmente con un tiempo de retardo respecto
del hueco que se desplaza, digamos, en su valor de silencio. Uso extremo de la
metonimia que es de todos modos un nexo con relación al sujeto que bordea
infinitamente el a como agujero central sin poder alcanzarlo. Sin poder
alcanzarlo salvo en un movimiento anticipatorio, pegando un salto al vacío, en
un pasaje al acto, cuya condición forzosa es que por algún lado se corte
el nudo con consecuencias variadas.
En
síntesis, el objeto a queda ubicado en el lugar del Goce del Otro como
lugar de cierta acumulación pudiendo hacer surgir un límite capaz de
modificar el estatuto del significante. De ahí la importancia de la
consideración del valor lógico del punto de articulación de un imaginario no
yoico y lo real, 85 pues introducen la posibilidad de una forma no
especularizable en la estructura de algunos de esos objetos. Lejos de sentirse
en la relación con los objetos como lo haría un neurótico, se vive como el
objeto de tormento de este saber gozoso del Otro.
La voz
“Veremos el pequeño a venir del Otro, único testigo, de
este lugar del Otro que no es solamente el lugar del espejismo, este pequeño a es la voz”88
La
voz del Otro debe ser considerada como un objeto esencial. Recordemos que
Lacan, desde los primeros seminarios, cuando recurre a los esquemas ópticos
para dar cuenta de la tópica de lo imaginario y la relación con lo simbólico y
lo real, nos aclara que “podemos suponer que la inclinación del espejo plano
está dirigida por la voz del Otro y que esto no existe a nivel del estadío del
espejo, sino que se ha realizado posteriormente en la relación con el Otro en
su conjunto: la relación simbólica, y que se puede así comprender que la
regulación de lo imaginario depende de algo que está situado de modo
trascendente siendo lo trascendente en esta ocasión ni más ni menos que el
vínculo simbólico entre los seres humanos por intermedio de la ley”87.
De esta forma sencilla, y desde el inicio de las teorizaciones, encontramos la
causa por la cual “la voz” en el caso de las psicosis, aparece como aquello que
retorna desde lo real, desde el exterior.
Todo analista será llamado a darle su lugar,
sus diversas encarnaciones, en el campo de las psicosis, como en la formación
del Superyó. Este acceso fenomenológico, en relación a la voz del Otro, el
pequeño a como caído del Otro, puede agotar su función estructural
llevando la interrogación sobre lo que es el Otro como sujeto. Por la voz, este
objeto caído del órgano de la palabra, el Otro es el lugar donde ‘ello’ habla.
Ya no podemos escapar a la pregunta: ¿quién? más allá de aquél que habla en el lugar
del Otro, y que es el sujeto, ¿quién hay más allá, del cual el sujeto cada vez
que habla, toma la voz? Está claro que si Freud pone el mito del padre en el
centro de su doctrina es en razón de la inevitabilidad de esta pregunta.
Entonces,
orientarnos en la estructura a partir de lo que los pacientes nos enseñan, nos
ha llevado a considerar que el psicótico sufre de la intervención de la voz que
le retorna desde lo real exteriorizado. Sufre de las voces que manifiestamente
dejan a la luz la voracidad del Otro que lo mortifican, lo insultan, le imponen
imperativos, le dicen obscenidades, etc.
Lacan
ha podido distinguir, teniendo en cuenta la gramática pulsional, las voces:
En un lado, el “milagro del alarido” como significante intrusivo lo más
alejado posible del sentido, con apenas un áurea o esbozo de vergüenza o
embarazo.
Del otro, los “llamados de
socorro”, pura significación vacía de una demanda de amor que amenaza revelarse
como lo que es, un amor-muerte, ante la ausencia de respuesta, y donde el
objeto cedido anuncia su retorno a la separación absoluta.
Entre medio, los “ruidos
exteriores” y “los cantos” como retazos de significación incoordinada. 8
Introducir el objeto a nos permite
diferentes empleos en las psicosis:
En
coalescencia con S1, objeto a como voz fónica, modo de referir a lo real
del goce propio de esa intrusión significante,
Como agujero real mudo e
inviolable que se desplaza sin función de límite según el estatuto de una oreja
sin cierre, utilizable tanto en la dimensión del pasaje al acto como en la
acumulación que allí se produce del goce que se sustrae al forzamiento y que
justifica el empuje-a-la-mujer inscripto en ese momento.
El objeto a como cedido al
lugar del Goce del Otro.
La no ubicación del objeto a
como plus de gozar, que encierra al psicótico en una trampa crucial pues este
intenta, hasta con su cuerpo, cerrar el circuito de la pulsión.
El objeto a como causa del
acto logrado, en el sentido de las distintas formas de encarnarlo prestando su
cuerpo hasta la automutilación que puede ser llevada al extremo en la emasculación[A28] .
En
nuestra experiencia hemos encontrado principalmente tres modalidades de inicio
en el tratamiento: la de aquellos pacientes que no toleran la voz del analista,
la de otros que no cesan de hablar, gritar, gemir, murmurar, musitar, que
parecieran estar sostenidos únicamente por el “alarido significante” y la de
aquellos que no pueden emitir su propia voz y solo les resta el mutismo. Ante
todas estas modalidades que no hacen otra cosa que poner en evidencia el exceso
de goce, la maniobra que se ha realizado ha estado orientada en el sentido de
escandir el goce excedido.
El
silencio
El manejo del silencio, tanto del paciente como del
analista, deben orientarse desde la relación de la estructura propia de las
psicosis respecto del dispositivo analítico, para desde ella construir la
operatoria que haga posible el desarrollo del tratamiento.
Lo
primero a tener en cuenta es el estado del cual se quiere curar el psicótico.
Algunos pacientes lo dicen con claridad, se trata de la vivencia de una falla
íntima, acompañada por un acento de desgarradura, evocada como una especie de
muerte subjetiva. Los dichos más frecuentes son: “Yo no existo, floto, duermo,
tengo medio cuerpo, se me cayó la cara, soy otro, me robaron las ideas, soy una
ausencia, no sé quién soy, se me achicó el cuerpo, el otro me toma la cabeza y
la boca, el otro me usa, no tengo nada adentro de la cabeza, etc.”
Los
pacientes nos enseñan que esto se debe a un “vacío inexplicable” que podemos
encontrar en las Memorias de un neurópata cuando Schreber relata “el
asesinato del alma”. Se trata de un desorden provocado en la articulación más
íntima del sentimiento de la vida instalado en el sujeto psicótico por la falla
del significante. Es una falta, es la falta de las psicosis, la ausencia del
falo simbólico, se traduce en un exceso de goce en lo real y a veces se impone
en los fenómenos tales como la inercia y la falta de subjetivación. La inercia
es una de las figuras primarias del goce, figura clínica que se suele denominar
según el DSM IV “depresión psicótica”. El estar mudo es una figura que muestra
la petrificación ante un Otro que ordena el goce. El silencio responde a una
cuestión de estructura.
La mirada
Encontramos
los primeros comentarios de Lacan sobre la mirada en el primer año de su
seminario sobre “Los escritos técnicos de Freud”, con referencia al
análisis fenomenológico realizado por Jean-Paul Sartre sobre ese mismo
fenómeno. La circunstancia que los traductores al inglés de Sartre y Lacan
hayan empleado diferentes términos (the look, y the glaze,
respectivamente) oscurece el hecho de que estos dos pensadores emplearon la
misma palabra francesa: le regard. Para Sartre, la mirada es lo que le
permite al sujeto comprender que el Otro es también un sujeto: “Mi conexión
fundamental con el otro-como-sujeto tiene que poder remitirse a mi permanente
posibilidad de ser visto por el otro”. “Cuando el sujeto es sorprendido por la
mirada del Otro, se ve reducido a la vergüenza”. En este punto, Lacan no
desarrolla su propio concepto de la mirada, y parece estar en general de
acuerdo con las ideas de Sartre sobre el tema, así queda expresado en el
mencionado seminario compilado como Libro 1. Lacan se interesa en el concepto de
mirada como aquello que no tiene necesariamente relación directamente
proporcional con el órgano de la vista: “Desde luego, lo que con mayor
frecuencia manifiesta una mirada es la convergencia de dos globos oculares en
mi dirección. Pero la mirada se dará también cuando haya un murmullo de ramas,
el sonido de pasos seguidos por el silencio, la leve apertura de una persiana o
el ligero movimiento de una cortina. (Sartre, 1943).”
Sólo
en 1964, con el desarrollo del concepto del objeto a como causa del
deseo, Lacan desarrolla su propia teoría de la mirada, una teoría totalmente
distinta de la de Sartre, en el seminario sobre Los conceptos fundamentales
del Psicoanálisis, diferenciando la mirada del acto de mirar o, para ser
más precisos, desarrolla la teoría del objeto de la pulsión escópica. Por lo
tanto, en esta descripción la mirada ya no está del lado del sujeto; es la
mirada del Otro. Y mientras que Sartre había concebido una reciprocidad
esencial entre ver al otro y ser-visto-por-él, Lacan piensa en una relación
antinómica entre la mirada y el ojo: el ojo que mira es el del sujeto, mientras
que la mirada está del lado del objeto, y no hay coincidencia entre uno y otra,
puesto que “ustedes nunca me miran desde el lugar en el que yo los veo”. 89
Cuando el sujeto mira un objeto, éste está siempre ya devolviéndole la mirada,
pero desde un punto en el cual el sujeto no puede verlo. Esta escisión entre el
ojo y la mirada no es otra cosa que la división subjetiva en sí, expresada en
el campo de la visión.
La
cuestión de la mirada, al igual que la cuestión de la voz, nos hace reflexionar
sobre el objeto a en las psicosis. En el desarrollo que presentamos es
importante tener en cuenta el objeto a como cedido, no al campo del Otro
de la palabra y el lenguaje, sino propiamente al lugar del goce del Otro. Es
una cesión del objeto al registro de lo imaginario, en un tiempo de horror y
pánico, que hace de la recta infinita un círculo por cualquiera de sus puntos,
como borde de confín de lo que no es significante sino goce, comienzo del
artificio de la trampa de lo inefable en las psicosis. La prevalencia de la
mirada aquí es notable, como esbozo del deseo del Otro, pero no como objeto del
fantasma escópico. El punto de contigüidad del objeto mirada cedido al Goce del
Otro hace la voz mortificante. Alejando ese punto de contigüidad con el sentido
es que se posibilita la construcción de metáforas delirantes más
estabilizadoras
El
delirio
Dentro de los fenómenos elementales debe considerarse el delirio que
se define como un campo de significaciones organizándose alrededor de un
“cierto” significante, que como dice Lacan, “hace plomada en lo real”[45]. Es una afección del ser
hablante que traduce el divorcio fundamental entre el ser y el logos, entre el
Otro del lenguaje y el Otro del goce.
En la composición del delirio se
puede distinguir dos componentes: la palabra clave y el estribillo.
"...
el enfermo mismo subraya que la palabra en sí misma pesa. Antes de poder ser
reducida a otra significación, significa en sí misma algo inefable, es una
significación que remite ante todo a la significación en cuanto tal". Hay
dos tipos de fórmulas donde se dibuja el neologismo: la intuición y la fórmula.
"La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un
carácter inundante que lo colma ... en el otro extremo tenemos la forma que
adquiere la significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula que se
repite, se reitera, se machaca con insistencia estereotipada. Podemos llamarla
en oposición a la palabra, el estribillo. Ambas formas, las más plena y la más
vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en la red del discurso del
sujeto. Característica estructural que, en el abordaje clínico, permite
reconocer la rúbrica del delirio"[46].
Frecuentemente la adjudicación de una
significación anómala o insensata, generalmente de contenido autorreferencial a
una percepción (significación personal), es el dato fundamental de percepción
delirante, y tiene el rango de estructura psicótica. Generalmente son:
incomprensible psicológicamente, - se aplica una significación anormal a una
percepción, sin que para ello exista un motivo comprensible racional ni
afectivo- ; su estructura es específicamente bimembre: el primer miembro va del
sujeto que percibe al objeto percibido e incluye las significaciones comunes de
las percepciones de todos, el segundo miembro es el eslabón estrictamente
delirante e incomprensible, va del objeto percibido, con sus significaciones
normales, a la significación anómala. La significación delirante es
experimentada por el sujeto como impuesta, -llegando a constituir una especie
de revelación-, lleva implícito el desgarramiento de la continuidad
histórico-significativa de la vida del sujeto; presenta una ruptura del
ordenamiento funcional existente en la vida psíquica del sujeto.
Sigmund Freud en 1924 señala las
modificaciones que el delirio impone a la realidad y la función que le
corresponde en la economía del sujeto:
El remodelamiento
de la realidad se basa en las psicosis en los sedimentos psíquicos de las
relaciones precedentes con esa realidad, es decir, en las huellas mnémicas, las
representaciones y los juicios que hasta ese momento se habían obtenido de ella
y por los cuales ella era representada en la vida psíquica. Pero esa relación
no era una relación ya acabada sino continuamente enriquecida y modificada por
nuevas percepciones. De modo que las psicosis tiene por tarea procurar
percepciones que correspondan a la nueva realidad, meta que es alcanzada
de la manera más radical por la vía de la alucinación. En la neurosis se evita
un fragmento de la realidad mientras que en las psicosis se lo reconstruye.
Dicho de otro modo: en las psicosis, a la huida inicial sigue una fase activa
de reconstrucción, o sea que las psicosis desmiente la realidad y se empeña en
modificarla. Es probable que el fragmento de la realidad rechazado se vaya
imponiendo cada vez más a la vida anímica. [47]
El
nuevo mundo fasntástico quiere reemplazar a la realidad exterior. ¿Cuáles son
los diversos mecanismos destinados a llevar a cabo el extrañamiento de la
realidad y la reedificación de una nueva? El nuevo mundo fantástico quiere
remplazar a la realidad exterior. La noción esencial implicada es la de “reconstrucción”
tal como queda de manifiesto en los estudios freudianos sobre Schreber, en
donde el delirio es presentado como una reconstrucción consecutiva al derrumbe
narcisista del sujeto. El modo en que se produce consiste en una permutación de
las funciones del sujeto, del objeto y del verbo.
La
convicción delirante, certeza subjetiva según Kant, es el hecho
primordial del delirio. La convicción es menos fuerte a nivel de los temas que
a nivel del concernimiento: bajo la duda, la perplejidad aparente y la
reticencia, aparece una certeza: que “todo eso” le concierne.
El delirio es un enunciado que reenvía a una enunciación
mítica bajo una forma oracular, tautológica, totalitaria. Estos enunciados
extraídos del monólogo continuo adquieren una forma imperativa. En las frases
interrumpidas, la parte elidida es la parte lexical y la interrupción
sobreviene después de los shifters. El sujeto está totalmente confundido
con su enunciado y se funda en el movimiento de inclusión y/o exclusión del
mismo y por lo mismo, no se abre a la alteridad. El Otro es radicalmente
extraño y no participa del diálogo intersubjetivo. El mensaje es siempre
idéntico y no suscita duda alguna, no tiene ambigüedad. El lazo entre el oír y
el hablar no es ya como el derecho y el revés sino una relación de
exterioridad. En las frases interrumpidas, algo se mantiene en una relación de
enunciación, que con el tiempo se borrará en una desestructuración del signo.
El
delirio es el imperio de los signos, el universo donde todo tiene un sentido,
donde el azar como la contingencia no existe. De hecho, la convicción del
delirante no se sostiene tanto en el sentido como en el significante mismo. El
delirio no hace más que manifestar la autonomía del significante que deviene
persecutorio e intrusivo, convirtiendo al psicótico en una marioneta: “cuando
una marioneta habla, no habla ella sino alguien que está detrás”45[A29]
La
creencia en la enunciación delirante reenvía a la alineación fundadora
del sujeto y a la represión que instaura el orden simbólico. Prisionero de un
sistema en el cual la palabra coincide con la cosa, donde nada excede el decir,
donde la verdad sería toda, el delirio no puede, paradójicamente, decir otra
cosa que la verdad, está condenado a lo verdadero. El delirio ignora las
categorías de lo plausible y de lo verosímil, a falta de un ordenamiento
posible, afirma lo mismo de lo mismo., significación y verdad se unifican.
La lógica delirante es pseudo-capciosa y falaz,
autojustificativa y teleológica, está subordinada a un postulado afectivo - bien
estudiado por Clérambault- en el cual el
sujeto se disuelve en su creencia. Esta lógica afectiva es una lógica de
carácter binario que no se puede aprehender en las categorías de la lógica
tradicional, con sus tres principios de identidad, de contradicción y de
tercero excluido, —la contradicción es propiamente inadmisible—. El maniqueísmo
delirante es el mejor ejemplo de esta lógica afectiva binaria. El defecto de
metaforización debido a la forclusión del Nombre-del-Padre deja el campo libre
a la metonimia que prolifera en las alusiones, lo sobreentendido, que
representa la figura esencial del delirio.
Un elemento capital surge de la confusión de los juicios
de atribución y de existencia, la cópula es tanto de la existencia como del
predicado. Consecuentemente, todo juicio tiende a la identidad dado que la
ausencia de negación discordante (la categoría de no-todo) no permite el acceso
al Otro. Se trata de la forclusión del juicio de atribución.
La pasión delirante proviene de las
relaciones del delirio con el narcisismo. No se puede dar cuenta del delirio y
de su virulencia sin hacer mención a las estrechas relaciones que mantiene con
los afectos. En el delirio, el paranoico va hasta ser el ideal y encarnarlo. La
identificación ideal, que es la primera de las identificaciones, viene a suplir
la carencia del significante del Nombre-del-Padre.
Se
puede definir el delirio como un desanclaje del sujeto, que lo libra a
un goce sin freno. El sujeto en las psicosis se desplaza a sus anchas en el campo
del lenguaje. El sujeto queda “borrado por alusión al Otro”,46 y en
consecuencia se produce el empuje-a-la-mujer. Con el surgimiento de Un-Padre
que hace alusión al Otro, Schreber se precipita como sujeto borrado y empujado
en su cuerpo propio hacia ese Otro del goce que es su Dios: “que hermoso sería
una mujer que sufre el acoplamiento...” El empuje al goce del Otro realiza un
forzamiento a hacerlo existir en la significación.
Existe una articulación entre delirio y escritura.
Schreber y Joy-ce son ejemplares. Ambos están comprometidos en una tentativa de
reconstrucción mínima del a partir de la metáfora delirante. Frente a la
profusión incontrolable del universo del signo, que se le impone bajo formas de
palabras en donde ningún corte puede delimitar ningún lugar vacío para el
sujeto, responde una puesta en forma ajustada del libro, estructurado
rigurosamente por un conjunto de artificios de escritura. Su exposición se
pretende lógica. Ee esa empresa, esperan una prueba absoluta, científicamente
irrefutable, donde no existiría lo indecible que toda lógica debe cercar. Por
lo tanto, en ese punto de falta en lo simbólico, el psicótico viene a ofrecer
su cuerpo como la encarnación misma de la prueba. Lectura directa de una
certeza en su carne. El libro, intentando encerrar las burbujas obscenas del
significante desencadenado no puede terminar sino al precio de ofrecer el
cuerpo mismo del escritor como garantía de su clausura en un límite donde la
letra convocada para hacer borde está siempre lista para caer en lo real del
goce disperso.
El
escrito funciona como agrupamiento del sujeto alrededor de un punto fijo que
constituye el texto como objeto. Schreber ha teorizado su relación al escrito.47
Opone el goce del Otro marcado por el juego forzado del pensamiento, por las
voces ininterrumpidas a las cuales debe someterse bajo pena de que Dios lo deje
plantado, a un goce localizable en la escritura, substraído de la obscenidad
del Superyó48.
La
metáfora delirante puede pensarse de manera más precisa con la lógica del
“empuje-a-la-mujer”. El psicótico es tomado desde lo real por un saber que lo
sabe, hay certeza, se trata de la violencia del lenguaje; esto no implica que
lo simbólico no exista, son palabras impuestas, el delirio muestra la máquina
del lenguaje que puede tratar las palabras como cosas, nada excede a su decir.
El psicótico está condenado a decir lo verdadero. 49
EL
NEOLOGISMO
El término neologismo
nació en el siglo XVIII para designar una afectación en la manera de
expresarse. Después del Siglo de las Luces el término neologismo fue despojado de su carga peyorativa y pasó a la
terminología lingüística para designar, como todavía lo hace hoy, una
innovación en la lengua.
Hemos consultado algunos de los diccionarios más
representativos de la lengua española, tales como el Diccionario de la lengua española de la Academia (DRAE)[48],
el Diccionario actual de la lengua
española (DALE)[49] y
el Diccionario del uso del español de
M. Moliner (DUE)[50].
También consideramos necesario consultar al menos dos diccionarios específicos:
Diccionario de Lingüística Moderna
realizado bajo la dirección de Perrot y Pottier[51] y
el Diccionario de Lingüística de J.
Dubois y otros[52].
El DRAE define
neologismo como “vocablo, acepción o giro nuevo en una lengua”; el DALE
como “vocablo, giro o modo de expresión nuevo en una lengua”; y el DUE
lo define como “palabra o expresión recién introducida en una lengua”. A esta
última definición añade M. Moliner unos comentarios que pueden servir para
irnos situando en el ámbito lingüístico: “son, en general, legítimos sin
necesidad de que estén sancionados por la Real Academia,
ciertos tecnicismos necesarios para designar conceptos nuevos, así como las
designaciones formadas con una raíz culta para atender una nueva necesidad, de
acuerdo con las normas generales de la derivación”. El Diccionario de lingüística de Pottier destaca que se trata de una
expresión de reciente empleo, y que puede formarse bien con elementos ya
existentes en la lengua o tomarse de una lengua extranjera en su forma original
o con una forma adaptada. También se refiere al neologismo de sentido como palabra existente en la lengua, pero que
se utiliza con una significación diferente. En el Diccionario de lingüística de Dubois encontramos ya bien
delimitados los dos conceptos fundamentales que parece encerrar el término neologismo: por una parte se define como
“toda palabra de creación reciente o recientemente tomada de otra lengua”, y
por otra como “toda acepción nueva de una palabra ya antigua”. Se puede
concluir, pues, con J. Bastuji, que los neologismos son simplemente unidades
léxicas nuevas. En definitiva, el neologismo es una de las manifestaciones
principales de la vitalidad de una lengua. Ha llegado a ser evidente que en una
lengua moderna de cultura, necesariamente científica y técnica, la neología
léxica no debe ser vista como un mal evitable. Toda lengua viva crea palabras
nuevas tanto para encontrar sustitutos a los préstamos, como para designar
realidades nuevas.
Según Jacqueline Bastuji[53],
el neologismo puede estar conformado por una palabra-morfema (formada por una
base y un sufijo, o un prefijo y una base o dos bases), o un grupo sintagmático
nuevo –que debe constituir una unidad designativa y conceptual -. Ambos pueden
o no entrar en el léxico. Virtualmente
son aceptables todas las combinaciones posibles, pero el efectivo
funcionamiento del neologismo en el sistema depende no sólo de factores
puramente lingüísticos, sino que también intervienen factores de naturaleza
psicológica y sociocultural.
Dentro de las creaciones léxicas, suelen distinguirse dos
tipos de neologismos, según la creación obedezca a una necesidad práctica o a
una necesidad expresiva con fines lúdicos o estéticos: los neologismos denominativos y los neologismos estilísticos. En los primeros no reside el
deseo de innovación sobre el plano de la lengua, sino en la necesidad e dar un
nombre a un objeto, a un concepto nuevo; responde solamente a la necesidad de
comunicar una experiencia nueva; se apoya, pues, en razones de eficacia
comunicativa y, por ello, busca la adecuación más perfecta posible al objeto o
al concepto nuevo, evitando ambigüedades. La otra forma de creación léxica, la estilística, esta fundada en la búsqueda
de la expresividad de la palabra en sí misma para traducir ideas no originales
de una manera nueva; para expresar de manera inédita una cierta visión personal
del mundo. Esta forma de neología está
ligada a la facultad de creación y a la libertad de expresión del individuo, al
margen de los modelos, o incluso frente a los modelos establecidos. Aunque esta
forma de neología suele considerarse como prerrogativa de los escritores, no es
ni mucho menos privativa, ya que, en principio, todo hablante posee la
capacidad de creación lingüística.
G. Matoré[54],
que define el neologismo como “acepción nueva introducida en el vocabulario de
una lengua en una época determinada”, señala que esa acepción puede
manifestarse mediante los siguientes recursos: 1.- por una palabra nueva, que puede ser creada ex nihilo (gas); a partir de una
onomatopeya (tic-tac); o de un nombre de persona (zepelín) y, en la gran mayoría de los
casos, sacada del fondo patrimonial mediante sufijación, prefijación, etc., o
prestada de una lengua viva o muerta; 2.- por una palabra ya empleada, pero a la cual se atribuye un sentido nuevo;
3.- por un cambio de categoría gramatical.
Teniendo en cuenta la concepción de Matoré, y partiendo del
signo lingüístico saussureano como unión de un significante y de su
significado, cabe distinguir dos grandes tipos de neología: la neología formal
o de forma y la neología de sentido, de contenido o neología semántica. La
primera, la neología formal, consiste bien en la creación de significantes
nuevos, bien en la creación conjunta de significantes y de significados nuevos.
La segunda, la semántica, consiste en la aparición de nuevos significados para
significantes ya existentes en la lengua.
Pierre Guiraud[55]
propuso la clasificación de los neologismos en cuatro tipos: onomatopéyico,
morfológico, semántico y alogénico. Son, según él, las estructuras
“lexicogénicas” las que permiten clasificar el conjunto de la neología
léxica. La primera es explicada por el
nombre mismo: onomatopéyico; la segunda, la morfológica, comprende todos los
productos de la derivación (y composición); la tercera, la semántica, designa
los cambios de sentido; y la cuarta, la alogénica, se refiere a los préstamos
de todas clases, no solamente de las lenguas extranjeras, sino también de los
dialectos, de las técnicas y de los sociolectos de las diferentes categorías sociales.
La clasificación propuesta por L. Guilbert[56]
se basa en postulados extraídos de la observación del funcionamiento del
lenguaje, entre los que destacan: 1.- una lengua nacional funciona según su
propio código en virtud del cual son producidos tanto los enunciados de
discurso como las formaciones léxicas;
todo elemento que proviene de otra lengua debe ser considerado como
relevante de otro código; 2.- el neologismo es un signo lingüístico que
conlleva dos caras: Un significante y un
significado. Estos dos componentes son
modificados conjuntamente en la creación neológica, incluso si el cambio va,
principalmente, en la morfología del término o en su significación; 3.- la
formación neológica, a excepción de la expresión onomatopéyica, no es una unidad
de significación mínima. La provisión léxica de las palabras simples pertenece
al fondo transmitido de generación en generación. La creación resulta de la
combinación de elementos más simples existentes en la lengua; reside, pues, principalmente en el modo de
relación entre estos elementos; 4.- la creación del neologismo no puede ser
disociada ni del hablante que lo crea, ni del enunciado que produce en una
situación dada cuando formula la palabra nueva; 5.- el neologismo presenta un
aspecto oral o escrito en el momento de su formación. Ni una ni otra de estas formas de producción
puede ser desatendida para definir la fonética o la grafía de la palabra nueva
y la relación que se instituye entre las dos formas.
Jean Claude Maleval[57],
en su libro titulado La forclusión del
Nombre del Padre, rescata los antecedentes sobre la cuestión del
neologismo, rescatando las concepciones de Bobon, Séglas, Galant y Trenel.
Señala que Jean Bobon en su obra titulada Introduction
historique a l’étude des néologismes et des glossolalies en psychopathologie detalla
acerca del neologismo que la aparición del concepto data de 1852, siendo L. Snell quien los define
como palabras enteramente neoformadas, y empleadas en otro sentido que las
palabras corrientes y considera que estos trastornos de lenguaje tienen valor
diagnóstico. Según el autor, se encuentran en todos los trastornos mentales
como la manía, la demencia o la paranoia. Aconseja que siempre que se
encuentren neologismos debe dirigirse la atención a un posible origen alucinatorio
y a la existencia de ideas delirantes, y observa que son fijos ya que su
significación no varía en el curso de los años.
Séglas (1891), quién
define al neologismo no sólo como un vocablo nuevo (neologismo verdadero) sino
una palabra usual desfigurada en su sentido, los neologismos patológicos se
dividen, de acuerdo a su modo de aparición y su significación psicológica, en
neologismos pasivos y activos. Los pasivos son resultado de un simple
automatismo psicológico, encuentran su explicación en la ley de asociación por
continuidad o semejanza. Los neologismos
activos, por el contrario, son creados con la intención de corresponder a una
idea, más o menos neta en el espíritu del individuo. Son producto de asociaciones sistemáticas
múltiples, coordinadas en una cierta dirección, se condensan, después de una
elaboración reflexiva, en una palabra nueva.
El paciente olvida el mecanismo de formación, no tiene nada que buscar,
la palabra dice todo. El autor considera
también que el neologismo puede encontrar su origen en alucinaciones auditivas,
que hacen escuchar al paciente palabras incomprensibles que pueden adquirir
luego una significación especial. El
neologismo activo denota una afección crónica, incurable.
Desde el punto de
vista nosológico, Galant, en 1920, estudia los neologismos en la demencia
precoz. Cree que los mismos tienen una significación, que no son de aparición
espontánea sino producto de una evolución.
Sería posible, según los neologismos, descubrir su origen psicológico y
la naturaleza profunda de la afección del sujeto. Describe en la demencia
precoz, tres tipos de neologismos: hebefrénicos, catatónicos y paranoides. El
primero es llamado de tipo simbólico. Se trata palabras de uso común pero que
adquieren para el enfermo un valor simbólico estrictamente individual. Los de tipo catatónico son de origen verbo -
motriz y no simbólico. El paciente no tiene la menor intención de ser
comprendido, forma palabras nuevas sin percibirlo: es la lengua la que trabaja.
El encadenamiento de palabras se realiza por asociación de sonidos. El tipo
paranoide de neologismos está ligado íntimamente a la personalidad del enfermo
y nace como reacción del psiquismo frente las excitaciones exteriores, siempre
reales pero difíciles de identificar.
Trenel distingue a
los lenguajes neológicos por su sintaxis (lenguajes seudo incoherentes),
lenguajes neológicos por su vocabulario (glosomanías de Cenac), lenguajes
neológicos por su sintaxis y su vocabulario (glosolalias verdaderas). Para este autor los neologismos son de empleo
inconstante, en relación directa con la expresión de ideas delirantes y el
estado emotivo del enfermo, en relación inversa con la frecuencia de las
interrupciones producidas por las preguntas del interlocutor. Su origen es automático, no voluntario por
consecuencia: el sujeto no tiene conciencia de los problemas verbales que él
presenta.
Los trastornos
neológicos de la lengua hablada pueden sintetizarse en los siguientes tipos:
formación y empleo de palabras nuevas, inexistentes como tales; empleo de
palabras existentes en una u otra lengua pero tomadas en una acepción nueva;
empleo de relaciones falsas entre las palabras de una lengua dada, sea bajo la
formación y empleo de expresiones neológicas compuestas con transformación o
flexión incorrecta de las palabras, sea en la formación de discursos neológicos
con caracteres relativamente constantes, con tendencia a la utilización de
formas sintácticas inusitadas, aproximándose a una seudolengua que se fija y
enriquece progresivamente, sea la formación de discursos con neologismos
variables, con sintaxis tanto normal, como inventada o nula.
El término
neologismo es utilizado por S. Freud desde sus primeros escritos, está presente
fundamentalmente en La interpretación de
los sueños. El análisis de los sueños le permite descubrir la particular
manera en que son tratadas las palabras en los mismos, observando el modo en
que los mecanismos propios del inconsciente, desplazamiento, condensación,
permiten la construcción de neologismos. Lo propio de estos neologismos es que
dichas leyes son las del inconsciente y que el sentido de los mismos es
particular para cada sujeto. Para el autor no hay neologismos incomprensibles,
en tanto formaciones del inconsciente son accesibles a través del análisis, revelándose
por lo general la fusión de elementos de significado sexual. La hipótesis
fundamental respecto de los sueños, que constituyen una realización de deseos,
incluye la invención del neologismo como parte de los mismos, es decir, que la
forma de desentrañar su significación y su modo de constitución seguirá las
generales de la ley, la asociación libre, que partiendo del neologismo como un
todo o fragmentándolo en partes, permitirá acceder al deseo formador del sueño.
Jacques Lacan hizo
del neologismo uno de los pivotes a partir del cual construyó su teoría de la
psicosis. Desde la perspectiva de la significación, respecto del neologismo
señala que no se le puede atribuir el carácter propio de las palabras, pues la
significación no remite a otra significación. Destaca dos tipos de fenómenos
donde se dibuja el neologismo: la intuición y la fórmula.
Lacan en su
infatigable retorno a Freud, retoma los neologismos mencionados en el libro de
los sueños, para resaltar que la dimensión en juego es la del significante, y
que sólo descubrir la lógica que lo rige permitirá determinar su función, y su
diferencia, en tanto formación del inconsciente ó como parte de la construcción
delirante. Es así como plantea la necesidad de establecer la diferencia, entre
neologismo, lapsus, chiste. Señala
respecto del clásico ejemplo sobre el chiste del análisis freudiano,
“famillionario”, que “familiar” era una palabra inexistente en la época de la
invención del chiste, y por lo tanto un neologismo, lo que no impide la
necesidad de hacer la diferencia con el neologismo psicótico.
La localización de
un neologismo en el decir de un sujeto permite, en tanto fenómeno elemental,
caracterizar su estructura como psicótica. Se trata de la producción de
“palabras clave” que se pronuncian a veces reiteradamente, que no pueden ser
sustituidas por otras, y que no reenvían a otra significación. Es en este
sentido que Lacan señala al neologismo, como así otros fenómenos, no como
manifestaciones de déficit, sino como por el contrario, como producción. Esto era una respuesta al hecho de que para
la psiquiatría los fenómenos de lenguaje son caracterizados como “residuales” ó
“bizarros”. Para Lacan, se trata más
bien de un lenguaje de un “sabor particular”, que surge en el límite mismo de
lo real, como una contraseña, una consigna, pero que en vez de funcionar para
un grupo sería una palabra donde el psicótico se reconocería a si mismo.
A partir de discriminar entre fenómenos de código y de
mensaje, como ya hemos señalado, el sujeto psicótico puede encontrarse, en su
trayecto de pasaje imprescindible por el lugar del Otro, con una respuesta: el
fenómeno elemental, y entre ellas, los mensajes de código que constituyen el
neologismo, una significación que permanece irreductible a otra significación,
ya que la significación neológica sólo reenvía a ella misma y hace posible el
encuentro de un nuevo código en el lugar del Otro. Lacan en el caso Schreber nos ofrece
como ejemplo de neologismo nervenanhang,
anexión de nervios, que es parte del neocódigo que compara a los mensajes
autónimos, por cuanto es el significante mismo (y no lo que significa), lo que
constituye el objeto de la comunicación. Estas consideraciones implican la
ubicación del neologismo en el campo del Otro, y la consideración de la
relación del sujeto al lenguaje. Pero la
relación significante - significado no da cuenta de todo lo referido a la
psicosis, por lo que se hace necesario considerar la relación significante -
goce.
El psicoanálisis
lacaniano considera al neologismo como producción del sujeto, en tanto
significante que pueden cumplir la función de nominación ó bien ser el núcleo
mismo alrededor del cual se puede lograr la estabilización de la psicosis.
En una investigación sobre la función del neologismo
en la esquizofrenia hemos verificado la función del
neologismo como barrera a la producción de la mortificación de la alucinación
verbal. Lo que nos permite considerar al neologismo como función que posibilita
el pasaje del goce de lo real pulsional al significante y el acotamiento
consecuente. Así como la alucinación se trata de un retorno de goce pulsional,
el neologismo funciona como una fabricación del sujeto psicótico constituyendo
una distorsión al funcionamiento de este goce, siendo esta operatoria una
posibilidad de transferencia del goce pulsional al significante.
Jean
Claude Maleval retoma de Séglas el concepto de neologismo activo[58],
y señala: "No cabe duda que el concepto de neologismo esquizofrénico de
Freud, cuya especificidad consiste en asumir la función de toda una cadena de
pensamientos, corresponde al neologismo activo de la escuela francesa [...] El
término extraño que opera como plomada de la red para frenar la deriva del
significante, y para esforzarse en retener el goce deslocalizado se revela
característico del delirio. No se trata necesariamente de una palabra nueva, se
conocen neologismos semánticos que llaman la atención por la inusual inflexión
del término o por su utilización inapropiada. Estos neologismos contienen un
goce inefable, de manera que poseen una necesidad que los vuelve insistentes”.
Si el sujeto psicótico tiene recursos creativos, podrá emplear un neologismo
para describir ese estado innombrable.
Destacamos la
importancia respecto de la función del neologismo para la producción de una
recomposición de la subjetividad (simbólico-imaginario-real) y el efecto de
pacificación consecuente. Si bien la psiquiatría clásica ha destacado al
neologismo como alteración del lenguaje en las psicosis, realizando una
evaluación en términos de déficit, desde el criterio psicoanalítico podemos
considerar la función del neologismo en relación a la recomposición simbólica y
sus consecuencias estabilizantes.
Desde nuestra experiencia,
correlacionamos la construcción del neologismo con la recomposición simbólica a
través de la sistematización delirante y a ésta con el apaciguamiento de la
mortificación de las voces alucinatorias, y en algunos casos la desaparición de
las mismas.
En conclusión,
el neologismo comparta una función estabilizadora respecto de la recomposición
simbólica y consecuentemente un reordenamiento imaginario y real.[59]
ALGUNOS CRITERIOS PARA UN
DIAGNOSTICO DE LAS PSICOSIS
Las características de las
psicosis que permiten la sistematización de un criterio diagnóstico son[A30] :
- Fenómenos elementales en relación a la voz. Alucinación verbal: fenómenos asemánticos tales como murullos, cuchicheos, carcajadas, gritos, ecos, ruidos, música; interjecciones. fenómenos semánticos: palabras y frases, con y sin alusión obscena, entendibles o inentendibles. Voces femeninas y/o masculinas mezcladas con eco.Voces imperativas. Voces insultantes. Voces acompañantes. Sensación de silencio.
- Fenómenos elementales en relación a la mirada: brillo, luminosidad, llamarada, imágenes visuales.
- Otras alteraciones de la sensopercepción.
- Desconocimiento de su propia imagen (en el espejo).
- Perplejidad.
- Imputación al Otro.
- Sigificación personal.
- Fenómeno de Desencadenamiento.
- Fenómeno de alarido.
- Llamado de socorro.
- Cálculo del significante en oposición simbólica (irrupción de Un-Padre). Alusión del significante rechazado: paternal, sexual, a la muerte.
- Delirio. Estribillo y palabra clave.
- Formación de metáfora delirante.
- Certeza delirante.
- Neologismo.
- Otros fenómenos de código. Juegos de palabra.
- Fenómenos de mensaje. Frases interrumpidas. Uso de la injuria.
- Regresión topica-libidinal/ estallido del cuerpo despedazado/ instrumentalidad del propio cuerpo/ fragmentación corporal.
- Manifestaciones del empuje-a-la-mujer.
- Conformación de imaginarios de seguridad.
- Elementos que revelan la posición del sujeto frente a lo pulsional (real): impulsiones, masturbación compulsiva, pasajes al acto, mutilaciones, golpes, emasculación, rechazo sexual, rehazo de la paternidad o maternidad, rechazo alimenticio, alteraciones de la percepción del interior del cuerpo, entre otros.
- Elementos que revelan la posición del sujeto frente a lo imaginario: respecto de su imagen en el espejo puede porducirse falta de reconocimiento, visualización como diferente, reconocimiento bajo condiciones delirantes, atracción por el espejo; relación agresiva con los otros; trastornos de la imagen corporal, entre otros.
- Elementos que revelan alteraciones en la articulación simbólico-imaginaria: transtornos del yo corporal, hipo o hipertonicidad, euforia, ausencia de futuro, sentimiento de insuficiencia, identificación a un ideal, producción delitrante, entre otros.
- Elementos que revelan alteraciones en la articulación real-simbólico: necesidad de ubicarse siempre en el mismo lugar, necesidad de realizar siempre la misma actividad, estereotipia motriz, excitación psicomotriz, insomnio, alteraciones del sueño, conductas extravagantes, manierismos, automutilaciones, entre otros.
La
ética de la
intervención
posible
Testigo invocado de la
sinceridad del sujeto, depositario del acta del discurso, referencia de su
exactitud, fiador de su rectitud, guardián de su testamento, escribano de sus
codicilos, el analista tiene algo de escriba
Jacques Lacan[60]
NO
RETROCEDER FRENTE A LAS PSICOSIS
s necesario reflexionar sobre la
intervención posible a partir de una ética, teniendo en cuenta que el analista
forma parte del concepto de inconsciente, puesto que constituye aquello a lo
que éste se dirige99. Desde allí se podrán logicizar rasgos de la
práctica sabiendo guardar respeto por los interrogantes sin respuesta, en donde
tenga lugar un enigma, para encontrar desde allí la puesta en marcha de un
espacio de producción.
En
las conferencias de Lacan en Estrasburgo y en Viena le hicieron la misma
pregunta repetidas veces: “¿Cómo opera usted en las psicosis?”. Recordar su
respuesta, coherente con su posición en De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de las psicosis, es un primer punto ético. Respondió:
“Habrá que intentar buscar algunos hitos antes de hablar de técnica… esperemos
hasta haber precisado algunas cosas”100.
El
psicoanálisis se desenvuelve sobre el borde imposible de una superficie que por
el lado de la clínica refleja la cara oscura del pensamiento, y por el lado
teórico muestra la cara ciega de las letras.
La
regla fundamental analítica significa que no se puede dejar de decir lo que se
ignora y que ello es la exigencia primera de la transmisión de la clínica. Es
mucho lo que podríamos señalar sobre ese paso que implica el camino desde la
teoría a la clínica y viceversa y sobre sus implicancias y tabúes para el
practicante novel. Pero lo más importante a considerar es que el mismo no debe
ser un salto al vacío.
Ese
camino fue la senda inaugural del trabajo del Doctor Sigmund Freud, quien
comenzó su práctica desde una formación teórica médica, con grandes
impregnaciones neurofisiológicas, psicológicas y psiquiátricas provenientes de
experiencias tales como las realizadas en el laboratorio del Dr. Brucke, los
estudios de teorías psicológicas en referencia a Von Brentano y las prácticas
con pacientes enfermos mentales con relación a Charcot, por sólo enumerar
algunos de sus maestros y de sus marcos referenciales. Queremos resaltar el
valor que tuvieron estos marcos teóricos conceptuales, científicos, de metodología
experimental rigurosa, en el origen del Psicoanálisis, porque fueron ellos los
que posibilitaron en Freud los avances que le permitieron lecturas y
enseñanzas a partir de las cuales surgió la pregunta por el sujeto. Es
un lugar común hacer mención a la ruptura epistémica que implica el
Psicoanálisis, y nos parece importante destacar que hablar de ella tiene
asidero si se reconoce el valor que tienen los marcos referenciales
precedentes; ellos se componen desde un orden lógico y son los que posibilitan una
lectura. Por ejemplo, para armar el esquema de aparato psíquico, intentando dar
cuenta de lo que la clínica le enseñaba, Freud tomó el concepto de espacio
virtual de la física para poder ubicar el lugar de la realidad psíquica. Freud
construyó el psicoanálisis como un espacio de anudamiento teórico-clínico
puesto a prueba en cada análisis. El analista que responda por su posición
deberá renovar, vez por vez, la misma actitud. Puede suponerse que esta tarea
es de principiantes y ello consiste en un grave error. Ese paso de articulación
teórico-clínica, que constituyó la praxis, es implícito a una ética: la “Etica
del Psicoanálisis”. Actualmente es posible pensar que esta relación es
función de una banda de Moebius.
En
el discurso analítico el saber funciona como “docta” ignorancia habilitando un
espacio para la asociación libre. Esta es, en primer lugar, la implicación del
analista en su acción de escuchar y ella es la condición de la palabra. Para el
analizante se trata de hablar libremente: angostura entre la falta de libertad
de la palabra y aquello más temible aún que es decir algo que podría ser
verdad. Pero, de lo que se trata es de lo indecible de lo que se ignora, y es
esto lo que fundamenta la ética del psicoanálisis. El psicoanálisis, en su praxis,
detecta al sujeto en una estructura que da cuenta de su estado de hendija, de Spaltung:
sujeto en tanto castrado y en relación al objeto en tanto perdido, conceptos ya
enunciados al inicio de la obra freudiana, en escritos tales como el Proyecto
de psicología para neurólogos, en donde ya está enunciado el Trieb
como concepto dato radical de la experiencia analítica, organizador de la
metapsicología freudiana.
Freud
nos advirtió que si de pulsión se trata, lo que está en juego es la “vuelta a
lo inorgánico”: la muerte, dice sin reparos. Cuando el sujeto está tomado por
lo pulsional (sujeto de goce) se encuentra en un nivel muy alto de
“acomodación” con relación a la muerte, posiblemente bajo las distintas formas
de las desgracias del ser. El costo es alto, y él no sabe cuánto. Frente a esta
evidencia de agonía del sujeto, para el analista, el único alcance de la
función de la pulsión será poner en tela de juicio ese asunto de la
satisfacción. Entonces, si hay una clínica posible es en tanto que clínica de la
pulsión.
En
todo practicante insiste una pregunta: ¿Cuál es la intervención, mediante la
palabra, que tenga efecto sobre lo pulsional? A veces se puede creer que esta
pregunta no tiene respuesta: error. La respuesta está a la vista desde los
orígenes del Psicoanálisis, se trata de la posición del analista, posición a la
cual adviene como efecto de su análisis, de la supervisión y de los marcos
conceptuales referentes que le sirven como soporte para una escucha-lectura de
la subjetividad. La cura psicoanalítica tiene una dirección sostenida por el
analista que lleva adelante una táctica implicada en una estrategia y en una
política constituida en la ética del psicoanálisis. Cabe volver a preguntar:
qué nos enseña esta praxis? Hablando estrictamente, el saber psicoanalítico
sólo puede ser el saber de la transferencia, es decir, el “saber supuesto” que
en el curso de la experiencia analítica se vuelve transmisible por otras vías y
por otros efectos. La transferencia es donde se constituye la clínica analítica
y el psicoanalista. El trabajo del analítico lo implica, y su máxima
implicancia será explicitar su saber des-suponiéndolo, o sea, desprendiéndolo
del lugar que le tocó en la experiencia. 101 Es a partir de ello que
puede pensarse la enseñanza de los enfermos.
Si
el Trieb funda al Psicoanálisis como praxis, qué justifica la
intervención de un analista? Preguntamos por aquello que produce consecuencias,
o sea, por aquella intervención del analista que, por añadidura, al decir de
Freud, incida sobre el sujeto. Sabemos que nuestros pacientes, “padecientes” no
están satisfechos con lo que son. No obstante, sabemos que todo lo que ellos
son, lo que viven, aún sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción.
Satisfacen algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos.
Sabemos que aquello que satisfacen por la vía del displacer, es, al fin y al
cabo, la ley del placer. Pero, digamos que para una satisfacción de esta
índole, “penan demasiado”.
¿Cuál
es aquella posición desde la cual una intervención tenga el estatuto de
“tratamiento”, mediante la palabra, de lo pulsional? ¿Cómo tratar lo real del
goce pulsional mediante lo simbólico?
Hemos
dicho que la cura psicoanalítica consiste en la regla fundamental de la
asociación libre, tarea no siempre fácil. Ella está enmarcada en una dirección
que sostiene el analista que lleva adelante una táctica implicada en una
estrategia y en una política. Cabe volver a preguntar: qué nos enseña esta praxis?
La
psicosis como producto de una intervención imposible
Para
considerar la cuestión de la intervención analítica, en general, nos ha
resultado de importancia recordar una advertencia de Jacques Lacan: “Nosotros
trataremos de ver más de cerca por qué, pero él busca saber. Y, al comienzo de
la experiencia analítica, no tenemos ningún esfuerzo en incitarlo. Es, pues,
como intervención sobre el sujeto de eso que— más a ras de tierra, tan al
ras de tierra como sea posible— que se articula ya como saber, que nosotros
intervenimos, en las psicosis”102. Notamos que Lacan habla en
términos de “experiencia analítica”.
Por tanto, nos deberemos abstener de la imprudencia del “furor
interpretandis” porque al fin de cuentas el obstáculo está en el problema
del deseo del analista; “obstáculo porque, en suma, tomada en forma masiva,
(... ) toda intervención de este orden, por sorprendente que parezca después de
sesenta años de elaboración analítica, parece participar de una profunda
imprudencia”103.
Lo
grave es que los analistas, las más de las veces, se han movido, en el terreno de
la interpretación desde el efecto de sus pasiones: “su temor que no es del
error, sino de la ignorancia, su gusto que no es de satisfacer, sino de no
decepcionar, su necesidad que no es de gobernar, sino de estar por encima”104.
Esto los ha llevado a olvidar que en la perspectiva de la experiencia analítica
la transferencia se convierte en el punto de seguridad del proceso analítico, y
que es en la relación con lo real (trieb)
donde se decide el combate (la cura analítica)105
“No
sabemos demasiado de lo que, a este respecto, puede engañarnos en la
comprensión de una psicosis. Por ejemplo, debemos cuidarnos de comprender si
podemos intentar reconstruir, articular, en la estructura”.106/107
Lacan
nos orienta en que es más allá del discurso donde se acomoda nuestra acción de
escuchar y dirá: “lo que escucho es de entendimiento. El entendimiento no me
obliga a comprender. Lo que entiendo no por ello deja de ser un discurso,
aunque fuese tan poco discursivo como una interjección. Pues una interjección
es del orden del lenguaje. Es una parte del discurso que no está por debajo de
ninguna otra en cuanto a los efectos de sintaxis en tal o cual lengua
determinada”108.
En
el caso de las psicosis, “la cuestión de la intervención del analista se
plantea, en efecto, en el suspenso de lo que dice el sujeto hace un rato”109
Jacques
Lacan nos plantea como ejemplo el trabajo del sueño en las psicosis y los
cuidados al respecto de la interpretación. Cito: “Nos falta asimismo distinguir
cómo y por qué el sueño hace aquí uso de los elementos que sin duda son
reprimidos, pero precisamente, allí, a un nivel en el que no lo son; es decir,
donde lo recientemente vivido los puso en juego como tales, y donde, lejos de
ser reprimidos, el sueño los elide. ¿Por qué? ¿Para producir qué efecto? Diría
que no es más que para producir una significación, allí no hay dudas, y veremos
que la misma elisión del mismo deseo puede tener, según estructuras diferentes,
efectos totalmente distintos. Para simplemente despertar, estimular un poco
vuestra curiosidad, quisiera hacerles señalar que puede haber allí una relación
entre la elisión y la cláusula “según su deseo” y el hecho de que en otros
contextos que no son el sueño, por ejemplo, las psicosis, esto puede llegar al
desconocimiento de la muerte. El “él no lo sabía” o “él no quería saber
nada”, se articula de otra manera con “ él estaba muerto”, o aun en un contexto
todavía diferente, pueden tener interés de ser distinguidos de entrada como la Verwerfung se
distingue de la
Verneinung. Esto puede llevar a sentimientos de
invasión o de irrupción, o a momentos fecundos de las psicosis donde el sujeto
piensa que tiene frente a sí efectivamente algo mucho más cerca que la imagen
del sueño que nosotros no podemos esperar ahí, es decir, que tiene frente a sí
a alguien que está muerto, que él vive con un muerto que, simplemente, no lo
sabe que él esta muerto”110.
Puesto que nos interesa el tema de la intervención en
las psicosis y puesto que seguimos a Freud y a Lacan al respecto de que el
punto de partida es orientarse en la estructura de saber en juego, es que nos
ocupa tener presente, que las psicosis se tratan de una intervención imposible.
Nos referimos a la intervención paterna.
La
observación del presidente Schreber muestra en forma amplificada cosas
microscópicas. Esto es justamente lo que nos ha permitido aclarar lo que Freud
formuló de la manera más clara a propósito de las psicosis, sin llegar hasta el
final, porque en su época el problema no había alcanzado el grado de agudeza,
de urgencia, que tiene en la nuestra en lo tocante a la práctica analítica.
Dice, frase esencial que cite innumerables veces: “algo que fue rechazado del
interior reaparece en el exterior”. A ella volvemos, proponiéndonos articular
el problema en los siguientes términos: “Previa a toda simbolización —esta
anterioridad es lógica no cronológica— hay una etapa, lo demuestran las
psicosis, donde puede suceder que parte de la simbolización no se lleve a cabo.
Esta etapa primera precede toda la dialéctica neurótica, fundada en que la
neurosis es una palabra que se articula, en tanto lo reprimido y el retorno de
lo reprimido son una sola y única cosa. Puede entonces suceder que algo
primordial en lo tocante al ser del sujeto no entre en la simbolización, y sea,
no reprimido, sino rechazado”111.
Un
punto de partida ético: Orientarse en la estructura.
¿Que es el comienzo de una psicosis? ¿Acaso
una psicosis tiene prehistoria, como una neurosis?[61] Todo parece indicar que las psicosis no tienen
prehistoria. Lo único que se encuentra es que cuando, en condiciones especiales
que deben precisarse, algo aparece en el mundo exterior que no fue
primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente inerme,
incapaz de hacer funcionar la
Verneinung con respecto al acontecimiento. Se produce
entonces algo cuya característica es estar absolutamente excluido del
compromiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro registro, por
una verdadera reacción en cadena a nivel de lo imaginario, o sea en la
contradiagonal del esquema L112.
El
complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa
en si misma, está prometida al conflicto y a la ruina. Para que el ser humano
pueda establecer la relación más natural, la del macho a la hembra, es
necesario que intervenga un tercero, que sea la imagen de algo logrado, el
modelo de una armonía, no es decir suficiente: hace falta una ley, una cadena,
un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir del
padre. No del padre natural, sino de lo que se llama “el padre”. El orden que
impide la colisión y el estallido de la situación en su conjunto esta fundado
en la existencia de ese Nombre-del-Padre. 113
La
manera en la que el padre interviene en este momento en la dialéctica edipiana,
es extremadamente importante de considerar en las estructuras freudianas de las
psicosis. En tanto que el Nombre-del-Padre, —el padre en tanto que función
simbólica, el padre en el nivel de lo que ocurre entre mensaje y código, y
código y mensaje—, es precisamente Verworfen, es que no hay eso por lo que el
padre interviene como ley de una manera pura y simple, cruda, como mensaje del
“no” sobre el mensaje de la madre al niño. Y, en tanto que totalmente crudo
también, fuente de un código que está más allá de la madre, es que se puede,
sobre este esquema de conducción de los significantes, ver sensible y
perfectamente localizable, esto que ocurre cuando por haber sido solicitado en
un desvío vital esencial, a hacer responder el Nombre-del-Padre en su lugar, es
decir ahí donde el psicótico no puede responder porque él nunca ha advenido
allí. Así, el presidente Schreber ve en el lugar surgir muy precisamente esta
estructura realizada por la intervención masiva, real del padre más allá de la
madre, pero no soportada en absoluto por él tanto que promotor de la ley, que
hace que él escuche en el punto máximo, fecundo de su psicosis, ¿qué cosa?: Muy
exactamente dos suertes fundamentales de alucinaciones: comienzos de órdenes, y
en ciertos casos incluso verdaderos principios: “Terminar una cosa cuando se la
ha comenzado”, y así a continuación.
Estos
mensajes que se presentan esencialmente como puros mensajes, órdenes, u órdenes
interrumpidas, puras fuerzas de inducción en el sujeto, e igualmente
perfectamente localizables por los dos lados disociados, mensaje y código,
señalan donde la intervención del discurso del padre se descompone cuando ese
algo es abolido desde el origen.
“¿Eso
qué quiere decir? Quiere decir que en el momento en que por la intervención del
padre, habría debido pasar la fase de disolución que concierne a la relación
del sujeto con el objeto del deseo de la madre, es decir al hecho de que la
posibilidad para él de identificarse al falo fuese completamente pasada,
cortada en la raíz por el hecho de la intervención interdictiva del padre, en
ese momento es en la estructura de la madre que él encuentra el refuerzo, el
soporte, el algo que hace que esta crisis no pase; a saber, que en el momento
ideal, en el tiempo dialéctico en que la madre debería ser tomada como privada
de ese abyecto como tal, es decir que el sujeto no sepa más literalmente de ese
lado a qué santo encomendarse, en ese momento él encuentra su seguridad en el
desencadenamiento de las psicosis. 114
Esto permite formular de un modo distinto la pregunta
sobre el origen, en el sentido preciso del determinismo, o sobre la ocasión de
la entrada en las psicosis, lo que a fin de cuentas implica determinaciones en
sentido estricto etiológicas. Como psicoanalistas realizamos la pregunta: ¿qué
hace falta para que Eso hable?
Nos
interesa, en efecto, uno de los fenómenos más esenciales de las psicosis. El
hecho de expresarlo así está por naturaleza destinado a descartar los falsos
problemas, a saber los que se suscitan diciendo que, en las psicosis, “el eso”
está consciente. Cada vez más prescindimos de esta referencia, de la que el
propio Freud dijo siempre que, literalmente, no sabía donde ponerla. Desde el
punto de vista económico, nada es más dudoso que su incidencia: es algo
totalmente contingente. Por tanto, nos colocamos en la tradición freudiana
diciendo que, después de todo, lo único que tenemos que pensar, es que “eso”
habla.
Este
fenómeno que para Freud es la señal de la entrada en las psicosis, puede cobrar
para nosotros, todo tipo de significaciones, pero sólo puede ser colocado en el
campo imaginario. Se vincula con el cortocircuito en la relación afectiva, que
hace del otro un ser de puro deseo, el cual sólo puede ser, en consecuencia, en
el registro del imaginario humano, un ser de pura interdestrucción. Hay en esto
una relación puramente dual, que es la fuente más radical del registro mismo de
la agresividad. A Freud, por cierto, no se le escapó, pero lo comentó en el
registro homosexual. Este texto nos proporciona mil pruebas de lo que
afirmamos, y esto es perfectamente coherente con nuestra definición de la
fuente de la agresividad, y su surgimiento cuando se cortocircuita la relación
triangular, edípica, cuando queda reducida a su simplificación dual.
Observemos
ese momento crucial con cuidado, y se podrá distinguir este paso en toda
entrada en las psicosis: es el momento en que desde el otro como tal, desde el
campo del Otro, llega el llamado de un significante esencial que no puede ser
aceptado.
Jacques
Lacan, en una de sus presentaciones de enfermos mostró a un antillano, cuya
historia familiar evidenciaba la problemática del ancestro original. Era el
Francés que había ido a instalarse allá, una especie de pionero, que había
tenido una vida extraordinariamente heroica, con altibajos extraordinarios de
fortuna, y que se había convertido en el ideal de toda la familia. “Nuestro
antillano, muy desarraigado en la región de Detroit donde llevaba una vida de
artesano pudiente, se descubre un día en posesión de una mujer que le anuncia
que va a tener un hijo. No sabe si es suyo o no, pero en todo caso, al cabo de
pocos días se declaran sus primeras alucinaciones. Apenas le han anunciado “tú
vas a ser padre”, aparece un personaje diciéndole “tú eres Santo Tomás”. Debe
haber sido, creo, Santo Tomás el dubitativo, y no Santo Tomás de Aquino. Las
anunciaciones que siguen no dejan lugar a duda: provienen de Elizabeth, a quien
se le anunció ya tarde en su vida que iba a concebir un hijo.
El
caso demuestra muy bien la conexión del registro de la paternidad con la
eclosión de revelaciones, de anunciaciones que se refieren a la generación, a
saber, a lo que precisamente el sujeto, literalmente, no puede concebir, y no
empleo esa palabra por casualidad. La pregunta por la generación, término de
especulación alquímica, está siempre a punto de surgir como una respuesta de
rodeo, “un intento de reconstituir lo que no es aceptable para el sujeto
psicótico, para el ego cuyo poder es invocado sin que él pueda, hablando
estrictamente, responder”115
A cada instante, en los análisis concretos de los
psicóticos, encontramos esas diabluras, esas trompetillas del significante,
donde se producen entrecruzamiento singulares de homonimias extrañas llegadas
de todos los puntos del horizonte, y que parecen dar una unidad, por lo demás a
veces inasible, tanto al conjunto del destino como a los síntomas del sujeto.
Cuando se trata del momento de entrada en las psicosis es cuando, sin duda,
menos que nunca conviene retroceder ante esta investigación respecto del
inicio.
Esto
nos obliga volver a una encrucijada clásica que plantea el psicoanálisis
freudiano desde sus orígenes: la función del deseo. La relación de deseo se
concibe, en un primer abordaje, como esencialmente imaginaria. En las psicosis,
veremos que las cosas son un poco diferentes. Seguramente aquí también la
angustia no es otra cosa que el signo de la pérdida para el yo de toda
referencia posible. Pero la fuente de donde nace la angustia es aquí endógena:
es el lugar de donde puede surgir el deseo del sujeto, es su deseo para el
psicótico la fuente privilegiada de toda angustia116.
Pero
detengámonos más bien para preguntarnos si las leyes que hacen interesantes
determinada cantidad de significaciones para los seres humanos son tan sólo
leyes biológicas. ¿Cuál es, en eso, la parte que le toca al significante?
Todo
lo que circula en nuestra literatura, los principios fundamentales sobre lo que
estamos de acuerdo, lo implica: para que haya realidad, para que el acceso a la
realidad sea suficiente, para que el sentimiento de realidad sea un justo guía,
para que la realidad no sea lo que es en las psicosis, es necesario que el
complejo de Edipo haya sido vivido. Sin embargo solo podemos articular este
complejo, su cristalización triangular, sus diversas modalidades y consecuencias,
su crisis terminal, llamada su declinar, sancionada por la introducción del
sujeto en una nueva dimensión, en la medida en que el sujeto es a la vez él
mismo, y los otros dos participantes. El término de identificación que se usa a
cada momento, no significa otra cosa. Hay allí pues intersubjetividad y
organización dialéctica. El campo que delimitamos con el nombre de Edipo tiene
una estructura simbólica.
El
día y la noche, el hombre y la mujer, la paz y la guerra; podría enumerar
todavía otras oposiciones que no se desprenden del mundo real, pero le dan su
armazón, sus ejes, su estructura, lo organizan, hacen que, en efecto, haya para
el hombre una realidad, y que no se pierda en ella.
La
noción de realidad tal como la hacemos intervenir en el análisis, supone esa
trama, esas nervaduras de significantes. Esta implícito continuamente en el
discurso analítico, más nunca aislado en cuanto tal. Esto podría no tener
inconvenientes, pero los tiene, por ejemplo, en lo que se escribe sobre las
psicosis.
Tratándose
de las psicosis, se ponen en juego los mismos mecanismos de atracción, de
repulsión, de conflicto que en el caso de las neurosis, pero los resultados son
fenomenológicos y psicopatológicamente diferentes, por no decir opuestos. Por
eso es necesario detenerse en la existencia de la estructura del significante
en cuanto tal, tal como existe en las psicosis.
Retomo
las cosas por el comienzo, y diciendo lo mínimo podemos expresar: ya que
distinguimos significante y significado, debemos admitir la posibilidad de que
las psicosis no atañe tan solo a lo que se manifiesta a nivel de las
significaciones, de su proliferación, de su laberinto, donde el sujeto estaría
perdido, incluso detenido en una fijación, sino que está vinculada
esencialmente con algo que se sitúa a nivel de las relaciones del sujeto con el
significante.
“Antes de hacer el diagnóstico de psicosis
debemos exigir la presencia de estos trastornos”117.
Esta
presencia del significante en lo real construye la aparición de un
significante nuevo, con todas las resonancias que supone hasta en lo más
íntimo de las conductas y los pensamientos, la aparición de un registro como,
por ejemplo, el de una nueva religión —en el delirio psicótico—, no es
algo que podamos manipular fácilmente, la experiencia lo prueba. Hay viraje de
significaciones, cambio del sentimiento común, de las relaciones socialmente
condicionadas, pero hay también todo tipo de fenómenos, llamados reveladores,
que pueden aparecer de un modo asaz perturbador como para que los términos que utilizamos
para las psicosis no sean en absoluto inapropiados. La aparición de una nueva
estructura en las relaciones entre los significantes de base, la creación de un
nuevo término en el orden del significante, tiene un carácter devastador.
Formulamos
simplemente de manera clara lo que está implícito en nuestro discurso cuando
hablamos de complejo de Edipo. No existe neurosis sin Edipo. Admitimos sin
problemas que en una psicosis algo no funcionó, que esencialmente algo no se
completó en el Edipo. Y el Edipo es cuestión de la pregunta por el ser.
No
hay pregunta para un sujeto sin que haya otro a quien se la haya hecho.
“Alguien me decía recientemente en un análisis: A fin de cuentas, no tengo nada
que pedirle a nadie. Era una confesión triste. Le hice notar que en todo caso,
si tenía algo que pedir era forzoso que se lo pidiese a alguien. Es la otra
cara de la misma pregunta. Si nos metemos bien esta relación en la cabeza, no
parecerá extravagante que diga que también es posible que la pregunta se haya hecho
primero, que no sea el sujeto quien la haya hecho. Como mostré en mis
presentaciones de enfermos, lo que ocurre en la entrada en las psicosis es de
este orden”. (Lacan)118
Un
mínimo de sensibilidad que nos ha dado nuestro oficio, permite palpar algo que
siempre se vuelve a encontrar en lo que se llama la pre-psicosis, a saber, la
sensación que tiene el sujeto de haber llegado al borde del agujero. Esto debe
tomarse al pie de la letra. No se trata de comprender que ocurre ahí donde no
estamos. No se trata de fenomenología. Se trata de concebir, no de imaginar,
qué sucede para un sujeto cuando la pregunta viene de allí donde no hay
significante, cuando el agujero, la falta, se hace sentir en cuanto tal.
Esto puede provocar bastantes conflictos, pero, esencialmente,
no se trata de las constelaciones conflictivas que se explican en la neurosis
por una descompensación significativa. En las psicosis el significante está en
causa, y como el significante nunca esta solo, como siempre forma algo
coherente —es la significancia misma del significante—la falta de un
significante lleva necesariamente al sujeto a poner en tela de juicio el
conjunto del significante.
Esta
es la clave fundamental del problema de la entrada en las psicosis, de la
sucesión de sus etapas, y de su significación.
Katan,
por ejemplo, formula que la alucinación es un modo de defensa igual a los
otros. Se percata, sin embargo, que hay allí fenómenos muy próximos, pero que
difieren: la certeza de las significaciones sin contenido, que simplemente
puede llamarse interpretación, difiere en efecto de la alucinación propiamente
dicha. Explica a ambas mediante mecanismos destinados a proteger al sujeto, que
operan de modo distinto a como lo hacen en las neurosis. En las neurosis, la
significación desaparece por un tiempo, eclipsada, y va a anidar en otro lado;
mientras que la realidad aguanta bien el golpe. Defensas como éstas no son
suficientes en el caso de las psicosis, y lo que debe proteger al sujeto
aparece en lo real, desde lo exterior . “El psicótico coloca fuera lo que puede
conmover la pulsión que hay que enfrentar”. 119
¿Qué función tienen Los fenómenos de lenguaje en las psicosis?
Sería
sorprendente que el psicoanálisis no aporte un nuevo modo de tratar la economía
del lenguaje en las psicosis, modo que en todo difiere del abordaje
tradicional, cuya referencia eran las teorías psicológicas clásicas. Nuestra
referencia es otra: es nuestro esquema de la comunicación analítica.
Analizando
la estructura del delirio de Schreber en el momento en que se estabilizó en un
sistema que vincula el yo del sujeto a ese otro imaginario, ese extraño Dios
que nada comprende, que no responde, que engaña al sujeto, reconocemos que hay,
en las psicosis, exclusión del Otro donde el ser se realiza en la palabra que
confiesa.
Los
fenómenos en juego en la alucinación verbal, manifiestan en su estructura
misma, la relación de eco interior en que está el sujeto respecto a su propio
discurso. Llegan a volverse más y más insensatos, como expresa Schreber,
vaciados de sentido, puramente verbales, machacaderas, estribillos sin objeto.
¿Qué
es pues esta relación especial con la palabra? ¿Qué falta para que el sujeto
llegue a verse obligado a construir todo ese mundo imaginario y padezca en su
interior este automatismo de la función del discurso? . El discurso no solo lo
invade y lo parasita sino que él está suspendido de su presencia.
Que el sujeto en las psicosis sólo pueda reconstituirse
en lo que se denomina “alusión imaginaria”, se evidencia en el trabajo con los pacientes.
A ese punto preciso llegamos. El problema que debemos indagar es la
constitución del sujeto en la alusión imaginaria.
Nuestra
experiencia nos ha enseñado respecto del carácter fascinante que presentan los
fenómenos de lenguaje en las psicosis. No hay que retroceder ante la palabra,
la clínica psicoanalítica nos obliga a ello y la investigación analítica debe
ser coherente con ello. Un análisis adecuado del fenómeno nos lleva a la
estructura y a la economía. “Nuestro punto de partida es el siguiente: el
inconsciente en las psicosis esta ahí, presente, pero la cosa no funciona”120.
En contra de lo que se pudo creer, que esté presente no implica por sí mismo
resolución alguna, sino en cambio, una inercia muy especial.
Consideramos
sobre el lenguaje y la palabra una fórmula liminar: Si el psicoanálisis habita
el lenguaje, no le es dable desconocerlo sin alterarse en su discurso. Este es
todo el sentido de lo que enseñó Freud y Lacan desde hace algunos años, y hasta
ahí hemos llegado respecto de las psicosis. La promoción, la valorización de
los fenómenos de lenguaje es la más fecunda de las enseñanzas. Es lo que nos ha
permitido escuchar a los pacientes psicóticos.
La
cuestión del ego es de modo manifiesto primordial en las psicosis, ya que el
ego, en su función de relación con el mundo exterior, esta puesto en jaque. No
deja pues de ser paradójico que se le quiera dar el poder de manejar la
relación con la realidad.
“No
será que en el orden de lo imaginario no hay forma de dar una significación
precisa al termino de narcisismo? La alienación es constituyente en el orden
imaginario. La alienación es lo imaginario en tanto tal. Nada puede esperarse
de un abordaje de las psicosis en el plano imaginario, porque el mecanismo
imaginario da la forma, pero no la dinámica, de la alienación psicótica.
Siempre arribamos a este punto, y si no carecemos de
armas ante él, es precisamente porque la noción de que más allá del pequeño
otro imaginario, debemos admitir la existencia de Otro. “No nos satisface tan
solo porque le otorgamos una mayúscula, sino porque lo situamos como el
correlato necesario de la palabra”121.
¿Qué
puede hacer un psicoanalista frente a un psicótico?
“Es
como intervención sobre el sujeto de eso que tan al ras de tierra como sea
posible que nosotros intervenimos”122.
Indudablemente
presta su significante, su nombre de psicoanalista y también su presencia, o
sea, su capacidad de soportar la transferencia delirante. 123 En
todos los casos, por más diversas que sean sus maniobras, jamás podrán apuntar
a otra cosa que a diferir la inminencia del encuentro fatídico y aniquilante
del sujeto, mediante la interposición de una elaboración simbólica. Si el
sujeto psicótico es presa de fenómenos de goce que surgen por fuera del
desfiladero de la cadena significante, a cielo abierto, en lo real, se tratará
de obtener un influjo de lo simbólico sobre lo real. El goce no va a ser
revelado en la arquitectura significante del síntoma: tendrá que ser refrenado.
No se tratará de la construcción del fantasma, sino de la barrera al goce que
se puede escribir como // a.
La
posición del analista vacilará entre el silencio de abstención cada vez que es
solicitado como el Otro primordial que tiene todas las respuestas —negativa a
predicar su ser—, y el de significante que funcionará como elemento simbólico
que a falta de ley paterna puede construir una barrera al goce. Se apuntala así
la posición del propio sujeto que no tiene más solución que tomar él mismo a su
cargo la regulación del goce. En ese sentido, el lazo analítico puede ser
estabilizador, si el analista se ofrece como testigo, secretario, destinatario
y garante de ese nuevo orden del universo.
El
sujeto psicótico encarna el deseo sin ley del capricho materno. Falta la
instancia que normalice este deseo. El goce Otro es posible y él se encarga de
hacer existir al Otro aportándole el objeto para el goce, entrega su cuerpo
para hacer consistir al Otro como absoluto.
El
psicótico habla de algo que le habló, algo que adquirió forma de palabra y le
habla. El se convierte en el lugar de testimonio de ese ser que le habla al
sujeto. Cabe preguntar: ¿Cuál es la estructura de este ser que habla? ¿Cuál es
esa parte, en el sujeto, que habla? Sabemos que el inconsciente es algo que
habla en el sujeto, más allá del sujeto, e incluso cuando el sujeto no lo sabe
y dice más de lo que supone. El análisis muestra que en las psicosis “eso” es
lo que habla 124.
En la clínica de las psicosis es necesario reivindicar el
lugar del sujeto, ofertarle una oportunidad justifica la intervención de un
analista. El término “reivindicar” se ha utilizado en sentido jurídico: según Enciclopedia
jurídica Omeba: “ recuperar uno lo que por razón de dominio, cuasi dominio
y otro motivo, le pertenece”125.
La ética del psicoanálisis se sostiene en una lógica
inherente a la experiencia analítica. Es desde ella, únicamente, que puede
pensarse la posición del analista, ante la cual no debe retroceder: “un
tratamiento posible” no es “un tratamiento cualquiera”, no determinado, no
definido, i-responsable, en el sentido contrario al uso de los términos
“responsable”, “determinado” y “definido”. 126
¿Qué
espera un psicótico de un analista?
Es
una pregunta que confronta a tener que dar razones de hasta qué punto la
experiencia analítica puede o no ofrecer “algo” al psicótico . También es
válido preguntar: ¿qué puede esperar un psicoanalista del psicótico?, ¿Un
abonado del inconsciente, puede ofertarle “algo” a un desabonado del
inconsciente?
Un psicoanalista adviene a su posición a través de su
experiencia: no hay ningún significante que diga del ser del sujeto en el campo
del Otro. Es solamente desde este lugar que puede estar al servicio del
psicótico que se ocupa de dar testimoniar sobre la existencia del sujeto.
Precisamente tiene su oportunidad en el punto donde se comprueba la imposible
existencia del Otro. Orientándonos sobre esa imposibilidad, hay, quizás, una
oportunidad para el sujeto. Y, de ello se trata la ética de la intervención.
La psicosis radica en su condición esencial en la
recusación (forclusión) del Nombre-del-Padre en el lugar del Otro y el fracaso
de la metáfora paterna. Consecuencia de ello es que la relación del
significante al significante esté interrumpida. Esto nos introduce, en la
concepción que, en este tratamiento, hay que formarse de la maniobra de la
transferencia. A través de una “prudente y oportuna” intervención puede abrirse
la posibilidad para la operación denominada “maniobra de transferencia” por la
cual se articula el pasaje de “sujeto de goce” al de “sujeto acotado por el
significante”. Operación que Lacan ha denominado “giro al inconsciente” o
“transferencia de fondos de goce”. Se tratará de la instalación de una
ortopedia a la falla simbólica, de la construcción de una sutura del agujero
simbólico y quizás del advenimiento de una suplencia, a partir de la cual se
producirá la posibilidad de reconstrucción de un “como sí” de lazo social y de
un reordenamiento imaginario pacificante. Allí se instala el trabajo de las
psicosis. No se trata de la transferencia como re-edición sino de una
transferencia de valor, del goce encarnado al significante.
Lacan se interesa en las psicosis precisamente por su
encuentro con el saber del que da testimonio el psicótico. Esto le permite no
considerar a las psicosis en los términos de déficit sino orientarse en lo que
es la estructura en la que el sujeto se aloja y toma su lugar. Desde allí,
entonces, puede un psicoanalista interrogarse sobre cual es el lugar que puede
ocupar. Por cierto, no podrá ocupar otro que aquél definido por el dispositivo
analítico, en donde el matema del discurso analítico se mantiene, pero en donde
el analista como semblante de objeto opere como condensador de goce. Y con esta
consideración no hacemos más que tener presente la concepción freudiana de la transferencia
ofrecida en 1912.
Decir
que un sujeto está fuera de discurso es decir que el sujeto está desabonado del
inconsciente, de ese mito edípico que es la ley que hace obedecer el goce a la
castración. Esto implica que la relación del sujeto psicótico con el lenguaje
es la de un rechazo del inconsciente, pero es este rechazo mismo el que sitúa
la estructura del sujeto (sujeto de goce). ¿Entonces, cómo plantear su
introducción en el funcionamiento de un dispositivo como el analítico?
Es
preciso tener en cuenta la cuestión preliminar por la cual se desprende que en
las psicosis se trata de un saber conectado al goce. El saber está ahí
disponible, no es un saber supuesto, es un saber que no pide nada a nadie
puesto que el sujeto se sostiene en la certeza. El sujeto no es supuesto, está
ahí en lo real . Por eso es que vale la interrogación respecto de la “espera de
un psicoanalista”, expresión que ha de tomarse en el doble sentido: a. — qué
puede esperar un psicótico de un psicoanalista; b. — qué puede esperar un
psicoanalista de un psicótico.
La
función estabilizadora del delirio, no por haber mitigado el horror, conlleva
una menor certeza de ese saber. El inconsciente está ahí, a cielo abierto, pero
no funciona. Hay un saber constituido por lo cual no reclama a un sujeto
supuesto al saber, pero presenta la paradoja de necesitar y hasta de imponer,
un testimonio de su certeza.
Es
una constatación clínica frecuente que el sujeto psicótico trata de crearse una
nueva ley, un nuevo orden del universo, que él tendría la misión de sostener,
colocándose en la posición de ser su garante, sosteniendo el Todo, ubicándose
él como objeto que falta a este Todo. El lazo analítico puede ser
estabilizador, si el analista se ofrece como testigo, destinatario,
secretario y garante de la construcción de ese nuevo orden del universo.
Presencia
del analista
Respecto
de la presencia del analista debemos recordar que Sigmund Freud y Jacques Lacan
nos han enseñado sobre aquello imposible de ahorrar en un análisis: la
presencia del analista aportando la dimensión de Otredad, situación que lleva
implícita el sostenimiento de la transferencia.
No
podemos pasar por alto la advertencia freudiana respecto de la dificultad que
acarrea el aportar esa presencia. (El máximo peligro a evitar es la erotomanía
de transferencia). No se trata de una presencia física de civilidad pueril y
honesta, no hay que confundir la necesidad física de la presencia con aquello
que hace a la competencia de la presencia del analista, justamente la mencionada
dimensión de Otredad, dicho de otro modo, la posición del analista, y situarla
es una cuestión de ética necesaria para que una práctica sea precisamente
psicoanalítica.
Sabemos
que “el analista también debe pagar”127:
Pagar
con palabras, sin duda, si la transmutación que sufren por la operación
analítica las eleva a su efecto de interpretación;
Pagar
con su persona, en cuanto que, diga lo que diga, la presta como soporte a los
fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia;
Pagar
con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una
acción que va al corazón del ser (Kern unseres Wesen, escribe Freud)
Y, estos pagos, en tanto que analista, son el punto
principal del cual se sostiene su posición, sostenida por una política, en la
cual hace mejor en ubicarse por su falta en ser que por ser. Su acción sobre el
paciente se le escapa junto con la idea que se hace de ella, si no vuelve a
tomar su punto de partida en aquello por lo cual ésta es posible: revisar la
estructura por donde toda acción interviene en la realidad. Será entonces
necesario que el analista, para ofrecer su presencia, y que ésta no sea mera,
trabaje en el sentido de saber desmontar la relojería de la relación del sujeto
al Otro, tal como lo implica el inconsciente en tanto su estructura radical de
lenguaje.
Si
el analista otorga su presencia física, sin interrogarse por su lugar, será
solamente eso: una presencia fácticamente física y entonces no habrá otra
resistencia al análisis sino la del analista mismo. Su lugar no es producto de
una mántica, sino de una ética en donde simplemente hay que reconocer que la
falta en ser del sujeto es el corazón de la experiencia psicoanalítica. Y, por
ello, es que nos hemos preguntado: ¿qué es aquello que puede un
psicoanalista ofertar a un psicótico?
Recordemos
una de las enseñanzas de Lacan: “Se observará que el analista da su presencia,
pero creo que ésta no es en primer lugar sino la implicación de su acción de
escuchar, y que ésta no es sino la condición de la palabra. En efecto, por qué
exigiría la técnica que la haga tan discreta si no fuese así? . Es más tarde
cuando su presencia será notada. Por lo demás, el sentimiento más agudo de su
presencia está ligado a un momento en que el sujeto no puede sino callarse”128
El
analista oferta su presencia, con oferta crea demanda, y esta debe ser
responsable de su posición, para que una dirección de la cura sea posible.
En
el caso de la clínica de las psicosis, esa presencia abrirá la línea del “se
dirige hacia nosotros” que permitirá un acotamiento al goce transexualista y al
empuje-a-la-mujer. Cuidar que la presencia sea aportada desde un lugar
conveniente en cuanto a la estructura de las psicosis será una responsabilidad
indeclinable del analista, pues un lugar erróneo para esa presencia puede
ocupar la plaza de Un-padre y provocar un desencadenamiento o una mayor
desestabilización (cuadros de excitación psicomotriz, pasajes al acto, entre
otros). El analista ofrece su presencia para que el sujeto no se precipite en
el desposeimiento de la relación con el Otro. El analista, entonces, servirá de
relevo al Otro, en tanto que sepa orientarse por su falta en ser, es decir, no
ocupar la plaza del Otro de todas-las-respuestas. En la maniobra de la
transferencia el analista deberá intentar sostener la operatividad de la
cura absteniéndose de dar respuesta cuando en la relación dual se lo llama a
suplir, por medio de su decir, el vacío de la forclusión y a llenar este vacío
con sus imperativos. Sólo a este precio se evita la erotomanía de
transferencia. Es lo que denomino “la vacilación calculada de la implicación
forzosa del analista” que se juega en la alternativa de una presencia de
silencioso testigo y un apuntalamiento del límite. “Implicación forzosa —si no
quiere ser el otro perseguidor— entre la posición de testigo que oye y no puede
más y el significante ideal que viene a suplir lo que Lacan escribe como Po (P
sub-cero) en su esquema I”. La maniobra de la transferencia permitirá, si el
analista logra ser tomado como presencia destinataria, un movimiento de báscula
de la palabra hacia la presencia del oyente, de ese testigo que es el analista.
Esta
presencia debe estar articulada al lugar que el discurso analítico le asigna,
la de ser de semblante, que en el caso de las psicosis funcionará como condensador
de goce produciendo su acotamiento.
La
presencia del analista estará enmarcada por el objetivo del cual se trata, o
sea, la estabilización de una psicosis bajo transferencia. Será cuestión de
tener presente la estructura y los componentes de esta estabilización y
discernir lo que la condiciona en la acción analítica.
El
paciente se dirige a un analista más allá del cual está, para él, el nombre del
analista (es con A mayúscula). La demanda de un psicótico, cuando se establece,
está connotada por la nota delirante y por una relación con respecto a ese Otro
único que permanecerá largo tiempo en el horizonte del análisis. Pero se
desprende poco a poco otra demanda que, por su parte es un pedido de socorro,
patético”129
La
totalidad de este desarrollo consiste en mostrar que el fenómeno principal de
la transferencia surge de lo que llamaría “el fondo estructural de las
psicosis”. La maniobra de la transferencia permitirá, si el analista logra ser
tomado como presencia destinataria, un movimiento de báscula de la palabra
hacia la presencia del oyente, de ese testigo que es el analista.
Función
testigo
Para considerar el estatuto de la intervención testigo
deberemos tener en cuenta que el psicótico es testigo de la negación de la
castración de la madre, es testigo del Otro (entre códigos y mensajes), es
buen testigo de su estructura, sufre la falta de testigo que imposibilita el
reconocimiento en la imagen especular. En suma, podría decirse, el psicótico es
un mártir del inconsciente. Se trata de un testimonio abierto. El neurótico
también es un testigo de la existencia del inconsciente, da un testimonio
encubierto que hay que descifrar. El psicótico es, en una primera aproximación,
testigo abierto, parece fijado, inmovilizado, en una posición que lo deja
incapacitado para restaurar auténticamente el sentido de aquello de lo que da
fe, y de compartirlo en el discurso de los otros.
En
el trabajo con pacientes psicóticos comprobamos el lugar que ocupa la
“invención”, por ejemplo, la invención delirante. Con ella nos hace testigo de
la incontinencia de que da pruebas cierto trabajo de su psicosis. Testigo
invocado de la sinceridad del sujeto, depositario del acta de su discurso,
referencia de su exactitud, fiador de su rectitud, guardián de su testamento,
escribano de sus codicilos, “el analista tiene algo de escriba”.
El psicótico es buen testigo de su estructura y el
analista se oferta de relevo para que encuentre un lugar para dar su
testimonio. En este sentido el analista es también secretario, destinatario y
garante.
Nos ha resultado muy conveniente guiarnos por la
acepción del término testigo, para desde allí realizar alguna consideración al
respecto del lugar del analista como testigo en las psicosis y de su estatuto
de intervención. Testigo, según Diccionario de la Real Academia
Española, entre otras acepciones significa: “persona que atestigua una cosa
o da testimonio de ella”; “ hito o mojón de...” Lo cual nos ha provocado la
curiosidad de seguir trabajando con el diccionario y buscar las acepciones de
la palabra “Testimonio”: “instrumento autorizado en el que se da fe de
un hecho”.
Si
el analista se oferta como relevo, siendo testigo del testimonio del psicótico,
la intervención ayudará a la apertura de la dirección “se dirige a nosotros”,
disminuyendo la dirección “ama a su mujer”, lo cual permitirá un apaciguamiento
y una posible estabilización por una regulación de la mortificación del goce.
Realizaremos
la siguiente puntuación que nos parece necesaria tener siempre presente. En las
psicosis está en juego:
1.
Un
testigo de la negación de la castración de la madre.La primera amputación
que sufre el psicótico ocurre antes de su nacimiento, él es para su madre el
objeto de su propio metabolismo; la participación paterna está negada. Él es el
objeto parcial que viene a colmar una falta —fantasmática— a nivel del cuerpo
de su madre. Y desde su nacimiento, el rol que le será asignado será el de ser
testigo de la negación de su castración. El niño, contrariamente a lo
que a menudo se dice, no es el falo de la madre, es el testigo de que el seno
es el falo, lo que no es la misma cosa. Y para que el seno sea el falo y un
falo omnipotente (tout puissant), es necesario que la respuesta que él
aporta sea total y perfecta. El psicótico está siempre obligado a alienar su
cuerpo en tanto soporte de su yo, o de alienar una parte corporal en tanto
soporte de una posibilidad de goce. Es importante la observación realizada
respecto del estallido del cuerpo, la fragmentación, la instrumentalización,
etc.
La
interdicción que le ha sido hecha en cuanto al deseo hace que la respuesta le
haga aprehender no una separación sino una antinomia fundamental entre demanda
y deseo, y esta separación no es una brecha sino un abismo, lo que arriva no es
el significante sino el objeto en lo real, o sea lo que provoca el telescopiage
entre simbólico y real.
Para
intentar una posible intervención en las psicosis haremos bien en ubicarnos en
la tradición freudiana: “después de todo, lo único que tenemos, es que ‘eso’
habla”.
“Tú
eres el que me seguirá” supone la asamblea imaginaria de quienes son soportes
del discurso del psicótico. A menos que contestar “yo te sigo”, es decir de
obedecer, no hay, a ese nivel, otra respuesta posible para el sujeto psicótico,
salvo guardar el mensaje en el estado mismo en que le es enviado, modificando a
lo sumo la persona, e inscribirlo como un elemento de su discurso interior, al
cual, quiéralo o no, tiene que responder si no lo sigue. Dado el terreno en que
esta indicación lo conmina a responder, la única forma sería precisamente que
el sujeto no lo siguiera de ningún modo en este terreno, es decir que se rehuse
a escuchar. A partir del momento en que escucha, está conducido130.
El rechazo a escuchar es una fuerza de la que ningún sujeto dispone realmente.
Este fenómeno que para el psicótico es la señal de la entrada en las psicosis.
2.
Un testigo del Otro. Por otro lado,
nos resulta interesante para tratar el tema de la función testigo, volver a lo
que ya hemos distinguido entre mensajes de código y códigos de mensaje que se
destacan en formas puras en el sujeto de las psicosis, el que se basta por ese
Otro previo.
Observemos
que ese Otro distinguido como lugar de la palabra se impone como testigo de la Verdad. Sin la
dimensión que constituye, el engaño de la palabra no se distinguiría del
fingimiento que, en la lucha combativa o la ceremonia sexual, es sin embargo
bien diferente. Desligándose en la captura imaginaria, el fingimiento se
integra en el juego de acercamiento y de ruptura que constituye la danza
originaria, en que esas dos situaciones vitales encuentran su escansión, y los
participantes que ordenan según ella lo que nos atreveremos a llamar su
dancidad. El animal por lo demás se muestra capaz de esto cuando está acosado;
llega a despistar iniciando una carrera que es de engaño. Esto puede ir tan
lejos como para sugerir en las presas la nobleza de honrar lo que hay de
ceremonia en la caza. Pero un animal no finge fingir. No produce huellas cuyo
engaño consistiría en hacerse pasar por falsas siendo las verdaderas, es decir
las que darían la buena pista. Como tampoco borra sus huellas, lo cual sería ya
para él hacerse sujeto del significante131.
La
palabra no comienza sino con el paso de la ficción al orden del significante y
que el significante exige otro lugar —el lugar del Otro, el Otro testigo, el
testigo Otro que cualquiera de los participantes— para que la palabra que
soporta pueda mentir, es decir plantearse como verdad.
Pues
el Otro en el que se sitúa el discurso, siempre latente en la triangulación que
consagra esa distancia, no lo es tanto como para que no se manifieste hasta en
la relación especular en su más puro momento: en el gesto por el que el niño en
el espejo, volviéndose hacia aquel que lo lleva, apela con la mirada al testigo
que decanta, por verificarlo, el reconocimiento de la imagen del jubiloso
asumir donde ciertamente estaba ya.
3.
Un buen testigo de su estructura. Por
el lado de los estudios realizados sobre Schreber, sabemos que había redactado
el documento en una época en que su psicosis estaba lo bastante avanzada y
estabilizada. A raíz de esto, admito ciertas reservas, legítimas, puesto que se
nos escapa algo que podemos suponer más primitivo, anterior, originario: la
vivencia, la famosa vivencia inefable e incomunicable de las psicosis en
su período primario o fecundo.
Por
ello, el análisis del delirio nos depara la relación fundamental del sujeto con
el registro en que se organizan y despliegan todas las manifestaciones del inconsciente.
Quizás, incluso, nos dará cuenta, si no del mecanismo último de las psicosis,
al menos de la relación subjetiva con el orden simbólico que entraña132.
Quizá podremos palpar cómo, en el curso de la evolución de las psicosis, el
sujeto se sitúa con relación al conjunto del orden simbólico, orden original,
medio distinto del medio real y de la dimensión imaginaria, con el cual el
hombre siempre tiene que vérselas, y que es constitutivo de la realidad humana.
Al
igual que todo discurso, un delirio ha de ser juzgado en primer lugar como un
campo de significación que ha organizado cierto significante, de modo que la
primera regla de un buen interrogatorio, y de una buena investigación de las
psicosis, podría ser la de dejar hablar el mayor tiempo posible. Luego,
nos podemos hacer una idea de la noción de fenómeno elemental, las distinciones
de las alucinaciones, los trastornos de la percepción, de la atención, de cómo
los diversos niveles en el orden de las facultades han contribuido, sin duda
alguna, a oscurecer nuestra relación con los delirantes.
Lo
notable es que Schreber es un discípulo de la Aufklärung, es incluso
uno de sus últimos florones, pasó su infancia en una familia donde la religión
no contaba, nos da la lista de sus lecturas: todo ello le sirve como prueba de
la seriedad de lo que experimenta. Después de todo, no entra en discusiones
para saber si se equivocó o no, dice: “Es así. Es un hecho del que he tenido
las pruebas más directas, sólo puede ser Dios, si la palabra tiene algún sentido.
Hasta entonces nunca había tomado en serio esa palabra, y a partir del momento
en que experimenté estas cosas, hice la experiencia de Dios. La experiencia no
es la garantía de Dios, Dios es la garantía de mi experiencia. Yo les hablo de
Dios, tengo que haberlo sacado de algún lado, y como no lo saque del cúmulo de
mis prejuicios de infancia, mi experiencia es verdadera”. En este punto es muy
fino. No sólo es, en suma, un buen testigo, sino que no comete abusos
teológicos. Está, además, bien informado.
4. Una falta de testigo que imposibilita el
reconocimiento en la imagen especular.
Respecto de los
objetos comenzaremos diciendo que no es que los objetos sean invasores, por así decir, en las
psicosis, y que esto constituye su peligro para el Yo; la propia estructura de
esos objetos los torna impropios para la yoización. Digamos que
fenomenológicamente la despersonalización comienza con el no reconocimiento de
la imagen especular. Es sabido cuán sensible resulta esto en la clínica, con
qué frecuencia es por no reencontrarse en el espejo o cualquier otra cosa
análoga, que el sujeto comienza a ser aprehendido por la vacilación
despersonalizante. Pero articulemos con mayor precisión que la fórmula que da
el hecho es insuficiente, o sea que si lo que se ve en el espejo no resulta
susceptible de ser propuesto al reconocimiento del Otro, es porque lo que se ve
en el espejo es angustiante. Para referirnos a un momento que marcamos como
característico de la experiencia del espejo, como paradigmático de la constitución
del Yo ideal en el espacio del Otro, diremos que se establece una relación tal
con la imagen especular que “no podría volver la cabeza”, girarla hacia otro
lado. En cambio se establece otra relación de la que se halla demasiado cautivo
para que ese movimiento sea posible: queda afectado por el horror de la
atracción, atrapado por la imagen que no reconoce como propia. La relación dual
pura desposee — sentimiento de relación de desposesión marcado por los clínicos
clásicos — al sujeto de la relación con el gran Otro[A32] .
5. Un psicótico es testigo abierto. Si bien
el psicótico parece fijado, inmovilizado, en una posición que lo deja
incapacitado para restaurar auténticamente el sentido de aquello de lo que da
fe, y de compartirlo en el discurso de los otros, es necesario tener en cuenta su
posibilidad en el trabajo analítico[A33] .
Hay
una topología subjetiva, que reposa enteramente en lo siguiente, que el
análisis de los pacientes nos ha brindado: que puede haber un significante
inconsciente. Se trata de saber cómo ese significante inconsciente se sitúa.
Parece realmente exterior al sujeto, pero es una exterioridad distinta de
la que se evoca cuando nos presentan la alucinación y el delirio como una
perturbación de la realidad, ya que el sujeto está vinculado a ella por una
fijación erótica. Tenemos que concebir aquí al espacio hablante en cuanto tal,
tal que el sujeto no puede prescindir de él sin una transición dramática donde
aparecen fenómenos alucinatorios, es decir donde la realidad misma se presenta
como afectada, como significante también. 134
Uno
de los modos necesarios para lograr que la transferencia del sujeto psicótico
no se convierta en una erotomanía mortificante es justamente el
apuntalamiento del límite al goce del Otro. Una de las consideraciones que
debemos tener presente es que la función testigo hace de apuntalamiento del
límite. El analista, a veces, es llamado a constituirse como suplente y hasta
como competidor de las voces y el psicótico le ofrece el sitial de perseguidor,
el sitial de aquel que sabe y que al mismo tiempo goza. Si el analista se
instala en él sobrevendrá, con toda seguridad, la erotomanía mortífera. Colette
Soler señala que esta cuestión debe ser evitada para que sea posible el
tratamiento y ha intentado precisar qué maniobra de la transferencia permite
evitar esta emergencia. Dice: “Evidentemente yo no operé con la interpretación,
que no tiene cabida alguna cuando se está ante un goce no reprimido. Sólo se
interpreta el goce reprimido. Aquel que no lo está, sólo puede elaborarse. Un
primer modo de intervención fue un silencio de abstención y esto cada vez que
el analista es solicitado como el Otro primordial del oráculo. Este silencio,
esta negativa a predicar sobre su ser, tiene la ventaja de dejar el campo a la
construcción del delirio. Esto coloca al analista como un otro Otro, que no hay
que confundir con el Otro del Otro. Sin duda no es otra cosa que un testigo.
Esto es poco y es mucho, porque un testigo es un sujeto al que se supone no
saber, no gozar, y presentar por lo tanto un vacío en el que el sujeto podrá
colocar su testimonio”135
La
intervención corresponde a lo que se llama orientación del goce,
teniendo diferentes vertientes.
Limitativa,
que intenta hacer de prótesis a la prohibición faltante, que consiste en decir
“no”, en poner un obstáculo cuando el sujeto parece cautivado por la tentación
del acto demandado por el Otro gozador;
Positiva:
que consiste en sostener proyectos sublimatorios, proyectos que habiliten un
destino, aunque la actividad sea aparentemente sin importancia social, es
importante en el metabolismo del goce.
Imaginarios
de seguridad: Se denomina de este modo toda construcción imaginaria que le
permite al sujeto una regulación del horror frente al abismo del vacío de
significantes. Esta solución consiste en tapar la cosa mediante una ficción
colgada de un significante ideal que brinda la clave de muchas sedaciones. Son
efectos de la regencia restaurada de una significación ideal que permite al
sujeto la posibilidad de deslizarse bajo el significante que le da sostén a su
mundo. Por ejemplo, para un paciente, “el cielo es su protector, si duerme bajo
el cielo toda andará bien” y entonces, había decidido dormir en las plazas
públicas, lugar donde lo encuentra la policía e indica el traslado al hospital.
Durante los primeros días de internación, debió enfrentarse a dormir en la
sala, lo cual le producía un acceso de agitación vespertina que duraba toda la
noche. Fue en este lapso que el paciente construye un imaginario de seguridad:
dormir en una cama puesta debajo de la ventana abierta para así poder estar
“bajo el cielo que protegerá su dormir”. Este tipo de estabilizaciones
producidas por la creación de imaginarios de seguridad son precarias, a menos
que estén articuladas con otro tipo de reordenamiento desde lo simbólico, pero
no por ello desechables.
Otro
modo de intervención es la decisiva: se trata de la provocación de un viraje en
la relación transferencial tanto como en la elaboración de la cura y que
consiste en acoger la construcción del delirio. A partir de ese momento es
posible la reconstrucción del sujeto, al borde del agujero en lo simbólico136.
El
analista ocupa el lugar de guardián de los límites del goce, sin los cuales, lo
que hay es el horror absoluto. En este sentido el analista hace de barrera
al goce y de esta manera el analista no hace otra cosa que apuntalar la
posición del propio sujeto, tema central respecto de la ética de la
intervención.
En
una fórmula sencilla, consideramos que “estas intervenciones podrían reducirse
a una formulación mínima: NO y SI137. El NO quedaría situado como
respuesta del analista al goce del Otro que irrumpe en el cuerpo o la mente. Se
trata de intervenciones que se producen casi todas en el momento en que el
sujeto se encuentra frente a la inminencia del pasaje al acto. En cada caso hay
un objeto que está positivizado, invadiendo el cuerpo como goce. Las
intervenciones instalan un NO respecto de ese goce, introduciendo la función de
la barra entre significante y significado, producen un vacío, negativizan el
objeto que estaba positivizado. Introducen un punto cero, y de ese modo separan
cuerpo y goce, lo imaginario de lo real. El SI como una respuesta frente a la
posibilidad de localización de un goce propio del sujeto. Es a partir de esta
extracción de goce que el sujeto podrá recortar un S1, “el modelo del
progreso”, del enjambre significante, cerrando por el momento un conjunto que a
partir de entonces tiene un límite. El corte entre lo imaginario del cuerpo y
lo real del goce introduce la posibilidad de una solución en la que interviene
el registro simbólico. Las intervenciones apuntan a afirmar la posibilidad de
localización del goce (la cual en todos los casos es una vía producida
contingentemente por el sujeto psicótico y en ningún caso por el analista).
Estas fueron posibles en los momentos en los cuales, por el mismo hecho de la
localización del goce, el sentido no se presentaba como absoluto. En estos
momentos se despejaban en la estructura puntos que quedan por fuera del sentido
gozado como goce del Otro.
Consideramos
que, sobre el tratamiento de las psicosis, se trata más bien de una maniobra de
transferencia orientada a la temperancia del goce. El analista en esa posición
de objeto a es donde desempeñará una función de condensador de goce,
efectuándose un giro al inconsciente que el sujeto psicótico retira de sus
fondos del goce. En otros términos, la parte del goce que se presta a ello se
simboliza. Se trata de un desplazamiento de lo real del goce en lo simbólico.
Lacan, a partir de
1970, introduce el goce en su teoría, considera al sujeto no sólo como efecto
del significante, y como consecuencia reformula los
términos metáfora y metonimia, como equivalente as condensación y giro en el
inconsciente. Giro implica desplazamiento de lo real en lo simbólico,
operatoria de desplazamiento de goce; la condensación que tiene su origen en la
represión y regresa de lo imposible, es la forma de hacer peso que tienen los
símbolos en lo real, hacen un corte de lo real, instaurándolo.
La metáfora, al operar al servicio de la represión, produce
condensación. Con este corrimiento de la barra, del límite, más allá, marcando
la frontera con lo real, queda instaurado el efecto de sin sentido, el
sin-sentido de lo real, sin que la destitución de sentido en lo simbólico,
retroactiva por propio juego
significante, quede abolida. Simplemente diferenciada.
La metonimia opera a partir de un metabolismo de goce, cuya
regulación reside en el corte del sujeto. La metonimia transfiere valor de
goce, forma en que el goce entra en la contabilidad del inconsciente por medio
del giro de la lengua.
En el tratamiento de la psicosis, entendemos que la
maniobra de transferencia implica que el síntoma nuevamente queda implicado en
la estructura, por la vía de la posición del sujeto frente al goce, acotándolo,
nombrándolo, significantizándolo, verificándolo en el decir. De este modo, el
inconsciente puede ser responsable de la reducción del síntoma (y no sólo de su
producción) en tanto que la ganancia del inconsciente acarrea pérdida de goce.
El sujeto respecto al goce no se cura, es ineliminable, puede posicionarse en
relación a su regulación por el significante. Señora Bv (véase en capítulo III)
nos enseña sus maniobras de transferencia de goce. Esta concepción hace posible
una dirección de la cura en la psicosis
Función
destinatario
La
cuestión del concepto de destinatario fue derivado por Lacan de la teoría de la
comunicación: “destinataire”, opuesto a “destinateur”, remitente.
Pero Lacan lo aplicó a la teoría del significante —derivada de la teoría de la
designación, la “Eigenbeziehung” en la paranoia— considerando que una
carta siempre llega a su destinatario en “La lettre voleé”. Si el
mensaje, del modo aquí descrito, determina la acción del socius, nunca es retransmitido
por este. Y esto significa que queda fijado en su función de relevo de la
acción, de la que ningún sujeto lo separa en cuanto símbolo de la comunicación
misma. La forma bajo la cual el lenguaje se expresa define por ella misma la
subjetividad. Dice: “irás por aquí, y cuando veas esto, tomaras por allá.”
Dicho de otra manera, se refiere al discurso del Otro. Está envuelto como tal
en la más alta función de la palabra, por cuanto compromete a su autor al
investir a su destinatario con una realidad nueva, por ejemplo con un “Eres mi
mujer”, un sujeto pone en sí mismo el sello de ser el hombre del conyugo. 138
Es
así que se presenta el famoso inconsciente, al fin de cuentas imposible de
aprehender. Lacan habla de las paradojas como siendo representables, a saber,
dibujables. No hay dibujo posible del inconsciente. El inconsciente se limita a
una atribución, a una sustancia, a algo que es supuesto ser (estar) debajo. Lo
que enuncia el psicoanálisis, es que esto no es más que una deducción.
Deducción supuesta, nada más. Eso a lo que ha tratado de darle cuerpo, con la
creación de lo simbólico, tiene muy precisamente este destino, que ello no
llega a su destinatario. ¿Cómo es posible sin embargo que ello se enuncie? He
aquí la interrogación central del psicoanálisis139 y la cuestión ha
sido, en nuestra experiencia, la de verificar la posibilidad de la construcción
del lugar del destinatario, en el campo del tratamiento de las psicosis.
Podemos
afirmar que el analista por la transferencia es destinatario de un mensaje. Por
ejemplo, se puede decir muy brevemente, el analista es revelador de la
transferencia y sobre quien recae la transferencia, o sea, es al mismo tiempo,
el destinatario del mensaje y el lector del mensaje.
Función
secretario
La
función secretario es una de “los modos de dirigirse a” en la cual se
desarrolla la transferencia. “El se dirige a” toma la dirección de dirigirse al
analista en tanto “guardián de secretos” que viene a ocupar el lugar de un
significante cualquiera del “Transfert” Sq.
El
papel del secretario es concentrado sobre el mensaje, es un papel técnico, casi
administrativo; el tiene también que ver con la cuestión de la difusión del
mensaje que esta en su posesión: darle escritura, archivarlo, conservarlo
secreto o publicarlo, etc. Hay toda una tradición de secretarios de escritores,
de políticos, etc. que se podría utilizar para ilustrar el concepto del
analista en función de secretario. Además, el secretario es un especie de
servidor, que no escribe en su nombre propio.
El
analista como secretario es convertido por el psicótico en destinatario y
garante.
El analista debe consentir en servir de “dirección a”
para dar lugar a la función secretario, pues ésta es un punto de partida, entre
los iniciales, juntamente con la presencia y la función testigo, para que luego
se produzca la operación en donde el analista pase a ocupar el lugar
destinatario, o sea, de condensador de goce.
Aparentemente
nos contentaremos con hacer de secretarios del alienado. Pues bien, no solo nos
haremos sus secretarios, sino que tomaremos su relato al pie de la letra;
precisamente lo que siempre se consideró que debía evitarse. 140
Es de nuestro interés recordar un
pasaje de Lacan en el seminario sobre
Las psicosis:
Presenté una psicosis alucinatoria crónica.
¿No les impactó, a quienes allí estaban, ver hasta qué punto se obtiene algo
mucho más vivaz si, en lugar de tratar de determinar como sea si la alucinación
es verbal, sensorial o no sensorial, simplemente se escucha al sujeto? La
enferma del otro día hacía surgir, inventaba, mediante una especie de
reproducción imaginativa, preguntas que se veía claramente habían estado
implícitas de antemano en su situación, sin que expresamente la enferma las
hubiese formulado. Obviamente, no basta contentarse con esto para comprenderlo
todo, ya que se trata de saber por qué ocurren así las cosas. No obstante hay
que comenzar tomando las cosas en su equilibrio, y ese equilibrio se sitúa a
nivel del fenómeno significante-significado. Parece que la intención última de
este discurso es hacer señas a sus destinatarios, y probar que quien lo firma
es, si me permiten la expresión, no-nulo, capaz de escribir lo que todo el
mundo escribe. De hecho, descubrimos, y no simplemente a propósito de un caso
tan notable como el del presidente Schreber, sino a propósito de cualquiera de
estos sujetos, que si sabemos escuchar, el delirio de las psicosis
alucinatorias crónicas manifiesta una relación muy específica del sujeto
respecto al conjunto del sistema del lenguaje en sus diferentes ordenes. Sólo
el enfermo puede dar fe de ello, y lo hace con gran energía. 141
Función
garante
Según
la Enciclopedia
jurídica Omeba[62],
“garante” entre otras acepciones significa: “aquél que con su patrimonio
soporta a otra para una gestión”, “poner su patrimonio al servicio de
posibilitar que otro sostenga una deuda”. De ello surge una propuesta: el
analista sabe que no hay significante que venga a completar la predicación del
ser. Desde allí tiene algo que ofrecer al psicótico, puede ofrecer el saber del
psicoanálisis como soporte al trabajo de la psicosis.
En
la neurosis, el Nombre-del-Padre es el garante que le permite organizar alguna
respuesta, alguna ficción, cuando como sujeto es interpelado por las
significaciones de la sexualidad –diferencia de sexos y procreación- y de la
muerte.
En la psicosis, el mismo está forcluido, y
como consecuencia el sujeto no tiene un garante para organizar su respuesta.
Orientándose en la estructura de saber que se organiza a partir de esa
forclusión, será importante en el trabajo con los psicóticos centrarse en el
modo en que el sujeto debe suplir la falta de ese significante esencial. Su
falta de inscripción produce una identidad que se manifiesta precaria cuando el
sujeto es confrontado a responder por su ser. Para el psicótico se produce una
encrucijada sin salida simbólica cuando como sujeto es interpelado en el lugar
donde debiera responder con el soporte del Nombre-del-Padre, o sea, cuando debe
responder por la alusión relativa a la sexualidad y la muerte, y sus
resonancias: responder como mujer, hombre, padre, madre, responsabilidades
laborales, etcétera. En ese momento esa identidad bascula, se desestabiliza y
precipita al sujeto al borde del vacío, del agujero, y no puede responder más
que en forma autónoma desde lo real con los fenómenos elementales. Es porque
ese significante del Nombre-del-Padre encuentra ahí su lugar y al mismo tiempo
no está disponible –porque no se ha inscripto a nivel del Otro- que vienen a
pulular en su lugar todas las imágenes por las cuales aparecen los fenómenos
elementales. Por ello se reconoce que la psicosis es un hecho de lenguaje, y
como tal no es simple.
Cuando el
significante primordial ha sido expulsado, el sujeto no encuentra la
posibilidad identificatoria primaria, que le permita ser vinculado a través del
discurso como sujeto. Tal
momento puede ser la ocasión para que un analista ofrezca su presencia, su
significante en tanto analista, para que el psicótico reconozca sus
garantes.
Según
la Enciclopedia
jurídica Omeba[63],
“garante” entre otras acepciones significa: “aquél que con su patrimonio
soporta a otra para una gestión”, “poner su patrimonio al servicio de
posibilitar que otro sostenga una deuda”. De ello surge una propuesta: el
analista sabe que no hay significante que venga a completar la predicación del
ser. Desde allí tiene algo que ofrecer al psicótico, puede ofrecer el saber del
psicoanálisis como soporte al trabajo de la psicosis.
En
la neurosis, el Nombre-del-Padre es el garante que le permite organizar alguna
respuesta, alguna ficción, cuando como sujeto es interpelado por las
significaciones de la sexualidad –diferencia de sexos y procreación- y de la
muerte.
En la psicosis, el mismo está forcluido, y
como consecuencia el sujeto no tiene un garante para organizar su respuesta.
Orientándose en la estructura de saber que se organiza a partir de esa
forclusión, será importante en el trabajo con los psicóticos centrarse en el
modo en que el sujeto debe suplir la falta de ese significante esencial. Su
falta de inscripción produce una identidad que se manifiesta precaria cuando el
sujeto es confrontado a responder por su ser. Para el psicótico se produce una
encrucijada sin salida simbólica cuando como sujeto es interpelado en el lugar
donde debiera responder con el soporte del Nombre-del-Padre, o sea, cuando debe
responder por la alusión relativa a la sexualidad y la muerte, y sus
resonancias: responder como mujer, hombre, padre, madre, responsabilidades
laborales, etcétera. En ese momento esa identidad bascula, se desestabiliza y
precipita al sujeto al borde del vacío, del agujero, y no puede responder más
que en forma autónoma desde lo real con los fenómenos elementales. Es porque
ese significante del Nombre-del-Padre encuentra ahí su lugar y al mismo tiempo
no está disponible –porque no se ha inscripto a nivel del Otro- que vienen a
pulular en su lugar todas las imágenes por las cuales aparecen los fenómenos
elementales. Por ello se reconoce que la psicosis es un hecho de lenguaje, y
como tal no es simple.
Cuando el
significante primordial ha sido expulsado, el sujeto no encuentra la
posibilidad identificatoria primaria, que le permita ser vinculado a través del
discurso como sujeto. Tal
momento puede ser la ocasión para que un analista ofrezca su presencia, su
significante en tanto analista, para que el psicótico reconozca sus
garantes.
La psicosis es muy fecunda en cuanto a lo que puede
expresar en el discurso. Prueba de ello es la obra que nos legó el presidente
Schreber, y hacia la que atrajo nuestra mirada la atención casi fascinada de
Freud, quien, sobre la base de esos testimonios, y por un análisis interno,
mostró cómo estaba estructurado ese mundo. Así procedemos, a partir del
discurso del sujeto, y ello nos permitirá acercarnos a los mecanismos constitutivos
de las psicosis.
El
presidente Schreber relata con toda claridad las primeras fases de su psicosis.
Y nos da la atestación de que entre el primer brote de lo psicótico, fase
llamada no sin fundamento pre-psicótica, y el apogeo de estabilización en que
escribió su obra, tuvo un fantasma que se expresa con estas palabras: “Sería
algo hermoso ser una mujer sufriendo el acoplamiento”.
Se
ve que la relación psicótica en su grado último de desarrollo, implica la
introducción de la dialéctica fundamental del engaño en una dimensión, si puede
decirse, transversal con respecto a la relación auténtica. El sujeto puede
hablarle al Otro en tanto se trata con él de fe o de fingimiento, pero aquí es
en la dimensión de un imaginario padecido —característica fundamental de lo
imaginario— donde se produce como un fenómeno pasivo, como una experiencia
vivida del sujeto, ese ejercicio permanente del engaño que llega a subvertir
cualquier orden, mítico o no, en el pensamiento mismo. Que el mundo, tal como
lo verán desarrollarse en el discurso del sujeto, se transforme en lo que
llamamos una fantasmagoría, pero que para él es lo mas cierto de su vivencia,
se debe a ese juego de engaño que mantiene, no con un otro que seria su
semejante, sino con ese ser primero, garante mismo de lo real.
No
hay nada en la significancia que sea la garantía de la verdad. No hay allí otro
garante de la verdad que la buena fe del Otro, es decir, algo que se plantea,
siempre, bajo una forma problemática para el sujeto.146
Hemos
hablado de las psicosis en tanto que ella está fundada sobre una carencia
significante primordial, y mostramos lo que sobreviene como subducción de lo
real cuando, acarreado por la invocación vital, éste viene a tomar su lugar en
esta carencia del significante de la que se habla bajo el término de Verwerfgung.
Es el mecanismo esencial de esta reducción del Otro, del gran Otro, del Otro
como sede de la palabra, al otro imaginario. Esta suplencia de lo simbólico por
lo imaginario nos permite concebir el efecto de total extrañeza de lo real que
se produce en los momentos de ruptura de diálogo del delirio, por el cual
solamente el psicótico puede sostener en sí mismo lo que llamaremos una cierta
intransitividad del sujeto. Esa es la dificultad para el psicótico, precisamente
en la medida de esta reducción de la duplicidad del Otro, con A mayúscula, y
del otro, con a minúscula, del Otro sede de la palabra y garante de la
verdad, y del otro dual que es aquel frente al cual se encuentra como siendo su
propia imagen. Esta desaparición de esa dualidad es precisamente lo que da al
psicótico tantas dificultades para mantenerse en un real humano, es decir en un
real simbólico. Finalmente, es necesario recordar lo que en esta dimensión de
lo que se llama el diálogo, en tanto que permite al sujeto sostenerse, ni más
ni menos que con el ejemplo de la primera escena de Atalía.147
Por
tanto, el analista como garante es necesario para restablecer el real humano en
tanto que simbólico. El analista como garante significa que está allí prestando
su significante, su persona, para que la palabra se articule construyendo un
lugar de garantía para el acotamiento que el significante hace del goce.
Teniendo en cuenta la producción de esta función de acotamiento, podemos decir
que la dirección del tratamiento puede ir desde el analista en tanto lugar a
donde dirigirse, al analista en posición del objeto a148
condensador de goce.
El
psicótico no espera al psicoanalista en tanto intérprete de su verdad, puesto
que ésta ha venido a revelarse inesperadamente fuera de él, desde el exterior,
en los fenómenos que señalan el desencadenamiento. La irrupción del
significante en lo real viene a sacudir su mundo amenazando una identidad que a
partir de ahí se muestra precaria, en tanto que pierde el apoyo en lo simbólico.
Determinadas irrupciones expulsan al sujeto de ese marco simbólico que lo
sostenía. Se producen, entonces, defectos en la significación o significación
en suspenso. Es por ello que el psicótico puede quejarse de estar desgajado de
la palabra, al punto de sentirse amenazado de mutismo. La función de la palabra
se le escapa y lo liga enteramente a un campo de lenguaje sin límite, donde
puede perderse. Y su demanda inicial puede asumir la forma de no estar separado
de la palabra. En ese sentido, se le supone al analista, un saber hacer con la
función de la palabra.
A
partir de ahí es cuando el psicótico va a intentar responder con el trabajo del
delirio, cuando puede. El delirio es una tentativa de remediar la ausencia de
identidad que se ha revelado brutalmente para el sujeto y de cubrir con
significaciones las sin razones de un exceso del que no puede salir. ¿De qué
sin razón se trata? El psicótico demuestra que el padre, que para el neurótico
es el colmo de la razón y principio del ordenamiento de su mundo, es una sin
razón que lo precipita a él en un efecto como forzamiento en el campo del Otro
como lo más extranjero. Revela que en el Otro del significante el sentido es
aleatorio, es sin sentido. El psicótico se ofrece como el que va a dar razón de
esa sin razón, de ese sin sentido. Por ello se sabe solo en esa tentativa de
poner límite al exceso de goce, experimentando la ignominia que descubre en el
Otro.
Es
en el campo de las psicosis donde el goce revela lo que es una excitación
ruinosa para el sujeto que desborda el cuerpo y que desborda el campo del
significante. Entonces, en esa coyuntura donde él está sólo para tener que
trabajar, es que puede esperar de un psicoanalista que esté de su lado, es
decir, del lado del sujeto, del lado de la tentativa delirante, porque es para
él una posibilidad de sostener su existencia. Por eso es que cuando un
psicótico toma a un psicoanalista como testigo, éste no tiene libertad de
elección en su respuesta. O está del lado del sujeto y acepta ser testigo de su
trabajo, o bien no se está de su lado ubicándose en la oposición al sujeto,
lugar nefasto de Flechsig para Schreber. Entonces, el margen de maniobra será
acompañar al sujeto en su esfuerzo saludable.
El
saber del psicótico es al respecto de que el goce es ineliminable del mundo de
los seres hablantes, lo que Freud llamó la pulsión de muerte, pulsión que no
está reprimida en las psicosis. Por eso no adquiere la forma de un síntoma sino
que se revela a la luz del día, fuera del sujeto, poniendo al sujeto en peligro.
Y, es para protegerse de ese peligro de aniquilamiento que el psicótico tiene
que restaurar en el Otro el orden que le falta, el orden que limitaría ese goce
del que el Otro no responde. Esto es lo que él sabe de lo aniquilador de la
pulsión, y que la misma es pulsión de muerte. Por tanto, deberemos pensar que
estar del lado del sujeto es pensar la estabilización del sujeto en su relación
con el goce. El concepto de suplencia, sin perder de vista una estabilización
del significante con el significado, coloca de manera central lo que está en
juego: en qué punto va a poder poner un goce en función por el significante. Y,
en ello va implícito la ética de la intervención.
Cabe
la pregunta de si el psicoanalista, por el punto al que ha llegado su análisis,
puede hacerse cargo de la reintroducción de la función del sujeto, que es el
problema que plantea el psicótico en esa llamada al Otro. Si no retrocede de su
posición será un “partenaire” que no responde, que se orienta por lo que sabe,
o sea, que no hay ningún significante que diga al ser del sujeto en el campo
del Otro. Desde esta posición no responderá ni desde el lugar de Todo-saber, ni
desde el significante amo. Se puede acoger un delirio sin oponerse a él pero
sin confirmar las significaciones delirantes que fijarían el ser del sujeto. La
maniobra deberá apuntar a desalojar al psicótico del lugar de ser quien venga a
completar al Otro, que ningún ser y ningún goce pueden cerrar el agujero en el
discurso, y poder sostener el trabajo del sujeto en el sentido de correrse de
ese lugar en el que el psicótico está ocupado de tener él que ofrecerse ahí, a
veces, al precio real de su vida.
Al
analista le queda el lugar del que apuntala el límite que el psicótico busca a
través de su decir, de esa elaboración, de esa existencia de su decir en la
enunciación del saber, el límite que busca para poner un freno a ese goce que
lo aniquila como sujeto. Deberá saber esperar, del lado del sujeto, que pueda
advenir una invención que apuntale al psicótico en su existencia de sujeto, una
invención que lo “nombre a”, encontrando un destino, en tanto un destino
precisamente es un punto para que la existencia no sea solo un real.
El sujeto psicótico plantea al analista la cuestión de
su límite. Interroga el objeto de la cura y plantea al analista la cuestión de
su función. La interpretación más que en ninguna parte debe ser llevada en la
dirección que indica Lacan, oscilando entre enigma y cita, haciendo caer el
sentido en beneficio de la topología. Todo lo que segrega sentido en el mundo
del neurótico arriesga precipitar al psicótico, entonces: sobre qué puede
recaer la intervención?
No debe recaer sobre la alienación: el psicótico sabe
demasiado de la cuota de alienación del hombre y de qué manera él no es nada
detrás del significante. De modo que, una intervención tal está contraindicada.
Deberemos tener presente que el delirio es una interpretación del sujeto
psicótico mostrando al máximo la alienación sin separación siendo la
reabsorción del desecho del ser en ella.
A
modo de síntesis, coincidiendo con Colette Soler, proponemos respecto del
“tratamiento posible” un ordenamiento que va desde la ficción del delirio,
hasta la fijación de goce y luego la fixión del ser en donde se efectiviza el
testimonio del sujeto.
Algunas
intervenciones estabilizantes
Llamaremos
así a todo tipo de trabajo de las psicosis que permita al sujeto un modo de
tratar los retornos de lo real, de operar conversiones, de civilizar al goce
haciéndolo soportable.
Las más estabilizantes dentro de las observables son las
que resultan de la construcción de un simbólico de suplencia consistente en
construir “una ficción distinta de la ficción edípica”149 y en
conducirla hasta un punto de estabilización. Las más de las veces éste se
obtiene mediante lo que Lacan consideró en una época como una metáfora de
suplencia: la metáfora delirante, por la cual se crea un nuevo orden del
universo, curativo de los desórdenes del goce cuya experiencia el sujeto
psicótico padece. Donde el Nombre-del-Padre forcluido no promueve la
significación fálica, aparece una significación de suplencia con la ventaja de
que el goce, desde ese momento consentido, se localiza, produciendo
reordenamientos en lo simbólico, lo imaginario y lo real. En muchos casos
funciona una solución consistente en tapar la cosa mediante una ficción colgada
de un significante ideal, pero que no requiere la inventiva delirante del
sujeto. Son efectos de la regencia restaurada de una significación ideal,
significación que vuelve a dar al sujeto la posibilidad de deslizarse bajo el
significante que daba sostén a su mundo. En general no son el resultado de un
trabajo del sujeto sino que, más frecuentemente, son el efecto de una tyché,
de un encuentro que viene a corregir el de la pérdida desencadenante. En estos
casos el sujeto no inventa sino que toma prestado del Otro —casi siempre
materno— un significante que le permite, al menos por un tiempo, tapar,
mediante un ser de pura conformidad, el ser inmundo que él tiene la certeza de
ser. Son de este tipo las estabilizaciones que ofrece la religión.
Otras
intervenciones estabilizantes tienen relación con civilizar la cosa por lo
simbólico, es la senda de ciertas sublimaciones creacionistas que proceden por
la construcción de un nuevo simbólico que cumplen una función homogénea al
delirio. Es el caso de los psicóticos que hacen suplencia a través de la
ciencia, la producción de escritos literarios, filosóficos, etc. Estas
elaboraciones simbólicas pertenecen a lo que se ha llamado el “bien-pensar”,
que logran compensar la carencia de la significación fálica.
Existen
otros tipos de soluciones que no recurren a lo simbólico sino que proceden de
una operación real sobre lo real del goce no apresado en las redes del
lenguaje. Así sucede con la obra pictórica, o las esculturas, por ejemplo, que
produce un objeto nuevo en el que se deposita un goce que de este modo se
transforma hasta volverse estético, mientras que el objeto producido se impone
como real. Se puede considerar que este tipo de tratamiento de lo real por lo
real, tiene el límite propio al no tener otro futuro que su repetición. Se
trata de un “bine-inventar” que podemos llamar “artesanado”.
En
la misma línea de tratamiento de lo real por lo real, si bien no podemos hacer
una apología de ello, ni creemos sea recomendable, están las estabilizaciones
producidas por los pasajes al acto, auto y hétero-mutiladores. Por
ejemplo, podemos considerar a Van Gogh, quien, a punto de alumbrar una de sus
obras maestras, corta en carne viva su cuerpo, para convertirse en el hombre de
la oreja cortada. Esta oreja menos realiza en acto, a título casi de suplencia,
el efecto capital de lo simbólico.150
De
“malo de constitución” a “maliato”
Realizaré un breve recorte clínico sobre el
primer desencadenamiento de una psicosis (esquizofrenia) de un joven de
dieciocho años, que ingresa al hospital por guardia llevado por la policía con
orden judicial. Estaba en la Plaza Constitución, muy excitado, (en un cuadro de excitación
psicomotriz) cometiendo agresiones a terceros y a sí mismo con cadenas. El
principio de atemperamiento del goce, con cese de las alucinaciones, se
presenta en relación a la construcción del neologismo bajo transferencia (en
relación al nombre del analista).
Antecedentes: se trata de un joven que está finalizando
su último año de escuela secundaria. La madre lo describe como “un chico que ha
sido siempre introvertido, distinto a los demás, siempre tuvo pocos amigos,
siempre encerrado, le gusta la matemática o la computación, no tiene novias, es
raro para su edad pero es muy bueno”. El episodio que lo lleva al
desencadenamiento fue posterior al viaje de egresados que realiza con sus
compañeros, en donde por el hecho de que él no quiere ir a bailar los otros le
dicen “marica”. Al regreso el joven decide “probar ir a una disco, para ver qué
le pasa”, “decidí ir solo para que no me carguen si me quiero ir”, “cuando
entro a una disco tengo necesariamente que irme, algo me obliga a irme, me
rajo”.
El
desencadenamiento:
“venía de una disco [discoteca] en donde había mujeres que querían pija”
[miembro viril]. Refiere: “las putarracas me miraban fijo, todas me miraban el
bulto”. Se deduce que la situación pudo haber sido tal cual él la refiere, y en
general a los muchachos disfrutan en ese momento. Pero el paciente ha realizado
una interpretación cruda o desnuda del efecto de la mirada de las mujeres que
fue significada como “sos un hombre”. Entendemos que es este el momento en
donde Lacan sitúa que “el Otro ha tomado la iniciativa”, lo miran en tanto
hombre, y él no puede responder a la altura de la situación. Estaba sentado en
la barra cuando comienza a sentir que “me quedé con la cabeza vacía, no podía
pensar”. Se ha producido el estallido de las significaciones con la consecuente
despoblación significante, quedando al borde del agujero Seguidamente comienza a sentir que “me tocan
la espalda y nadie me tocaba”, “me quería quedar y también me quería ir, no
sabía qué hacer, quería salir corriendo, entonces pedí un trago y mientras me
lo servían me pareció que me manoseaban los genitales, como si una mano me
apretara los huevos [genitales]”. Toma unos tragos más pues al principio piensa
que siente eso porque está asustado, pero luego cree en su perceptum (iniciaron los fenómenos elementales) y se retira
velozmente del lugar. Refiere: “una mano me apretó y me arrancó los huevos y la
pija, me rajé”. Podemos pensar que “me rajé” es el modo en que el paciente
puede referirse a su estructura, se rajó la cadena significante. Cuando llega
de regreso a su casa, encuentra a su madre esperándolo. Ella desacostumbrada a
que el joven saliera de noche estaba preocupada por la llegada tarde de su
hijo, y le dice a modo de regaño: “Sos el único hombre de la casa y…..”.
Cualquier joven frente a esta situación no presta importancia, interpreta la
preocupación de la madre como un exceso del cuidado materno y le resta
importancia. Pero en este joven, el encuentro con la madre diciéndole “sos el
único hombre” funciona como oposición simbólica, como Un-Padre en lo real,
situación que lo impulsa a salir de su
casa “corriendo con las cadenas del portón” hasta llegar a Plaza Constitución
[plaza céntrica de la ciudad ubicada en un barrio denominado Constitución] en
donde pasa varias horas inmerso en la situación que causa su internación por
orden judicial con actuación policial previa. Cuando se refiere a la situación
dice: “me dijo sos el único hombre de la casa y luego, con una voz muy grave
dijo ‘sos malo de constitución’”. El joven, a quién llamaré X, había pasado
varias horas usando las cadenas a modo de látigo, que agitaba circularmente
alrededor de sí, en el cuyo trayecto golpeaba todo lo que estaba a su paso y su
cuerpo, en la zona del bajo vientre, hasta lastimarse. Este circuito se
reciclaba permanentemente, de izquierda a derecha y luego nuevamente a la
izquierda. El cambio de circulación del movimiento se producía cada vez que el látigo
encontraba su cuerpo, marcándolo, como un intento de inscribir algo en su
cuerpo. Pensamos: a falta de inscripción de la castración en lo simbólico
mediante la metáfora paterna, se produce el retorno desde lo real en esos
golpes de cadena. En el trabajo analítico se verificó que “malo de
constitución” se debió a la emergencia de una de las formas del fenómeno
elemental, la alucinación verbal (comúnmente denominada alucinación auditiva) a
través de la cual la voz del Superyó realizó su mandamiento, y el sujeto acató:
fue a Plaza Constitución a golpear y golpearse, produciéndose, sin duda, con
consistencia real, el malo de constitución.
La
presencia como su presencia-testigo: Durante los primeros doce días, el paciente pasa todo el día en la
cama, se niega a levantarse. No ingiere alimentos sólidos. Sólo acepta agua si
le acerca el vaso un enfermero varón, pues si se trata de una mujer la rechaza
tapándose con la sábana. Permanece mucho tiempo con los ojos cerrados.
Aparentemente duerme mucho. Se ratifica que está despierto cuando realiza una
actividad repetitiva: se saca mocos y se los come, se mete los dedos en las
orejas y luego se los chupa, esputa sobe su mano lamiéndola después. Se
masturba compulsivamente, eyacula en sus manos, y luego se las lame diciendo a
modo de estribillo repetitivo: “papita de wacho” [hijo sin padre reconocido],
instalando un circuito reiterativo. Un analista, que llamaré Dr. Xiato, interviene
visitándolo varias veces al día, a través de unas maniobras calculadas como
subjetivantes, simples y sostenidas en el sentido común: se trata de
presentarse, se acerca a su cama, lo llama por su nombre, le dice su nombre,
espera, no responde, lo vuelve a saludar y se va. Al día siguiente esta
actividad se repite. Aparentemente la
misma no es significativa para el paciente, quien yace en cama con cierta
tranquilidad, sin manifestar ninguna respuesta a intervención del analista con
su presencia y su locución. No ha presentado cuadros de excitación que debieran
acotarse químicamente.
Las
primeras respuestas: en
la primera semana no parecía registrar a nadie ni a nada de lo que lo rodeaba.
Al iniciar la segunda semana comienza a responder a la presencia del analista
con una frase clisé a modo de musitación, que después de tres días se logró
entender, tratándose de una serie reiterativa que tendía a infinitizarse:
“pajita, caquita al hocico”.
Intervención
del analista: “No, lo
que sale por el ano queda afuera”. (Intervención limitativa). Única
intervención del analista seguida del corte de la “visita-sesión”. El corte se
vuelve un instrumento para separar al sujeto de su goce.
Efecto: Comienza a significar la presencia del
analista, lo mira y escabulle la mirada (fort-da
en lo real), escucha el saludo y lo contesta con un gesto de movimiento con la
cabeza. Durante un día que el analista está ausente (opera la presencia del
analista en tanto falta, ausencia), comienza a levantarse para buscarlo, instalando
un recorrido desde la cama al consultorio y su retorno (nuevo fort-da en lo real). Al día siguiente el
analista se acerca a su cama, lo saluda y se retira. Luego el paciente lo busca
en su consultorio realizando un solo acto, en un modo intrusivo: entra sin
solicitar autorización, lo mira, baja la vista y se retira. Luego de varios
encuentros de este estilo, el analista le dirige su palabra ofreciéndole tres
horarios por día en los cuales puede atenderlo, e indicándole pautas referidas
a “esperar afuera” si está ocupado (El analista se ofrece su presencia como
destinatario). Las pautas no se cumplieron en un inicio. Fueron varias las
veces que entró al consultorio en cualquier horario y sin solicitar
autorización, o haciéndose ver a través de apretar su rostro en el vidrio de la
puerta. Tratando de acotar el goce intrusivo, el analista calcula una única
respuesta: la reiteración de las pautas (por ejemplo: diciéndole que debe
llamar a la puerta y esperar dejando dos baldosas de distancia con la puerta), actitud
que un día acompañó con el cierre inmediato de la puerta (intervención
limitativa). Tras ello, el paciente se presentó en el próximo horario indicado
y se iniciaron los encuentros. Durante los primeros se trató solamente de su
asistencia en los horarios indicados, entraba, se quedaba parado, sin hablar,
saludaba solo con un gesto realizado con la cabeza, lo miraba y retiraba la
mirada, y se quedaba petrificado frente al escritorio sin hablar ni hacer
gesto, hasta que el analista le indicaba que lo esperaba en el próximo horario
calculando la no infinitización del goce. Luego de tres días en que la
situación no cambia, se suscita la primera palabra dirigida al analista: “ellas
quieren pija”. Así se abre una secuencias de entrevistas en donde puede hablar
de lo que le sucede, refiriendo que las voces le dicen cosas que no
entiende, que son voces masculinas, que
hacen eco y murmullo. El analista interviene escuchando. El último día de la
tercera semana de internación refiere que las voces le dicen: “te voy a
matar….malo de constitución”. Y a partir de ahí, su trabajo consiste en armar
una teorías sobre el origen, de su decir se destaca: “vaya a saber qué hizo mi
vieja un aborto no sé quien es mi viejo”. (Analista como secretario del
alienado)
La
nueva operación de ausencia: el analista no concurre al centro de internación. El paciente pasa gran
parte del tiempo caminando desde la cama al consultorio, diciendo, sin
dirigirse a nadie, cuando comprueba la ausencia: “el Dr.Xiato está soy el malo
de constitución”. Pasa largos momentos repitiendo incesantemente el nombre del
analista, iteración a modo de verbigeración, que entendemos como una producción
positiva en el sentido del armado de un recurso de significantización.
El secreto: En la
entrevista siguiente refiere: “pensé putarraca”. El analista le refiere no
entender y le solicita explicación, a lo cual contesta: “cuando me dijo
‘hombre’ pensé ‘putarraca’”. (Referencia al momento de desencadenamiento
causado por la alusión sexual). Luego escuché: “malo de constitución”.
Entendemos que “malo de constitución” ha sido una alucinación verbal, que
impulsa al joven a darle consistencia en lo real, por eso se va a la Plaza Constitución.
Un
significante nuevo: En
una próxima entrevista comenta: “se sabe que soy maliato porque hablo con Usted
Xiato, si Xiato está yo le hablo, es todo secreto, las voces se callan cuando
le hablo, yo le cuento por eso soy maliato”.
(Los subrayados muestran la consonancia homofónica).
Posible
lectura desde una lógica retrospectiva:
Primera
posición subjetiva del paciente: sujeto de goce tomado por lo pulsional autoerótico. La clínica de la
esquizofrenia nos muestra que el cuerpo del sujeto se presenta en el inicio sin
agujero, que necesita ser marcado por el golpe para significantizarse, aunque
sea como marca en lo real del cuerpo, en sus genitales.
Primera
intervención del analista:
ofrece su presencia testigo, ofrece su nombre como significante.
Segunda Posición subjetiva: significación del analista, se abre el
“ser dirige hacia nosotros” a través de un fort-da con la mirada.
Segunda
intervención del analista:
limitativa, señalando un agujero del cuerpo. Opera el No haciendo de prótesis a
la prohibición que falta por estructura.
Tercera
posición subjetiva:
organiza un recorrido, al estilo fort-da
en lo real, un tour pulsional más complejo, se abre la orientación “se dirige
hacia nosotros”, se dirige al analista, lo busca, lo llama. Entendemos que el
nombre del analista es un objeto significante, o un significante en su vertiente
de objeto, que funciona como tapón del agujero y posibilita la inscripción del
vacío. Es un puro significante que marca la ausencia. Algo del goce mudo e
indiferenciado se fija en una marca significante, pero esta vez, a través de un
cruzamiento simbólico-real.
Tercera
Intervención del analista: efectivizada por el ofrecimiento de horarios y pautas para el encuentro,
instalándose una dialéctica entre el tapón y el agujero; para que el agujero
venga es necesario primero el tapón: objeto significante.
Cuarta posición subjetiva: “soy el maliato porque hablo con Usted
Xiato, yo le cuento por eso soy el maliato”. No es un significante que
representa a un sujeto para otro significante. Se ha producido un viraje, desde
la respuesta alucinatoria en lo real (objeto voz) a una articulación
significante –el Dr. Xiato ¿está?- , pregunta que si bien está sujeta a la
certeza del paciente, en tanto psicótico, posibilita una exterioridad y una
posibilidad de nombrarse: “Maliato”, que al no producirse la definición significante,
requiere del armado de un circuito en lo real: camina trazando un circuito de
ida y vuelta, en donde “le cuenta”, al analista que ocupa la plaza de garante y
le posibilita hacer la cuenta con él.
Reconsiderando, el paciente
X, estaba instalado en un goce mudo. El analista lo visita varias veces al día,
oferta su presencia, su palabra, lo saluda, se presenta por su nombre (“soy el
Dr. Xiato, ¿cómo está?, ¿qué le pasa?”). Durante la primera semana, X no tiene
ninguna manifestación que posibilite pensar en algún registro de esa presencia.
Durante la segunda semana, aparecen signos de alarma en su rostro, una
instantánea interrupción de los movimientos seguida de una mirada fugaz al
analista, para luego continuar con la actividad autoerótica descripta. Frente a
él repite “pajita, caquita, al
hocico”. Frente a ello el analista
realiza una intervención con brusquedad adecuada a la inmundicia en la que
estaba instalado X. Se manifiesta sorprendido y fastidiado, e interrumpe su
actividad. Es la posibilidad de la pérdida de los objetos lo que sacude a X del
goce mudo.
A partir de su relato se
puede reconstruir el punto que causa su desencadenamiento. Comenta que luego
que la madre le dijo “sos el único hombre de la casa” él pensó: “putarraca” “y
ella con voz de macho dijo “malo-de-constitución” (alucinación verbal).
Cabe preguntar si el nombre
del analista, y luego “Maliato”, funcionan como un Uno sostén del agujero en
torno del cual se produce un tipo de anudamiento. “Dr. Xiato” se trata de un significante que no está
dirigido al Otro. Es un puro significante asemántico que marca la ausencia. No
hay llamado al Otro, pero sí es la dimensión de lo humano en su más simple
expresión, una marca significante que inscribe la ausencia, teniendo valor de
letra, de marca sostén del agujero, de significante con función de fijar goce,
no de comunicación.
“La señora Bv”
Psicosis
y acto analítico
Freud
insistió en sus reservas con relación al análisis de psicóticos y Lacan en su
prudencia: para los neuróticos hay una dirección de la cura y para los
psicóticos “un tratamiento posible”.
Son varias las veces que a lo largo de la producción
freudiana se contraindica el método psicoanalítico en el tratamiento de las
psicosis. Pero, en la Presentación
autobiográfica (1925) al final del capítulo V abre una esperanza:
El estudio analítico de las psicosis parece excluido por falta de
perspectivas terapéuticas de semejante empeño. Al enfermo mental le falta en
general la capacidad para la transferencia positiva, lo cual vuelve inaplicable
el principal recurso de la técnica analítica. Empero, se ofrecen numerosas vías
de acceso. A menudo la transferencia no está ausente de manera tan completa que
no se pueda avanzar cierto tramo con ella, en las depresiones psíquicas, la
alteración paranoica leve, la esquizofrenia parcial, se han obtenido indudables
éxitos con el análisis […] Es verdad que en el presente no todo saber se
transpone en poder terapéutico, pero aún la mera ganancia teórica no debe ser
tenida en menos, y cabe aguardar con confianza su aplicación práctica[64].
¿Cómo
responder a esta esperanza freudiana?
De hecho hubo y hay analistas que toman en tratamiento a
pacientes psicóticos. Sostienen el intento de una “clínica posible”.
En
este capítulo, a través de una presentación clínica, intentaremos logicizar los
interrogantes que se precipitan de un tratamiento en donde una paciente nos
deja enseñanzas luego de diecinueve años de trabajo.
La
pregunta por la posición del analista en el tratamiento de las psicosis es
vigente, aún hoy, pues es casi una dimensión artesanal la que se pone en juego
cada vez en esta experiencia. Lo que analista sabe es que él no habla más que
al costado de lo verdadero, porque lo verdadero lo ignora: el que sabe, en
análisis, es el analizante. La posibilidad del analista de ocupar un lugar
conveniente en el tratamiento, ha de estar articulada necesariamente a la
estructura del saber en juego, teniéndose siempre presente que la probabilidad
de inscribir a un sujeto psicótico en un orden de discurso es impedida por su
estructura.
Si un sujeto psicótico está fuera de discurso, ¿cómo
plantear su introducción en el funcionamiento de un discurso como el analítico?
El relato clínico nos ayudará para elucidar algunas cuestiones.
Es
necesario que el analista se oriente por el saber del psicótico pues es el
único que “sabe” que se trata de un saber conectado al goce, que se expresa
bajo la forma del horror: es un horror que se produce ante la certeza de saber
que el Otro goza de él. La instalación de la función estabilizadora del
delirio, no por haber mitigado este horror, conlleva una menor certeza de ese
saber.
En las psicosis el inconsciente “está ahí, a cielo
abierto, pero no funciona”. El psicótico tiene un saber constituido que se pondrá
en trabajo, presentando la paradoja de necesitar y hasta de imponer, un
testimonio de su certeza. Es una constatación clínica frecuente que el sujeto
psicótico trata de crearse una nueva ley, un nuevo orden del universo, que él
tendría la misión de sostener, colocándose en la posición de ser su garante,
sosteniendo el Todo, ubicándose él como objeto que falta a ese Todo. En este
sentido, el lazo analítico puede ser estabilizador, si el analista se ofrece
como testigo, destinatario, secretario y garante del trabajo del sujeto
psicótico. Resulta necesario para sostener este cometido que el analista
ofrezca su presencia, lo cual no es fácil de soportar, por las posibilidades de
oscilaciones transferenciales que van desde la erotomanía a la paranoización.
A través de distintos recortes clínicos construidos a
partir del tratamiento de una paciente, a la cual llamaré “Señora Bv”,
intentaré abordar distintos momentos cruciales que, en este caso, lo han hecho
posible. Se trata de una estabilización de una psicosis esquizofrénica que la
transferencia le permite un leve giro a la paranoización. Intentaré dar cuenta
de su estructura y los componentes de esa estabilización. La paciente,
fallecida ya, luego de los primeros cuatro años de tratamiento alcanzó un nivel
de vida, desde el punto de vista pragmático, en una relación con la realidad
bastante restablecida: pudo vivir sola, dirigir sus actos, producir un destino
a través de la escultura, logrando una posición subjetiva de notable
elaboración. Estabilización que la acompañó hasta su muerte.
Su
tratamiento se llevó a cabo en cuatro períodos escandidos por tres
interrupciones.
el pedido de TRATAMIENTO
La consulta es realizada por una hermana quién solicita
tratamiento pues “la oligofrenia ha llevado a lo peor a la paciente. Está todo
el día en cama, alcoholizada, no come ni habla, solo se levanta para buscar
dentro de la casa alguna bebida, alcohol o perfume. Se pone furiosa si tratamos
de impedir estos actos o si no encuentra alcohol. Vocifera, rompe cosas, patea
paredes y puertas, por lo cual se le facilitan botellas de whisky, que es lo
preferido. Eso no es vida y así se va a morir pronto. Tengo mucha tristeza”.
La
consultante comenta en la primer entrevista:
Son
muchos hermanos, dieciséis en total, todos están casados, la paciente es la
única soltera. Hay cuatro pares de mellizos, y en total han sido diez varones y
seis mujeres. Hay cuatro hermanos varones fallecidos, “uno se suicidó, otro se
electrocutó, y dos murieron en accidentes automovilísticos”. Respecto de las
mujeres “las otras cinco somos normales, pero muy nerviosas”. El hermano mayor
“continúa con la óptica”, los que le siguen en edad, el segundo se suicidó, y
el tercero se fue al exterior y permanece apartado de la familia.
En
esta familia los hombres se dedican al campo y las mujeres a tener hijos.
No
todos los hermanos están de acuerdo con realizar otro tratamiento, pero se
cuenta con el apoyo de todas las hermanas mujeres y principalmente de la
hermana melliza, dueña de casa en donde vive la paciente.
La
familia está muy preocupada porque ya se realizaron dos tratamientos con
internación, de cuatro años cada uno. El primero, cuando la paciente tenía 24
años, recibiendo demasiada medicación, no logrando resultados “más que tenerla
dopada y dejarla tonta con los electroshocks”. Sólo sabe, por comentarios, que
en aquél momento la paciente sufrió “ataques de agresión” que motivaron la
internación. La clínica, situada en una pequeña ciudad en el interior de país,
solicitó a la familia la externación pues ocasionaba situaciones que
desbordaban la posibilidad de cuidado institucional: “si no la tenían
totalmente descendida, se escapaba, ocasionaba disturbios callejeros en donde
tenía que intervenir la policía para regresarla a la clínica”
Entre
los 28 y 36 años, la paciente vivió en la casa de campo de la familia, asistida
por enfermeras que también atendían a su madre, que “sufría de melancolía”
luego de la muerte de su esposo (padre de la paciente).
La
segunda internación se realiza luego de la muerte de la madre, estando
nuevamente en una clínica durante 4 años. También esta última clínica suspende
la internación y a partir de allí la paciente vive en la casa de familia de su
hermana melliza, desde hace dos años. Los episodios de alcoholismo y agresión
van en aumento hasta la situación por la cual se consulta.
La paciente había sido diagnosticada como
oligofrénica desde su nacimiento. (Durante las entrevistas familiares se
observó el lugar de mito familiar que este diagnóstico ocupa, así como también
que la hermana consultante es la menor de las mujeres y la única que tiene un
matrimonio exogámico).
Acepto
el pedido de consulta y acuerdo en visitar a la paciente en su domicilio.
Antecedentes
Mencionaré
algunos antecedentes que permitirán orientarse respecto en la construcción del
relato clínico.
El
matrimonio de sus padres
(primos hermanos entre sí) resulta de relaciones de conveniencia entre dos
herederos de terratenientes (hermanos entre sí) decididos a aumentar sus
dominios.
La
madre
se dedica a “tener todos los hijos que Dios manda” durante un período
alternativo de dieciséis años, entre los 20 y los 36 años.
La
paciente nace en el séptimo parto de la madre que resulta ser doble: nacen dos
hijas mellizas —no gemelas—. Ella ocupa el lugar de octava hija. Ya habían
nacido tres varones y tres mujeres en un intervalo de ocho años y nacerán ocho
hijos más en seis partos. Se produjeron nuevamente dos partos dobles.
El
padre,
dueño de la única óptica del pueblo, destacado por una figura de carácter
severo, fue quien dijo, presenciando el nacimiento junto con “la mamama”
(gobernanta), que “era oligofrénica pues su melliza, al nacer primero, le pateó
la cabeza”. Según el armado del mito familiar esta es la causa por la cual el
padre dispone que sea criada aparte: en un altillo que ocupaba el cuarto piso
de la casa de campo, entre “sus criadas”, encargando del cuidado de la “niña
oligofrénica” a la “mamama”. El padre y la “mamama” en un acto de complicidad,
le dicen a la madre “que nació muerta”. De este modo, tanto la madre, la
paciente y sus hermanos desconocen su origen y filiación por muchos años.
En
el transcurso de la vida familiar campesina compuesta por padre, madre, 15
hijos, “la mamama” y “sus criadas” resulta que todos menos una mujer -la
hermana consultante—, se casan entre familiares, aumentando así el dominio
sobre las tierras en que viven y que llevan sus nombres.
El primer desencadenamiento fue a los 24 años,
después de un parto de un hijo engendrado, posiblemente, por alguno de los dos
hermanos mayores. El mencionado altillo era el lugar de desahogo sexual de los
varones, que visitaban alternativamente a distintas “criadas”. Así, sin
saberlo, toman sexualmente a su hermana, denominada por ellos “la beba
traviesa”. La “mamama” oculta el embarazo, pero al producirse el parto llama a
la madre y le revela el secreto. Esta decide ocultar el acontecimiento a su
esposo e interviene llevándose al recién nacido, “de quien no se habla ni se
sabe nada más”. Pide colaboración y complicidad al hijo mayor, quien la
acompaña hasta una terminal de ómnibus de un pueblo vecino. Cuando el hijo
mayor regresa a la casa, desesperado, relata el hecho a los dos hermanos que le
siguen en edad. A partir de allí “el óptico” sufre de tartamudez, el segundo se
suicida y el tercero, al cabo de poco tiempo, se va al exterior del país por
motivos de estudio. Se guarda el pacto de silencio entre el hijo mayor y la
madre. La paciente, cercenada de su hijo, queda acunando a un bebé que no
estaba y ante la insistencia de la “mamama” que trataba de convercerla de la
ausencia, tiene una crisis en donde intenta estrangularla, además de romper
todo lo que estaba a su alcance afirmando la presencia del bebé. Según relato
del hermano mayor, en entrevistas familiares, en donde por primera vez da a
conocer su secreto, la madre decide internarla en una clínica psiquiátrica de
un pueblo lejano “para que el padre no se asustara por la hija loca”.
Luego de cuatro años, tras su externación, es incluida
en la familia, nuevamente como “criada”, debiéndose encargar de “acompañar a la
señora” (su madre) que luego del fallecimiento del esposo “había entrado en un
cuadro de melancolía y se quería matar” (relato familiar). En los hechos, la
familia había contratado enfermeras para la madre que también asistían a esta
“criada”.
Durante
el primer tiempo del tratamiento, lo único que dice la paciente respecto del
incidente es: “el bebé se lo llevó ella, la gran mujer, porque ella es la única
madre de las madres”.
Un
segundo desencadenamiento que motivó otra internación ocurre a los 36
años, luego de la muerte de la madre. Los parientes refieren que “la criada se
volvió absolutamente hostil, se encerraba en el altillo y gritaba todo el día,
no dormía, golpeaba a la “mamama”. Luego de cuatro años de internación en la
clínica ya conocida, comienzan fugas reiteradas en las cuales la detiene la
policía por ebriedad y vagabundismo. La institución decide suspender la
internación.
Durante
el primer tiempo del tratamiento, sobre estos episodios, la paciente refiere:
“ella me dice que sigue viviendo si le doy los bebés, los hago de leche con
whisky y los nombres”.
Una
de las hijas de la familia —su hermana melliza—, quien se había trasladado a la
ciudad, decide encargarse de “la criada enferma” como acto de caridad. En poco
tiempo, la convivencia se hace imposible pues la paciente se alcoholiza
demasiado. Yace en cama descuidándose totalmente. Es en este tiempo donde se
decide la consulta.
Un
tercer desencadenamiento sucede luego del segundo tiempo de análisis y
motiva el inicio del tercer tiempo. El punto de desencadenamiento lo ubico en
un accidente cuya resolución es un pasaje al acto en lo real, luego de ser
nombrada como “madre” por la familia.
Se
resignifica una serie en los desencadenamientos, teniendo como eje la aparición
de la madre:
1. como Un-Padre en lo real, con
el cercenamiento del hijo,
2. por ausencia (muerte),
3. en ella, nombrada por la
familiar: “sos una madre”.
El
trabajo con la paciente se desarrolla durante un lapso de 19 años. En el
tratamiento se pueden distinguir cuatro tiempos que muestran un proceso cuyo
ordenamiento va desde la ficción del delirio, hasta la fijación de goce, y la
invención de un destino.
El
lugar del analista en el tratamiento con pacientes psicóticos ocupa la plaza de
testigo, secretario, destinatario y garante en forma alternante o conjunta,
indicaré en cada tiempo la función más relevante.
Primer
tiempo: El analista como
testigo y secretario
El
efecto del tratamiento está en relación con una iniciación de la subjetivación
y un principio de atemperamiento del goce. La variación de la posición
subjetiva varía desde un mutismo inicial, hasta la producción de un orden
delirante, para culminar creando un estilo de negociación con la voz
alucinatoria.
Del
mutismo al nombre:
Cuando inicia el tratamiento la paciente llevaba seis meses de mutismo y yacía
en cama. Sabemos que la falta de significante se traduce en un exceso de goce
en lo real que puede imponerse como inercia, falta de subjetivación y mutismo.
Estas son algunas de las figuras primarias del goce que la clínica psiquiátrica
suele denominar como depresión psicótica. El mutismo es una figura que muestra
la petrificación ante un Otro que ordena el goce.
Orienté
mis maniobras en el sentido de funcionar como límite al goce del Otro,
ofreciéndome como significante a quien dirigirse, habilitando un lugar
suponiendo sobre ella un sujeto parlante, aunque no hable. Primero oferté mi
presencia al lado de su cama, — durante tres meses la visité en su habitación
domiciliaria, todos los días—, oferta respecto de la cual no retrocedí frente a
una sucesión de acciones de la paciente cuyo objetivo era hacer consistir a
Otro absoluto que la rechazara, la recluyera o la manipulara. Al principio
parecía no registrar mi presencia, ni mi voz, ni mis movimientos. Decidida a
asistirla, comencé a prolongar mi estadía: la maniobra consistía en saludarla,
decirle mi nombre y mi profesión, quedarme en silencio prolongado hasta
marcharme saludándola nuevamente con un reiterado “hasta mañana”. Al cabo de
diez días comencé a registrar algunos efectos: ante mi presencia se cubre
totalmente la cabeza con la sábana, movimiento que luego de varios días se
convierte en un estilo de fort-da: se cubre, se descubre, me espía, y se vuelve
a cubrir, repitiendo la serie hasta que yo decidía irme para no infinitizar la
secuencia. Al cabo de algunas semanas esta actividad se complejiza: al
registrar que yo no me despedía rápidamente, sino que permanecía allí en
silencio, comenzó a intercalar dos tipos de actividades: levantarse y llevarse
por delante —en forma violenta— objetos que caían cerca de mío, o directamente
me empujaba con su cuerpo como si me chocara o me llevara por delante,
quedándose pegada en un cuerpo a cuerpo intimidante, pero no violento. Mi
intervención posible fue decir “NO”, separarla de mí con tranquilidad, luego de
lo cual me retiraba con el saludo acostumbrado. Las distintas alternativas de
intervenciones que inventé, calculadamente o no, pusieron en evidencia un lugar
para el analista frente al psicótico: su implicancia forzosa. Maniobré con una
alternancia de intervenciones entre un silencio testigo y un apuntalamiento del
límite, intervención que conjuga presencia, silencio, mirada y una palabra
límite. Un día cambió la escena quedándose parada frente a mí con adecuada
distancia, jugando a “ponerme y quitarme la mirada”. Me despedí diciéndole:
“mañana la espero en mi consultorio”.
La
intención de las intervenciones era negativizar el exceso de goce haciendo de
prótesis a la prohibición faltante, ya sea alojando su mutismo y escandiéndolo
con los saludos y el corte de la visita —sesión—, interrumpiendo una acción
hostil, dando indicaciones respecto de la higiene, sacando las botellas de
whisky de su habitación en un movimiento marcado de “una por una”.
La
posición del analista vacilará entre el silencio de abstención cada vez que es
solicitado como el Otro primordial que tiene todas las respuestas y el
significante Ideal que funcionará como elemento simbólico que, a falta de ley
paterna, puede construir una barrera al goce: “se apuntala así la posición del
propio sujeto que no tiene más solución que tomar él mismo a su cargo la
regulación del goce” (C. Soler).
Durante tres meses más, la paciente concurría al
consultorio repitiendo las escenas, principalmente dos: la de llevarme por
delante y quedarse pegada cuerpo a cuerpo, y la de quedarse parada frente a mí
jugando con la mirada. Persistía su mutismo. Cuando decidía el corte de sesión,
no se iba; debía salir yo del consultorio y entonces me seguía hasta el hall,
en donde la esperaba la hermana que solicitó su tratamiento y que se encargaba
de trasladarla, con quien solo nos saludábamos. Un día, más allá de los
gentiles saludos, me encontré preguntándole: ¿su hermana es sorda?
Fue así como una intervención no calculada —en el
sentido de indagar sobre una posible sordera—, trae como consecuencia la
mediación de un audífono, efecto en lo real de la posición de analista: “hay
alguien que quiere escuchar” que funcionó “a modo de enunciado de la regla
fundamental analítica”. El correlato fue una primera articulación significante:
la paciente se presenta diciendo “soy la señora bebé”, S1 que atravesará todas
las alternativas del tratamiento como enunciación inconmovible, punto de
detenimiento frente a la infinitización y a la dispersión de goce. A partir de
este punto se organizará su mundo, funcionando como operador que permite todas
las transmutaciones de posibles significaciones y como punto que efectivamente
domina el goce.
Producción del orden delirante:
Luego de un período en donde la única frase era “soy la señora bebé”, nombre
que escribe todas las veces que puede como “Bv”, comienza un desarrollo
articulando distintas significaciones: como nombre (Bv), niño (bebé), beber
(bebe!), ir (ve!-voy) y ver (ve!-veo). Del decir de la paciente, pobre y
delirante, con musitaciones que no se entienden, se destacan las siguientes
frases repetitivas: “ ella, la voz de las madres de las madres…ella me dice sos
la señora bebé y yo lo soy… la hago ser todo entera ella todo llena…me pide que
la recorra y la tome, que la beba, que la coja y está viva… ella me dice bebe y
más bebés… me termino la botella y nace un bebé… ella en mí sigue teniendo los
bebés de Dios… ella me dice ‘ve’ y yo voy-voy, veo-veo, bebiendo-bebiendo… yo
se los doy a ella, yo soy su esposa, su esposo, sus hijos todos, sus hijas
todas”. Metonimia que aparentemente sin detención, está al servicio de un único
objetivo o misión: darle a la voz de la madre todos los hijos según un complejo
circuito en lo real cuya lógica enmarca el empuje-a-la-mujer. Sale de recorrida
por distintos pueblos con un único equipaje, un bolso que tiene inscripto a
forma de logo el apellido paterno, y que contiene un “equipo de mate”. Se
embriaga en bares que llevan por nombre los apellidos de hermanos políticos de
la madre y de ella (o se sitúan en estaciones ferroviarias o en calles que
llevan estos nombres). Restituye el Nombre-del-Padre faltante en su estructura
no por casualidad en estos nombres, produciendo la articulación a la hermandad
política, dando cuenta así del punto de desencadenamiento. Vemos que frente a
la infinitización del goce, la paciente busca ponerle nombres, lugares,
tratando de relocalizar el goce mediante los nombres de lugares. Es una
topóloga sin saberlo.
Este
significante holofraseado, cuya escritura es “Bv”, neologizado, no será el que
representa a un sujeto ante otro significante, sino que viene en el lugar del
objeto teniendo su misma consistencia. Funcionará como objeto capaz de
satisfacer el deseo no elidido de la madre. Por ello la profunda distorsión
pulsional, porque existe un objeto que es un significante capaz de responder a
la demanda materna: “bebé”, y que a su vez funciona como punto de detención de
la metonimia del delirio. Es un objeto que no causa el deseo, no hay fantasma
sino goce. Si es el objeto del goce del Otro, hay relación sexual como dice la
paciente, o sea, ha creado la existencia de La Mujer.
Bv pone todo su cuerpo en juego para encarnar la
multivocidad del significante, apasionándose para que las distintas significaciones
coexistan en simultaneidad como si lograra una consistencia real. En la
producción delirante hay un juego permanente en donde los significantes se
igualan a los significados, los nombres propios se rebajan a comunes, los
nombres de lugares se vuelven signos, y la paciente articula plenamente con
consistencia real lo que dice escuchar. Las distintas significaciones
permanecen irreductibles, no remiten más que a sí mismas. Bv funciona como
“palabra clave”, cumpliendo con una función de especie de plomada en lo real
del discurso y, todas sus entonaciones y articulaciones ocupan el lugar del
“estribillo”, con su característica insistencia estereotipada.
No
se produce la definición significante, en tanto representante de un sujeto para
otro significante, sino que esta articulación está obturada por el registro de
lo real y por consiguiente circula en la realidad. Así, ella es la Señora Bv en tanto un
bebé la hizo existir para la madre, como el Nombre-del-Padre circula como
“logo” pegado a un bolso, o los nombres de familia son carteles. Ha fracasado
la operación -1, y Bv nos muestra su trabajo de remiendo. “Soy la Señora Bv” funciona como
metáfora delirante.
Cabe
señalar que Bv también señala el lugar de goce del padre óptico, hacedor de
muchos bebés, constructor de artefactos que posibilitan la visión, que la vio
nacer, la nombró oligofrénica y la excluyó en forma imperativa de la familia.
Si
el Nombre-del-Padre es aquello que, en tanto que saber, va a designar al sujeto
donde se encuentra el lugar del goce en tanto que prohibido, en nuestra
paciente no funciona. Como consecuencia, ella intenta localizar en una
superficie un cierto número de puntos que operan como lugares posibles para el
goce. Muestran una historia, son lugares-nombres (carteles) que aluden a los
hermanos políticos: “esos que no son hombres sino nombres marcas que no
marcan”, según su decir.
La teoría respecto de “hacer bebés para la madre”
representa su saber (S2). Es respecto de este saber que su significante del
nombre propio viene a representarse. No ha operado la prohibición fundamental,
el “no con tu madre” y por consiguiente no se efectiviza la inscripción
simbólica del Nombre-del-Padre. La verdad deviene en producto del “saber
hacer”. Bv queda encarnando el deseo sin ley del capricho materno, faltando la
instancia que normalice este deseo. El goce del Otro es posible y la paciente
se encarga de hacer existir al Otro aportándole el objeto para el goce, entrega
su cuerpo para hacer consistir al Otro como absoluto. Encarna el mito familiar:
“las mujeres tienen los hijos de Dios”, la castración no le importa. Su
metáfora delirante nos muestra que “la mujer de la cual se trata es otro nombre
de Dios, la gran Eva, madre de todos los seres vivientes” (Lacan, El síntoma).
Ofrece su cuerpo al mito de Eva y salta la barra entre significante y
significado.
“Las
pulsiones son el eco, en el cuerpo, del hecho de que hay un decir” (Lacan, El
síntoma) y nuestra paciente lo muestra. Sorda total de un oído, y parcial
del otro, “bebe” al compás de la voz de su madre. Hija rechazada de padre
“óptico” engancha su pulsión en lo escópico del “ve-ve-vea-vea”. Da a luz un
hijo incestuoso que nunca vuelve a ver pero “beb(v)iendo” logra tener “todos
los hijos”. Arma un cuerpo materno que contiene todas las tierras y lo recorre
de orgasmo en orgasmo. Ella ofrece su cuerpo a la madre. La madre reintegra su
producto. Y mientras tanto, camina con el nombre del padre de la mano. ¡Vaya
tour pulsional!
La
ficción del delirio opera como construcción de un simbólico suplente que
permitirá que el goce en exceso encuentre una significación suplente. Donde el
Nombre-del-Padre está forcluido y no promueve a la significación fálica,
aparece una significación de suplencia: “soy la Señora Bv”. Esta
restauración le posibilita volver a deslizarse bajo el significante:
“encuentro”, “tyché”, que viene a corregir la pérdida desencadenante
funcionando como tentativa de curación.
Un
estilo de negociación con la voz alucinatoria: La paciente decide tomar clases
de moldeado en cerámica. No saldrá de recorridas, se quedará modelando muñecos
al compás de la voz, hecho que acota el alcoholismo.
En
este período no se referirá al decir de la voz, sino a lo que ella le dice a la
voz: “así te puedo dar muchos más, los podemos tocar, no hace falta que se
cojan en la leche con whisky, los hago con mis manos”. Gestión que funciona
como una reparación del lapsus del nudo, cruce de lo real y lo simbólico,
verdadera dimensión “artesanal”. Se trata de una construcción que conjuga un
objeto en lo real dividiendo al significante del objeto. “Savoir-faire” con el
objeto, pudiendo ocupar el lugar de condensador de goce, movimiento que fija la
metáfora delirante, reduce los delirios y reordena lo imaginario. Operación
real sobre lo real del goce no apresado en las redes del significante, creando
un objeto nuevo en el que se deposita un goce que de este modo se transforma
hasta volverse estético. Se trata de un “bien-inventar” que muestra que la
forclusión es susceptible de ser compensada en sus efectos con formas que no se
reducen exclusivamente a la elaboración delirante. En su dominio plástico la
paciente se afana en liberarse de toda la inercia que le impone el goce del
Otro. Intenta lograr una letra plástica que fija una parte de su goce. De este
modo, de ser un psicótico mártir del inconsciente pasa a ser un psicótico
trabajador.
La
familia habla:
Desde que la paciente comienza a hablar y a salir, la familia atraviesa un
período de intensa preocupación. Me llaman diferentes miembros y me solicitan
continuamente, lo cual trato de acotar señalando un horario por semana para que
pudieran concurrir a mi consultorio “los que necesitan hablar”. Durante casi
tres años concurren cumpliendo con la consigna: “hablar”. El tema principal es
la historia familiar, tema que convocó al hermano mayor a relatar el secreto
respecto de la paciente conmoviendo a todos. Ese fue un momento particular en
la rearticulación de la novela familiar.
Suspensión
del acotamiento químico:
desde el inicio del tratamiento se realizaron controles farmacológicos,
logrando suspender totalmente la medicación luego de dos años.
Horarios
y honorarios:
la paciente concurre a la cita señalada, con una frecuencia mínima diaria. A
veces ha sido citada dos o tres veces en un día. Respecto de los honorarios, se
pacta con la familia un monto mensual equivalente a 8 sesiones por semana. El
pago se realiza en las entrevistas familiares.
Este
primer tiempo del tratamiento se suspende por pedido de la paciente luego de
cuatro años de trabajo. Aludía “no tener nada más para hablar”. Acepto la
propuesta y le oferto “estar ahí si en algún otro momento quiere hablar”.
Segundo
tiempo: El analista como
destinatario
Luego
de una interrupción de seis meses, Bv decide reiniciar sus sesiones, marcando
una diferencia respecto al período anterior: “vengo porque quiero hablar de
algunas cosas, decirle algunas cosas que están en mi cabeza, vengo por mi
cuenta, y pagaré yo las cuentas, no quiero que venga mi familia, Usted es mi
analista”. Acepto el pedido.
Sus
temas giran en torno a:
Nuevas
formas de “hacer bebés”:
la paciente relata su trabajo en escultura con diferentes técnicas y
materiales, pasando de moldear barro a esculpir piedra, de muñecos a cabezas.
Se trata de nuevas formalizaciones para llevar adelante el objetivo de darle a
la madre “todos los hijos de Dios”.
La voz: relata minuciosamente los
cambios de entonación de la voz, “me habla tranquila”, “no grita ni me
insulta”, “es suave y de tono grave”, “me acompaña siempre sin molestar”. La
voz ha perdido el carácter mortificante pasando a ser una voz acompañante.
Sus
derechos sucesorios:
la paciente se integra en reuniones de familia en donde tratan temas respecto
de inversiones del capital heredado. Entiende rápidamente que ella es la
principal capitalista pues ha recibido un plus donado por su madre. Estas
reuniones le resultan inquietantes, no obstante concurre sistemáticamente,
aportando humor e ironía. Reclama por sus derechos respecto del rendimiento del
capital personal que usa la sociedad familiar: “yo sé que me usan, pero que me
lo digan, quiero saber en cuánto me usan”. Solicita a la sucesión una suma
mensual. Esta gestión revela otro intento de ubicar una medida para el goce.
La
decisión de vivir sola:
trabaja durante muchas sesiones elaborando la decisión de comprarse una casa
propia e ir a vivir sola. Sabe que es poseedora del dinero suficiente para
hacerlo y pagar a una empleada doméstica. Se opone a que algún miembro de la
familia se ocupe del asunto. Decide elegir ella su casa propia, recorriendo
inmobiliarias y visitando distintos inmuebles. Se resuelve: “quiero una
propiedad en la calle liberación”. Pragmáticamente todo se desenvuelve sin
dificultad siendo capaz de asumir la responsabilidad de llevar adelante una
casa.
Las empleadas: al tiempo
de contratar empleadas comienzan ideas persecutorias, motivo por el cual debe
renovarlas. Refiere: “son confianzudas, se aprovechan, se complotan con mi
familia para envenenarme la comida”, motivo por el cual justifica sus
agresiones (verbales). Me solicita que yo mantenga algunas entrevistas con una
última empleada que ha contratado, “para que le diga cómo tratarla”. Acepto,
ofreciendo algunas pautas por las cuales la empleada no quede enredada en una
relación especular.
El
juicio por insanía:
los familiares le comentan que debe concurrir a los tribunales para que un
médico la revise y vea su estado de salud. De su relato se desprende que ha
comprendido enteramente que se trata de un juicio de insanía. Solicita
asesoramiento a una abogada que ha conocido en el taller de escultura. Pasa el
examen psiquiátrico sin problemas y la solicitud de insanía queda anulada.
Comenta: “creen que tengo la cabeza vacía pero yo se como hacer para que no se
noten los agujeros”.
Trabajo en un hospital de niños:
la paciente decide trabajar como voluntaria en un hospital de niños en una zona
marginal suburbana. Se aplica en la sala de esterilizaciones. “Son pobres
niños, niños pobres…me pone muy nerviosa estar con ellos, por eso pedí trabajar
en el sector de esterilidad, manejo el autoclave”.
Un
hombre:
se trata del encuentro con un hombre, albañil que ha conocido pasando por una
construcción. Ella lo llama “el peón”. Toda la relación consiste en pasar
delante de él y saludarlo. El hombre le solicita un encuentro que ella acepta,
pero frente a los requerimientos afectivo-sexuales ella lo aleja diciendo: “no
puedo porque soy casada, soy la
Señora Bv”. Advierte que la ocasión la desestabiliza: “me
puse muy nerviosa, tenía ganas de salir corriendo o de golpearlo y cortarle las
partes…yo no puedo con los hombres”.
Los
dueños de galerías de arte: la profesora de escultura le organiza exposiciones
de sus producciones en galerías de arte. Los problemas manifiestos y que le
ocupan mucho tiempo de trabajo en sus sesiones son dos: no poder elegir algunas
piezas, sino querer llevarlas todas y no querer venderlas (siempre discute por
el precio, que siempre le parece bajo). Refiere: “yo quiero mostrar lo que
hago, es para mirar, las cabezas ya tienen dueño, yo no quiero venderlas, son de
ella”.
El
pago de honorarios:
Se pacta el pago por sesión y ella se responsabiliza de efectivizarlo. Durante
un período prolongado paga la suma acordada con la unidad mínima monetaria,
contando uno por uno los billetes. Este período es coincidente con los momentos
en donde trabaja las temáticas relativa al “uso que hacen de ella”. Cuando
logra poner medida a las sumas de dinero invertidas y a la rentabilidad mensual
de las mismas, realiza el pago con billetes de mayor unidad monetaria.
Amor
de transferencia:
en la última sesión refiere: “quizás puede que yo la quiera un poco, llevamos
nueve años juntas y Ud. sabe todo de mí”, siendo esta manifestación la primera
suposición sobre el amor en dirección al analista.
En este período organiza su vida distribuyendo sus
tiempos entre actividades en el taller de escultura y el trabajo en el
“hospital de niños” (llamado así por ella, pues se trata de una sala pediátrica
en un hospital general de una zona carenciada de provincia).
No
se alcoholiza ni fuma. La oralidad en juego se traslada a un hablar en demasía,
a veces. A los cuatro años de tratamiento en este segundo tiempo insiste
nuevamente respecto a “no tener más nada de que hablar”. Y, nuevamente acepto
su propuesta acompañada del ofrecimiento anterior: “si alguna vez quiere hablar
algo, yo estaré aquí”.
Nuevamenterepite
la suspensión del análisis al cuarto año, sabemos que el cuarto piso, y las
secuencias de cuatros años son significativas en la vida de esta paciente.
¿Habrá algún sentido oculto cifrado? ¿Se trata de una forma del automatismo
mental? Posiblemente ambas cosas.
Tercer
tiempo: el analista como garante. Erotomanía de transferencia mediatizada
Se
inicio después de 18 meses de interrupción y luego de un accidente: es
atropellada por un auto manejado por un sacerdote, —un padre—. Días antes la
paciente interviene en auxilio de un sobrino llevando adelante una gestión que
posibilita al joven “salvar la visión”. En agradecimiento él le dirá: “sos una
madre”, frase a la cual hacen eco todos los familiares en una gran celebración,
coincidente con el día anterior de su cumpleaños que nunca había festejado (“El
24 de diciembre es solo para el niño Dios”). A la mañana siguiente de la cena
realizada con el motivo de festejar su “comportamiento maternal” respecto del
sobrino, cruza sin mirar una avenida de tránsito rápido. Un auto conducido por
un sacerdote la atropella. Sitúo en el accidente un equivalente a un
desencadenamiento cuya resolución es un pasaje al acto en lo real.
Desde
el primer momento de internación solicita mi presencia, produciendo una
fórmula: “Amelia donde está soy la
Señora Bv”. Cuando se recupera deja esta fórmula reiteradas
veces en el constestador telefónico, mensajes que no respondo por encontrarme
de viaje. Esta ausencia inesperada abre lugar a una hiancia suplida por la
recurrencia al contestador, al estilo de un fort-da en lo real. Cuando se
inician las sesiones aparecen en el mismo retiradas series de siete llamados,
todos sin mensaje menos el último, en donde enuncia la fórmula mencionada. Su
referencia en las sesiones es. “la llamo muchas veces todos los días para
escuchar su voz, a cualquier hora”. La voz alucinatoria ha desaparecido (uno de
los temas que es de interés para ella), está la voz en el contestador. Podemos
encontrar en esta operatoria una vertiente de la erotomanía de transferencia.
Llamados que ni se responden ni se interpretan, no respuesta que funciona como
maniobra interdictora de goce sosteniendo la dirección erotómana
asintóticamente sin su consumación, evitando la posible derivación en una
psicosis pasional.
El enunciado repetido puede leerse como un modo posible
—en las psicosis— del significante de la transferencia que marcaría la
dirección del “soy la Sra. Bv
(S1) al sujeto (supuesto) saber: “Amelia donde está” como relevo del SSS.
El
saber en las psicosis corresponderá a un sujeto forcluido a ese exterior que es
el campo del Otro, desde el momento mismo en que se propone como objeto. Habrá
un saber que es goce y hay un sujeto de ese saber. Lo que no habrá a diferencia
del neurótico es el supuesto afectando al saber como al sujeto en la relación
transferencial. Es en este tiempo donde la paciente realiza un armado de teoría
respecto de lo que le sucede: “yo tengo un agujerito en la cabeza donde a mí se
me escapan las cosas, hay cosas que no puedo entender... yo lo que tengo que
aprender para que mis hermanos no me internen es a calcular cosas, entonces yo
pienso y cuando pienso calculo, calculando invento algo en la cabeza… Los demás
hablan de cosas que yo no puedo, cosas del dolor, del amor y del miedo… es como
si no conociera algún color y tengo ese problema con la vista, capaz que
reconociendo los demás que veo puedo… tengo que hacer como los que juegan al
tenis sin ver la pelota, la calculan”. Sobre este texto podemos considerar:
Su
perplejidad ante la cuestión del amor: cuestión enlazada en tanto
cosas que no puede entender, al miedo y al dolor, tratándose de la traducción
directa de la definición estructural de confrontación con la ausencia del
significante, perplejidad de la cual sale con la idea del cálculo.
Parafraseando a Freud: el rasgo decisivo del diagnóstico del amor en las
psicosis no se inicia desde la percepción propia del sentimiento del amor sino
por la percepción venida del exterior de que se es amado, o sea, “son los otros
los que aman”: lo que ha sido abolido adentro retorna desde afuera.
La
imputación al Otro:
su expresión máxima la encontramos en el siguiente comentario respecto del
accidente que ella ocasiona al cruzar por mitad de cuadra y con semáforo
abierto al tránsito. “El padre me llevó por delante” (“el inconsciente está
ahí, a cielo abierto, pero no funciona”).
Saber sobre su estructura: La
paciente refiere “un agujerito por donde se le escapan cosas” o en donde “no se
pueden enganchar cosas”. Sabe que si este agujero se le nota la internarán en
un lugar de locos y también sabe que intentando una operación con las ideas
puede calcular algo que haga suplencia a lo que le falta.
La transferencia: de la erotomanía a la paranoización.
En este tiempo se desarrolla en forma muy productiva la transferencia. El
trabajo de la erotomanía de transferencia ha sido la ocasión para la producción
de una suplencia de la forclusión del Nombre-del-Padre que le permite a la
paciente el acceso a una estabilización posible. Esta tentativa, no solo va a
permitir que se mantenga en el orden de la letra, sino apostar hasta donde
pueda en el orden del significante. Se produce un viraje desde la respuesta
alucinatoria en lo real —objeto voz—, que se articula en el lugar de la
pregunta imposible de formular —quién soy yo?—, a la respuesta en lo real
—objeto contestador— mediando una articulación significante: “Amelia donde
está? Se trata de un ‘como sí de pregunta’, (que no altera la certeza),
suplencia de demanda, de lazo social. El objeto “constestador”, objeto
desgajado de la analista, ha funcionado como condensador de goce, en la misma
línea que la construcción de muñecos. Ha operado una transferencia de goce, o
sea, la transferencia ha “maniobrado”, y es desde este lugar como entiendo en
concepto de “maniobra de transferencia”. No retroceder en tanto que analista,
me lleva a un lugar de garante de su saber sobre el goce del Otro y su posición
de objeto correlativa. Transferencia de los fondos de goce que le permite
mantenerse en el orden imposible del fuera-de-discurso mediante el artificio de
esta suplencia del lazo social que es la transferencia, para construir así un
semblante de discurso, en el lugar del supuesto que falta. Se ha producido la
“maniobra de transferencia”, que en mi experiencia, es el efecto de la posición
del analista que posibilita la transferencia en términos de goce, una pasaje de
ser absolutamente un sujeto de goce a ser un sujeto acotado por el
significante. Maniobra que produce como efecto una discreta paranoización bajo
transferencia. Considero que el dispositivo analítico ha permitido, en el
trabajo de esta paciente, una paranoización de la esquizofrenia, posibilitando
en ella la dimensión de “destino”.
Sobre
la demanda de análisis:
El trabajo con esta paciente me ha llevado a compartir enteramente una
propuesta de Michel Silvestre que transcribo: “La demanda de análisis de un
psicótico proviene directamente de la forclusión, el punto de partida es una
significación en suspenso, que podría ser una significación que amenaza y por
ello amenazante. Esa significación en suspenso es la que en el psicótico hace
síntoma. Es incluso por este defecto de significación, este circuito
interrumpido, como el psicótico puede quejarse de estar separado, desgajado de
la palabra, al punto de sentirse amenazado de mutismo. La función de la palabra
se le escapa y lo liga enteramente a un campo de lenguaje sin hitos, sin
límites, donde puede perderse. Y su demanda inicial puede asumir la forma de no
estar separado, desgajado de la palabra, al punto de sentirse amenazado de
mutismo. La función de la palabra se le escapa y lo liga enteramente a un campo
de lenguaje sin hitos, sin límites, donde puede perderse. En este sentido, el
psicótico puede suponerle al analista, un saber-hacer con la palabra. Es en
este momento de indecisión del sujeto cuando un analista puede ofrecer el
relevo del sujeto supuesto”.
Cuarto
tiempo: El testimonio del
sujeto
La paciente regresa de un viaje durante seis meses por
Europa, en ocasión de exponer sus esculturas en diversas galerías de arte.
En este tiempo no ha sido fácil sostener la
transferencia, “el no retroceder frente a las psicosis” toma una dimensión
difícil de soportar. Compruebo propiamente el lugar de “soporte” que la
transferencia, implícita en el dispositivo analítico, posibilita.
Señalaré
la lógica de este tiempo en los siguientes puntos:
La
división del sujeto:
Bv concurre a sesión padeciendo graves trastornos en su motricidad que le
dificultan la marcha y todo tipo de movimientos voluntarios. Su relato: “anoche
se me cayó el cuerpo, debe haber un cortocircuito entre la cabeza y el cuerpo,
no lo puedo manejar, la mente le dice una cosa y él hace otra, ahora toda la
locura está en el cuerpo”. Indico una consulta neurológica y la resonancia
magnética detecta un meningioma detrás del rodete posterior del cuerpo calloso.
Se resuelve una descompresión quirúrgica. Dejo interrogantes en suspenso: ¿al
no haberse producido el sacrificio simbólico, sólo la vida real podría saldar
la cuenta? ¿Qué lugar ocupará en la cont-a-bilidad del goce? ¿El mito familiar
respecto del dicho paterno sobre “la patada en la cabeza” parece volver desde
lo real del cuerpo?
Una
referencia :
No se trataba de una fecha cualquiera. Era 24 de diciembre, aniversario de su
nacimiento. Cinco años atrás fue tomada por el Otro hasta una dimensión que la
lleva al pasaje al acto. En este momento, un meningioma la referencia, le hace
referencia o queda como referencia en el cuerpo?
Apelación
al analista:
La paciente solicita mi visita durante el período de internación prequirúrgico.
De su relato recorto: “Ud. debe escucharme, Ud. tiene la obligación de
escucharme, si Ud. está aquí yo puedo hablar y necesito hablar”. Solicita mi
escucha para referir sus comentarios respecto a las manipulaciones del
dispositivo médico que, más allá de incómodas, le resultan altamente
paranoizantes y lo detecta: “Yo sé que los debo dejar trabajar, pero me enojo
demasiado, me hacen lo que se les canta, se creen que soy un muñeco, un bebé
mal hecho. Yo los dejo pero cuando me canso me hago la loca y los asusto,
grito, tiro todo y me divierto… me ponen loca, la cabeza no funciona o funciona
muy mal, el cálculo me falla, me salgo de cálculo o no entro bien en el cálculo
y es en esos momentos que sin pensar rompo todo (lo que implica arrancarse del
cuerpo todo tipo de artificio médico de control: sondas, electrodos, etc.).
Luego, cuando puedo volver a pensar paro, me doy cuenta, un horror, una nada,
un vació. Y después, repensándolo me río mucho, no sé si me divierto, qué
ironía!. Me van a agujerear la cabeza y yo los voy a dejar porque ahora lo que
no pueden tocar es mi otra cabeza. Mientras ellos van a trabajar para arreglar
la cabeza vieja no saben que yo ya tengo otra cabeza”.
Una
mañana recibo un llamado de urgencia procedente del sanatorio en donde se
encontraba internada, en donde una profesional me dice que la paciente repite
sin cesar: “Amelia donde está soy la Señora Bv”. La paciente había tenido un episodio
altamente agresivo atacando “con patadas” a los dos neurocirujanos tratantes,
que resultan ser un hombre y una mujer. Concurro y frente a mi presencia cede
la agitación psicomotriz. Dice muy alterada: “solo si Ud. está presente son
cirujanos, porque en sí son unos matasanos rompecabezas, ellos están de acuerdo
con mi familia en sacarme la cabeza, en dejarme sin cabeza”. Presto mi
presencia significante, sin articular palabra, la escucho, le doy lugar a “su
testimonio”. A su vez, la maniobra que intento es la de sostener la
operatividad necesaria de los neurocirujanos. Mi presencia la apacigua y decido
abstenerme de toda respuesta o comentario a sus “aparentes” preguntas. Estas
surgen del fondo mismo de la certeza. Esto permite que yo no quede entrampada
en una relación dual que hubiera desencadenado aún más al sujeto de goce. A
través de este episodio me convoca a la ética del acto analítico, la cual
debemos entender orientándonos en su estructura. El lugar del analista,
sostenido por mi presencia, ha “operado” una función de “testigo” que hace
límite a la invasión masiva del goce del Otro.
Producción de un testamento:
la noche anterior a la operación quirúrgica solicita mi presencia ante la cual
escribe “su testamento” -firmado Bv— y me lo entrega. Le digo: “quedará en el
consultorio”. También le solicita a dos enfermeras que se queden como
“testigos”. Escritura sobre la disposición de sus bienes, testimonio de un
sujeto en un acto simbólico que hace de barrera al goce.
Acto
quirúrgico-Acto analítico:
Me solicita, “esté de mi lado, conmigo, en la operación, todavía no me deje
sola, solo si Ud. está presente son cirujanos porque son matasanos matadores
rompecabezas”. ¿Convocará mi presencia como terceridad testigo que haga
suplencia? Dice con ironía: “Si vivo Ud. será mi testigo de nacimiento”. Acepto
acompañarla hasta que la anestesia realice su efecto. ¿Qué lectura realizar
respecto de la frase insistente ‘Amelia donde está soy la Señora Bv?
Fixión
de goce:
La operación ha sido efectiva, la descompresión ha sido posible. Me refiero
tanto a la cirugía como a su trabajo analítico. Ya recuperada, vuelve a
trabajar en su taller y mantiene sus sesiones diariamente. Le comunico que debo
ausentarme para viajar a Francia. Comenta con humor: “los bebés vienen de
París”. Seguidamente me muestra una nueva producción artística realizada en los
últimos días: una escultura en onix que representa cuatro cabezas humanas
encastradas en forma vertical. Las tres inferiores partidas, dando lugar al
engarce de la otra. La cuarta y superior, entera. ¿Será esta última la referida
por ella antes de la cirugía como “yo ya tengo otra cabeza”?
Al
retomar las sesiones le informo sobre la importancia de depositar el testamento
en una escribanía. Su único comentario: “que el testamento camine del consultorio
de B. (nombre de la calle en donde se encontraba el consultorio) a una
escribanía que Ud. conozca, de escritorio a escritorio”. Una vez más me muestra
como se sirve de los lugares de terceridad, más allá de que yo los haya
ofrecido calculadamente.
El
trabajo de Bv continúa cinco años, con sesiones de frecuencia irregular, lapso
que yo leo como “cuatro más uno”. Su vida transcurre saludablemente, se dedica
plenamente a la escultura en onix. Realiza y vende matrices de esculturas
varias. Expone casi permanentemente, siempre muestra la referida escultura
titulada “Analítica” sin ofrecerla a la venta. Sus relatos están referidos a su
actividad artística, a la producción y venta de obras, a la no-venta de
“Analítica”. Anuncia suspender sus “habladas” pues se irá de viaje y “por ahora
lo hablado hablado está”. La última vez que concurre a sesión, refiere: “no
tiene venta porque la pagué yo, es mi vida”.
Este
cuarto tiempo es un proceso de significantización mediante el cual Bv logra
elaborar y fijar una forma de goce aceptable para ella, forma que tiene que ver
con legislar sobre el goce del Otro armándose un destino a través de un
testamento y de una invención artística: “Analítica”.
Re-flexión
El trabajo de la paciente Bv me
deja la posibilidad de pensar sobre una experiencia: La “maniobra de
transferencia” tiene su punto pivote en “el no retroceder” respecto de la ética
del psicoanálisis. Si el analista se mantiene en ella, el dispositivo
posibilitará que se operen distintas funciones: testigo, secretario,
destinatario, garante (y quizás otras) que permiten “maniobrar la
transferencia” o sea, el trabajo de transferencia de los fondos de goce al
significante. Y, es desde este lugar, que sostengo “una dirección de la cura
posible para las psicosis”. Las sesiones con un analista posibilitan cesiones
de goce. Este trabajo de las psicosis de Bv, alojado en el dispositivo
analítico, me deja una enseñanza: si el analista no retrocede puede darse la
ocasión que un sujeto ofrecido al goce del Otro, puro desecho que espera en
silencio que alguien quiera acogerlo, literalmente abandonado por el
significante, pueda inventar un modo de goce por el rodeo de la maniobra de
transferencia, rodeo por el amor en su lógica misma: el cálculo, en un intento
de reglar lo posible del goce. Este intento lo matematizo como: $
// a
ANEXO
RECORTES
CLINICOS
Ofrecemos al lector una tabla en
donde se pueden correlacionar datos de quince pacientes psicóticos. Esta
muestra es parte de una población testigo de una investigación sobre
esquizofrenia, en donde se exigió, para la verificación diagnóstica, que en
todos los casos se presentara alucinación del objeto voz. Su valor para el
diagnóstico de esquizofrenia es superlativo tanto para el psicoanálisis como
para el DSM-IV.
La
tabla muestra la siguiente relación de elementos semiológicos: alucinación
verbal, desencadenamiento, alusión del significante rechazado y
neologismo.
Nota
al editor: organizar las tablas (ancho, largo) según convenga a la edición. Es
necesario cambiar el orden de las columnas, la segunda (desencadenamiento) debe
ir primero.
El
orden de las columnas debe ser: Nª, Desencadenamiento, Alucinación verbal,
Alusión del significante rechazado, Neologismo
Nº
|
AQUÍ
DEBE IR LA COLUMNA
“DESENCADENAMIENTO
PASARLA
|
ALUCINACIÓN
VERBAL
|
DESENCADENAMIENTO
|
ALUSIÖN
DEL SIGNIFICANTE RECHAZADO
|
NEOLOGISMO
|
1
|
salvapobre
cristocristo
|
El
día que cumple 23 años, según el paciente “equivalentes a los 33 de Cristo”,
se encierra en la iglesia “para festejar” y cuando estaba rezando “el padre
nuestro, en el momento que la oración dice “hágase tu voluntad, la voz de
Dios dijo: salvapobre cristocristo”, lo que interpreta como un llamado de
Dios a para ser el nuevo Cristo. En la fecha se cumple un mes del
fallecimiento del padre
|
Paternal
Muerte
Combinatoria
que alude a nacimiento y muerte.
|
Gustacristo
|
|
2
|
Agua-agua
perro
matálo
|
El
paciente refiere: “escuché ella dijo
con voz gruesa perro matálo”. El paciente presencia una discusión en donde la
madre le dice al padre: “perro”. Situación que lo impulsa a fugarse de la
casa, bajo la figura de una dromomanía y vagabundismo con síntomas de
perplejidad.
El
momento del desencadenamiento se manifiesta en una pelea con un perro
callejero porque quiere impedir que el mismo tome agua de un charco. El
paciente refiere que el perro le dijo: “matálo”. La escena callejera causa
escándalo y la policía lo detiene, llega al hospital con musitaciones:
agua-agua-perro-perro-matálo-matálo.
Comenta que la madre le había dicho anteriormente: “él sabe que yo tengo un amante pero
siempre lo obligué a quedarse mudo, está clarito como el agua”
|
Paternal
Muerte
Sexual:
Hombre
Mujer
|
Aguamante
|
|
3
|
puto
te
volteo
|
La
esposa del padre le dice: “sos un lindo hombre”, el paciente reaccionó golpeándola,
se retira del domicilio e inicia un período de recorridos en bus en forma
constante. Lo detiene la policía pues siempre toma la misma línea de bus, y
al no pagar los boletos, es detectado por los choferes. El paciente refiere
que pensó: “puta” cuando la mujer le habló. Anteriormente vio al padre tener
relaciones sexuales con la nueva esposa.
|
Sexual
Hombre-mujer
|
Busombre
|
|
4
|
boludo
pegale
|
Disputa
con la novia cuando ella dice: “debieras ser el hombre de la casa y sos un
vago, no servís ni para cocinar, ya que no trabajás podrías manejar la casa”.
Para el día de Navidad fue a buscar a su novia Natividad y se quedó en la
casa de ella, quien quiere tener relaciones sexuales, él se enoja y tira la
heladera por el balcón. Marca de la heladera es Cipu
|
Sexual
Hombre-mujer
|
Ipu
|
|
5
|
malo
de constitución
|
El
paciente regresa de un baile en donde las mujeres lo acosaban, la madre le
dice: “sos el único hombre de la casa”. Momento en donde una voz de lejos,
que imputa a la madre, le dice: “malo de constitución”. La madre trabaja de
prostituta en su casa
|
Sexual
Hombre-mujer
|
Maliato
|
|
6
|
kdt2233
mclvcna388
(órdenes)
|
El
paciente se encontraba leyendo un
libro sobre la 2da. Guerra mundial, y de repente toma un rifle y sale a tirar
a todos los carteles que tengan el refrán: “Islas Malvinas”, pues escuchó las
órdenes en clave que le indican lo que tiene que hacer.
El
paciente es excombatiente de Islas Malvinas
|
Oposición
Un-Padre
Muerte
|
Militrado
|
|
7
|
mate
mate boludo
|
Un
policía le solicita los documentos, lee el apellido en voz alta y el paciente
lo agrede. Se había escapado de una secta porque “lo querían hacer padre”
Refiere que “lo querían ordenar”.
|
Paternal
|
Padre
Bolumat
|
|
8
|
cose
la boca
pija
triste
bolas
triste conchudo
|
La
novia lo insulta porque no puede tener relaciones sexuales, se asquea porque
ella le solicita sexo oral, ella le dice: “tenés plata”. “Durante el acto
inician voces que le refieren ofensas.
A los 11 años el padre lo llevó a un
prostíbulo y “se quedó mirando, me pegó porque no pudo hacer nada”
|
Sexual
|
Bocada
platina
|
|
9
|
Acabá
cagador
cagón
meón
mesías
|
El 20
de diciembre lo despiden del trabajo, el 24 de diciembre por la mañana, en el
horario en que iba al trabajo, comienza a escuchar voces que primero son
ofensivas y luego le dicen Mesías. El paciente interpreta que “dios me habla
y me hace Mesías”. Refiere: Dios me ordena una misión, que limpie con el meo
a los políticos” Cumpliendo tal misión, ocasiona disturbios en la puerta del
Congreso de la Nación,
en donde vuelca una botella de llena de orina sobre un
Diputado
|
Paternal
Dios
Padre
|
Elmeo-mesiameo
|
|
10
|
acabá
dame el horto
|
El
desencadenamiento se produce durante el primer intento de tener relaciones
sexuales, según su referencia: “a lo hora del lobo”
|
Sexual
Hombre-mujer
|
Lobochón
|
|
11
|
Voces
en eco que dicen: Tarzán puto, alucinaciones asemánticas:
piar
de pájaros y aullidos de perros.
|
El
momento del desencadenamiento se expresa bajo la forma de un pasaje al acto,
en donde con una navaja agrede a un profesor le dijo: “hijo Usted. es el rey
de los vagos”. Luego del acto se queda perplejo, situación que es seguida de
alucinaciones. El paciente refiere que antes de agredirlo pensó: “wacho”.
|
Paternal
|
Tarzanchito
|
|
12
|
Voces
en coro le dicen: sanador
|
El
momento de desencadenamiento se produce cuando el pastor de la iglesia a la
cual pertenecía le prohibió realizar la imposición de manos y purificaciones.
Le dijo: “Ud. no es sacerdote”. Luego de un día de perplejidad y de mutismo,
en donde permaneció encerrado en un confesionario antiguo, inicia una misión
delirante por la cual le debe imponer las manos a un collage que construye
con un dibujo del Parlamento pegado junto a una foto de una virgen.
|
Paternal
|
Diosano-parlamento
|
|
13
|
zanolanola
Puto
zorete
|
El
día de su cumpleaños, fecha de 1er.
Aniversario de fallecimiento del padre (de profesión bancario), lo despiden
del trabajo en un banco y a su vez le llega una notificación de cobro de un
seguro de vida del padre. El momento del desencadenamiento se presenta bajo
un cuadro de excitación psicomotriz. En ese estado irrumpe en el despacho de
la máxima autoridad bancaria con el objeto de prestar al banco ese
dinero.
|
Paternal
Muerte
|
Azanola
|
|
14
|
matate
pibe
tirate
pibe
|
El 31
de diciembre el paciente pasa la fiesta de fin de año solo con su madre quien
le dice: “me quiero morir, sos tan grande como un hombre”. El
desencadenamiento se expresa bajo la forma de pasaje al acto: se tira por la
ventana. Refiere que una voz gruesa le dice: “matate pibe, tirate pibe”
|
Sexual
|
Flayeo
|
|
15
|
sos
el perro 2000
|
El
desencadenamiento se produce frente a la muerte del perro que el paciente
tenía desde niño, lo que es interpretado como signo de “un nuevo siglo
catastrófico”. Un día después intentó quemarse el cuerpo en una fogata “para
purificarme porque los extraterrestres me ordenan”.
|
Muerte
|
Etepe
|
ESTA ES LA BIBLIO QUE HAY QUE PASAR A CADA
CAPÍTULO, SON LAS REFERENCIAS
ABAJO TE PONGO LA BIBLIOGRAFÍA
1.
Lacan, J. “De una cuestión preliminar a
todo tratamiento posible de las psicosis”. Escritos II. Siglo XXI.
Buenos Aires. 1981, pág. 217.
2.
Freud, S. “Autobiografía”. Obras
Completas. T. 20. Amorrortu. Buenos Aires. 1976.
3.
Schreber, P. D. Memorias de un
neurópata. Petrel. Bs. As. 1978.
4.
Freud, S. “Sobre un caso de paranoia
descrito autobiográficamente”. Ob. cit. T. 12.
5.
Freud, S. Ibid.
6.
Chemana, Roland. Diccionario del
Psicoanálisis. Diccionario actual de los significantes, conceptos y matemas
del psicoanálisis. Amorrortu. Buenos Aires. 1998.
7.
Freud, S. “Neurosis y psicosis”. Ob.
cit. T. 19.
8.
Freud, S. “La pérdida de la realidad en
la neurosis y la psicosis”. Ob. cit. T. 19.
9.
Lacan, J. El Seminario. Libro 3.
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10. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…”. Ob.
cit.
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14. Lacan, J. El Seminario. Libro 3. Las
psicosis. Ob. Cit.
15. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…”- Ob.
cit
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francesa de las Memorias del presidente Schreber”. Ob. Cit.
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26. Giussani, D. Ibid.
27. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…” Ob.
Cit.
28. Lacan, J.
Ibid.
29. Lacan, J.
Ibid.
30. Lacan, J.
Ibid.
31. Lacan, J. Ibid.
32. Lacan, J. El seminario. Libro 3. Las
psicosis. Clase 14. Ob. Cit.
33. Lacan, J. ibid. Clase 15.
34. Lacan, J. Ibid. Clase 10.
35. Imbriano, A. y Broca, R. El sujeto de la
clínica. Leuka. Bs. As. 1987.
36. Ibid.
37. Lacan, J. El Seminario. Libro 3. Las
Psicosis. Ob. Cit.
38. Ibid. pág. 33.
39. Ibid.
40. Freud, S. “Sobre un caso de paranoia descrito
autobiográficamente (Schreber)”. Tomo XII. Ob. Cit.
41. Lacan, J. El Seminario. Libro 3. Las
Psicosis. Ob. Cit. Clase 4.
42. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…” Ob.
Cit.
43. Freud, S. “La pérdida de la realidad en
neurosis y psicosis”. Ob. cit.
44. Salamone, L.
“La arquitectura delirante”. Documenta Laboris N° 2. Ob. cit.
45. Lacan, J. El Seminario. Libro 3. Las
psicosis. Ob. cit.
46. Lacan, J. Ibid.
47. Schreber, P. Memorias de un neurópata…
Ob. cit.
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de las psicosis. Ob. cit.
49. Kozak; A. “La
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50. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…” Ob.
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51. Freud, S. “Sobre un caso de paranoia…” Ob.
cit.
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55. Giussani, D. “Algunas consecuencias teóricas…”
Ob. Cit.
56. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…” Ob.
Cit.
57. Lacan, J. Ibid.
58. Freud, S. “Tótem y tabú”. Ob. cit. T. 13.
59. Giussani, D. “Algunas consecuencias …”Ob. cit.
60. Freud, S. “La organización genital infantil”.
Ob. cit. T. 19.
61. Freud, S. Algunas consecuencias psíquicas de
la diferencia sexual anatómica”. Ob. cit. T. 19.
62. Giussani, D.” Algunas consecuencias…” Ob. cit.
63. Lacan, J. Seminario 4. Las relaciones de
objeto. Ob. cit.
64. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…” Ob.
Cit.
65. Lacan, J. El Seminario. Libro 4. Las
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67. Lacan, J. Ibid.
68. Giussani, D. “Algunas consecuencias…” Ob. cit.
69. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…” Ob.
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75. Giussani, D. “Algunas consecuencias…”
Ob. Cit.
76. Lacan, J. “Seminario R-S-I”. Ob. Cit.
77. Lacan, J. El Seminario 23. El sinthoma. Ob.
Cit.
78. Lacan, J. El Seminario 22. Inédito.
79. Lacan, J. “De una cuestión preliminar...”. Ob.
Cit.
80. Lacan, J. El Seminario. Libro 4. La
relación de objeto. Ob. cit.
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principios de un poder”. Escritos I. Ob. cit.
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Cit.
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93. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…” Ob.
cit.
94. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…”. Ob.
Cit.
95. Lacan,
Jacques. Liturraterra. Ob. Cit.
96. Lacan,
Jacques. Ibid.
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98. Lacan, J. “De una cuestión preliminar…”Ob.
cit.
99. Lacan, J. “Posición del inconsciente”. Escritos
2, Ob. cit. pág 370. .
100. Lacan, J. El Seminario. Libro 3. Las
Psicosis. Ob. Cit. Clase del 14-03-1956.
101. Imbriano, A. El sujeto de la clínica. Ob. cit.
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105. Lacan, J. Ibid.
106. Lacan, J. Ibid.
107. Lacan, J. Seminario “El deseo y su
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cit.
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111. Lacan, J. El Seminario Libro 3. Las psicosis.
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112. Lacan, J. “De una cuestión preliminar...” Ob.
Cit. Pág. 234.
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117. Lacan, J. Ibid. Clase del 18-01-1956.
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119. Lacan, J. Ibid. Clase del 18-04-1956.
120. Lacan, J. Ibid. Clase del 15-02-1956
121. Lacan, J. Ibid. Clase del 15-02-1956
122. Lacan, J. Seminario “De otro al Otro”.
Ob. Cit. (Clase del 4-5-69).
123. Soler, C. Estabilizaciones en las psicosis.
Ob. Cit.
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148. Imbriano, A y Broca, R. El sujeto psicótico
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Ob. cit. Pág. 16
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[2]. Lacan,
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[3]. Lacan,
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Erik Porge, Jacques Lacan, un psychanalyste, Editions Eres, 2000, p. 174
[4]. Schreber, Paul D. Memorias
de un neurópata. Petrel. Buenos Aires. 1978.
[5] Freud,
Sigmund. “Tres ensayos de teoría sexual”.
Obras completas. Amorrotu. Buenos Aires. 1976. Vol.
VII. Pág. 235.
[6] Freud, Sigmund. “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de
paanoia desripto autobiográficamente” (1911). Obras completas., Volumen XII,
Pág. 57-58.
[11] Freud, Sigmund. “Puntualizaciones psicoanalíticas de un caso de
paranoia….”. Obras completas. Ob.
Cit. Pág. 66.
[12] Freud,
Sigmund. “Neurosis y psicosis” y “La pérdida de la realidad en la neurosis y la
psicosis”. Obras completas. Ob. Cit.
Vol. XIX.
[14] Lacan,
Jacques. “Post-scriptum” en: “De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis”. Escritos 2.
Siglo XXI. Buenos Aires, 7ma ed. 1981, pág. 260.
[15] Lacan, Jacques. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible
de la psicosis”. Escritos 2. 7ma ed.
Siglo veintiuno. Buenos Aires. 1981. Pág. 268.
[16] Lacan,
Jacques. “Presentación e la traducción francesa de las Memoria del presidente
Schreber”. Intervenciones y textos.
Manantial. Buenos Aires. 1991. Pág. 30-32
[17] Marx, Carlos. El Capital.
Versión de Julián Borchardt. Sánchez
Mato editor. México. 1981.
[19] Lacan,
Jacques. El Seminario de Jacques Lacan.
Libro 20. Aún. Paidós. Buenos Aires.1ra. reimpresión 1985. Pág. 147.
[20] Lacan,
Jacques. Seminario R.S.I. Inédito.
Versión en castellano de Escuela freudiana de Buenos Aires. Clase del 11.03.75.
[21] Lacan, Jacques. Radiofonía.
Ob. Cit.
[22] Lacan, Jacques. Radiofonía. Ob. Cit.
[23] Lacan, Jacques. “La tercera”. Intervenciones
y textos II. Manantial. Buenos Aires. 1988. Pág. 73.
[25] Lacan,
Jacques. El Seminario de Jacques Lacan.
Libro 3. Las psicosis. Paidós. Buenos Aires. 1984. Pág. 26. (si está citado
antes en este capítulo deberá usarse Ob. Cit.)
[33] Brentano,
Franz Von. “La representación y el juicio consideraods como cláusulas
fundamentales distintas”. En: Psychologie
du point de vue empirique. Bibliothèque des Textes
Philosophiques. Ed.
Vrin. París. 2008. Libro II. Cap. VII.
[40]
Roman Jakobson toma este término de Jospersen para designar esas palabras del
código que solo toman sentido por las coordenadas (atribución, fechado, lugar
de emisión) del mensaje. Referidas a la clasificación de Pierce, son
símbolos-índice. Los pronombres personales son su ejemplo eminente: sus
dificultades de adquisición como sus déficit funcionales ilustran la
problemática engendrada por esos significantes en el sujeto (Roman Jakobson,
Shifters, verbal categories, and the rusian verb, Russian Languaje Project,
Department of Slavic Languages and Literature. Harvard university, l957. [Los
conmutadores, las categorías verbales y el verbo ruso," en Ensayos de
lingüística general, Barcelona, Seix Barral. 1975. AS.)
[41] Cf.
el seminario del 8 de febrero de 1956 en el que desarrollamos el ejemplo de la
vocalización "normal" de la paix du soir [la paz de la noche
[42] En la Fenomenología de la
percepción página 386 de la edición francesa,
[43] Lacan, Jacques. El Seminario…Libro 3. Ob. Cit. Pág. 75-77.
[44] Imbriano, A y Broca, R. El sujeto psicótico en el discurso analítico.
Pág. 128. Ed. Leuka. Buenos Aires. 1987
[46] Ibíd. Pág. 53
[47] Freud, Sigmund. “Las pérdida de la realidad en la neurosis y la
psicosis” (1924). Obras completas. Ob. Cit. Vol. XIX. Pág. 195.
[49] Seco,
Manuel, Olimpia, Andrés, y Guerrero Ramos. Diccionario actual de la lengua española. DALE.Aguilar.
Madrid. 1999.
[56] Guilbert, La créativité lexicale.
Larousse. Paris. 1975.
[57] Maleval,
Jean Claude. “Los trastornos del lenguaje en el psicótico” en: La forclusión del Nombre del Padre.
Paidós. Buenos Aires, 2002. Pág. 151-185.
[58]
Maleval, Jean Claude. Lógica del delirio. Ediciones del
Serbal. Madrid.1998. Pág. 150.
[60] Lacan,
Jacques. “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”. Escritos 1. Ob. Cit. Pág. 131.
[A2]Primera
letra en tamaño normal. Al menos que sea el estilo editorial, entonces lo hacés
en todos los inicios.
[A3]Formato
cita, todo lo que este puesto así, con letra más pequeña y diferente sangría,
ha sido mi intengo de armar el formato cita.
[A4]Todo lo
que sigue en verde, tiene que ir en formato párrago, no puedo arreglar la
sangría, debe ser toda pareja
[A5]Estaba en
el texto y haciendo corto y pego se me escapó y no lo pude volver a poner.
Estaba antes, pero queda mejor aquí.
[A6]Saqué
cita. Cuidado con la numeración de la siguiente. Ahora no quiero tocar, lo
corrijo cuando estén todas pasadas.
[A8]Poner
notación correcta del sujeto tachado (yo lo coloco con el signo pesos porque es
lo más parecido que encuentro en mi tablero).
[A15]poner la
lera griega que está en el grafo, a la izquierda, hay un simbolo con un cero
como subíndice. Repetir cada vez que aparezaca
[A16]Poner
como está en la derecha del grafo, una P y un subíndice con un cero. Repetir
cada vez que aparezca.
[A24]Es
necesario la enumeración de los ítems
porque aclara, pero los cuadraditos no me gustan, es mejor números o
puntitos chicos. Se puede usar el formato párrago, o sea, en segunda línea sin
sangría.
[A30]Conside
Ro que
aquí sí vale la enumeración, pero puede ir en formato párrafo, o sea,
sin sangría en la segunda línea de cada ítem. Hay números que se pusieron en
negritas y no las puedo sacar.
tigdeatso-1993 Justin Ray https://www.calipsobocas.com/profile/delaynahfreydolf/profile
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